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jueves, 1 de agosto de 2024

Reflexiones sobre Liderazgo y Jefatura, a propósito de la entrada en vigencia de la Ley Karin

                                              (tomado de: https://previsionsocial.gob.cl/)

Carlos Díaz Lastreto. La Serena.

Hoy, 1 de agosto de 2024 entra en vigencia le ley n° 21.643, conocida como Ley Karin.  Mi alumna Sindy Varela me compartió un reportaje de la radio Bio Bio donde se cuenta la historia de la TENS Karin Salgado, que da nombre a la ley, quien trabajaba en el hospital de Chillán y habría sufrido abuso y maltrato por parte de su jefatura directa, terminando en un suicidio.

La ley dice que “modifica el código del trabajo y otros cuerpos legales, en materia de prevención, investigación y sanción del acoso laboral, sexual o de violencia en el trabajo”. La he leído con mucha atención y no se refiere a las jefaturas en particular, sino que, a las relaciones laborales en general, pero creo que esto es lo interesante, parece que, para el común de las personas, el foco es en la relación jefaturas – subordinados, así al menos lo han visto muchas empresas que nos han pedido charlas con jefaturas, capacitación en liderazgo, etc.

Por supuesto que deben existir situaciones de acoso laboral, sexual o de violencia en niveles horizontales, donde no hay jefatura de por medio, o, posiblemente, aunque de seguro mucho más escaso, desde subordinados hacia su jefatura. Sin embargo, podríamos avanzar como hipótesis de trabajo que muchas situaciones de acoso se producen en relaciones jerárquicas superior – subordinado.

Dejando entonces de lado situaciones de acoso empleado – empleado o empleado – jefatura me concentraré en el riesgo de acoso o abuso en las relaciones jefatura – subordinado (a).

Hoy se usa cada vez menos la palabra “subordinado” o “subordinada” en las relaciones laborales y la hemos cambiado por el término “colaboradores”, lo que transmite, creo yo, que se trata de relaciones mucho más horizontales y colaborativas. Es muy posible que en algunas organizaciones así sea, especialmente en aquellas que hoy se dan por llamar “redárquicas”, pero en muchas otras el uso de esta palabra esconde o camufla la relación jerárquica, basada en el poder y la estructura organizacional.

Me pasa con la palabra “colaboradores” lo mismo que con la palabra “felicidad” o la palabra “desvinculación” tan usadas por consultores de rrhh y coaches. Me parecen palabras “tramposas” que ocultan las diferencias de poder y jerarquía en las organizaciones. En el caso de la palabra “colaborador” como si fuera una asociación voluntaria en pro de un propósito en común, sin jerarquía de por medio. En el caso de la palabra “felicidad” como si las personas trabajaran principal o únicamente por recompensas intangibles, ocultando una forma de manipulación para que las personas no reclamen por sueldos injustos o condiciones laborales inadecuadas. Y, en el caso de “desvinculación” un ocultamiento de despidos muchas veces justificados y otras tantas injustificados y muy mal hechos.

Creo entonces que debemos hacer una diferencia clara entre dos fenómenos organizacionales, liderazgo y jefatura, ya que, a mi parecer, la violencia y el acoso no tienen nada que ver con el liderazgo, sino que tienen que ver con el fenómeno de la jefatura.

Así como yo lo interpreto, el liderazgo es un fenómeno que surge de manera espontánea en cualquier grupo humano. Es un fenómeno emergente, que no tiene ninguna relación con la jerarquía ni con la estructura organizacional. El liderazgo se basa en “dar autoridad” a alguien para conducir al grupo, autoridad que es de “abajo para arriba”, que es “situacional”, que se basa, entre otras cosas, en fenómenos como la competencia, la credibilidad (dar el ejemplo), la gestión emocional y las habilidades narrativas. Hay jefaturas que además son líderes y, lamentablemente, está lleno de jefaturas que no son consideradas líderes por las personas que tienen a cargo.

Por su parte, el fenómeno de la jefatura o la supervisión tiene que ver con el poder y la estructura organizacional formal que refleja este poder. Una jefatura es una persona que ha sido nombrada por la organización en una posición de la estructura organizacional en la cual tiene que “supervisar” lo que hacen otras personas. Para realizar aquello, la organización le otorga poder, le da atribuciones, para cumplir dicho cometido. Estas atribuciones son de naturaleza administrativa (otorgar permisos, organizar el trabajo, dar instrucciones) y profesionales (dar instrucciones, tomar decisiones), etc.

Una organización le entrega poder a una jefatura para lograr los objetivos del área a cargo que, a su vez, contribuyen a los objetivos más amplios de la organización. El poder de las jefaturas es un poder legítimo, en términos que la organización necesita contar con una jerarquía para tomar ciertas decisiones, para gestionar recursos, para procesar información, todo con el objetivo de cumplir sus propósitos para la sociedad, sea una organización pública o privada.

La organización no le otorga el poder a la persona, en cuanto persona, sino que en cuanto al rol que le corresponde desempeñar. Por supuesto que hay jefaturas que asumen que el poder se los han dado a ellos o ellas en cuanto personas y hacen un mal uso. He hablado de esto en algún post de este blog, a propósito de la jefitis.

Una reflexión importante es entonces analizar qué es el poder y el poder en las organizaciones. Por supuesto que existen muchos autores que han teorizado acerca de este fenómeno como Bertrand Russell, como Robert Greene, como Jeffrey Pfeffer o Moisés Naim (especialmente sobre el fin del poder) y muchos más.

¿De qué hablamos entonces cuando hablamos de poder? Yo interpreto que el poder es la capacidad de conseguir que alguien haga algo, aunque no quiera, lo que se puede hacer con amenazas de castigo o promesas de premio. No es necesario llegar al castigo, puede bastar la amenaza si esta es creíble. Una jefatura puede amenazar con distintos “castigos” como quitar horas extras, dar tareas incomodas, dificultar la obtención de permisos, despriorizar en algunos beneficios como la fecha de vacaciones, pudiendo llegar al despido en algunos casos. Por su parte puede prometer premios como horas extras, bonos, facilidades de trabajo, beneficios, etc.

Una jefatura tiene poder sobre sus subordinados, un poder limitado, por cierto, ya que existen condiciones legales, culturales, profesionales, de personalidad que lo limitan. Además, han cambiado mucho los tiempos y la aceptación del poder hoy, al menos en Chile, es menor de lo que puede haber sido en otros tiempos. Tal como dice Nial Ferguson en La Plaza y la torre, vivimos en un tiempo más de la red y menos de la jerarquía.

No creo que todo poder sea perverso o corrupto. Conozco gerentes, supervisores, jefaturas y profesionales que cuentan con el poder que les da la organización y lo ejercen con prudencia, sabiduría, criterio. ¿Por qué entonces muchas jefaturas en vez de actuar correctamente con el poder conferido terminan mal usándolo? Para mí, hay varias explicaciones:

La primera tiene que ver con perversión. Creo que hay que considerar que existen personas psicopáticas que les gusta asumir roles de jefatura y que se caracterizan por su narcisismo, frialdad y ambición por ocupar posiciones donde puedan maltratar a otros. Hay trabajos interesantes sobre este tema como “mi jefe es un psicópata”. Este debe ser el 1% de los casos de acuso.

La segunda, en mi opinión, es la incompetencia. Personas que asumen roles de jefatura porque tienen, a veces, méritos técnicos, son profesionales destacados en su ámbito de especialización, pero carecen o tienen poco desarrolladas competencias transversales, relativas a liderazgo, gestión de conflictos, empatía, habilidades de comunicación. Por supuesto que muchas veces las organizaciones no les ofrecen a sus profesionales opciones de desarrollo de carrera que no impliquen ser jefaturas y por eso algunas personas para mejorar sus ingresos o su desarrollo optan a estos cargos. Una reflexión interesante sobre este tema es la propuesta por “el principio de Peter”.

En relación a la misma incompetencia, también muchas veces asumen cargos de jefaturas personas que tienen méritos políticos (si es que pudiéramos hablar de mérito político) y son incompetentes tanto en lo técnico como en lo transversal. Creo que este es el caso de muchas organizaciones del sector público, donde personas que son nombradas por adscripción política se transforman en jefaturas maltratadoras.

En relación al mismo tema creo que la incompetencia se agrava cuando además se observa arrogancia, entendida como la incapacidad de reconocer que no se tienen competencias para el cargo y adoptar una actitud humilde, de aprendizaje, de pedir ayuda, de prudencia.

No sé qué porcentaje representará la incompetencia, pero creo que es un porcentaje significativo.

Y, finalmente, la tercera explicación tiene que ver con elementos culturales propios de la vida organizacional donde destacaría fenómenos como:

-          Dobles discursos, en que de “la boca para afuera” se dice una cosa, pero en la práctica todos saben que aquello no es cierto. Algo así como “aquí valoramos a la gente, pero la verdad es que valoramos los resultados, así que consígalos a como de lugar”

-          Tradiciones jerárquicas como las que se dan en el mundo de la salud o en las FFAA donde el uniforme u otros indicativos simbólicos como el color del casco, el color el uniforme, el tipo de contrato, y muchos más llevan a relaciones claramente marcadas por el poder.

-          La creencia que si no se grita o se le dicen garabatos o se le habla mal las personas no van a trabajar, no van a cumplir con sus tareas como podría pasar en el mundo de la construcción, de las explotaciones agrícolas o industrias similares.

-          Por supuesto que pueden agregarse acá otras prácticas culturales, que incluyen un trato discriminatorio con mujeres, con diversidad sexual, con personas de menor educación y muchas varias más.

¿Qué hacer entonces? Creo que no basta con modificar los reglamentos internos, ni crear protocolos, ni instalar comités de lo que sea. Ello es necesario, pero no suficiente. Se requieren, algunas acciones concretas.

-          Mejorar la selección de personal. A mí entender es crucial que la organización establezca en sus perfiles la necesidad que las jefaturas cuenten con algunas competencias transversales bien definidas. Estas competencias deben evaluarse y seleccionar a quienes cuenten con aquellas competencias. Esto debería dejar afuera gente “perversa”, gente incompetente o al menos reducir el porcentaje que asume roles de jefatura. Creo que esto debiera incluir que, en las organizaciones públicas, cada vez menos debiera tolerarse que asumieran cargos de jefatura personas por su afiliación política.

-          Capacitación. Hay personas que tienen grandes habilidades para desenvolverse como jefaturas, otras tienen que aprenderlo. Ello implicará instalar sistemas de entrenamiento y acompañamiento para desempeñarse como jefatura. Estos sistemas pueden incluir mentoría, es decir, acompañamiento de personas que tienen experiencia para enseñar como se desenvuelve un jefe o capacitación basada en competencias y no sólo en discursos.

-          Redefinir el rol de las áreas de gestión de personas. En mi opinión esta área tiene un lugar muy secundario en algunas organizaciones, con profesionales poco empoderados, dedicados casi exclusivamente a pagar sueldos, registrar la asistencia y gestionar contratos. Será necesario que muchas organizaciones le asignen nuevos roles a esta área, colaborando en la propuesta de políticas, sistematizando procedimientos serios de gestión de personas y estableciendo alianzas claras con las jefaturas, que son quienes en definitiva gestionan a las personas en el trabajo operativo cotidiano.

-          Cambio cultural. Por supuesto que este es el cambio más importante que los tiempos nos demandan. Las organizaciones tienen que ser más consistentes entre sus discursos y sus prácticas, tienen que valorar en sus jefaturas el cuidado de las relaciones y el logro de resultados, tienen que desterrar la creencia que tratando mal a las personas estas rinden más.

-          En definitiva, a nivel organizacional, tiene que tener lugar una reflexión sobre el poder y la jerarquía, acorde a los tiempos que vivimos. Ya no basta con que la jefatura mande y los subordinados obedezcan, y no basta no sólo porque a veces se lleva a cabo con indignidad, sino que no basta porque no sirve cuando se desea que las personas aporten entusiasmo, conocimiento, compromiso, colaboración.

Por supuesto que la ley Karin es una amenaza seria en muchas organizaciones porque develará malas prácticas, jefaturas incompetentes, maltratos reiterados. También es una amenaza porque en muchos lugares habrá colaboradores incompetentes que la utilizarán para “camuflar” su mal desempeño.

Para mí es mejor mirarla como una oportunidad para revisar cómo en una organización se gestiona el poder, para que quienes asumen tan importantes roles cuenten con más recursos, más apoyo, más acompañamiento y eso le permita a cualquier organización servir mejor a la sociedad.

martes, 16 de agosto de 2022

Las relaciones y los juegos de poder por Jean Jacques Crevecoeur

 


Juegos de poder es un tema de mi mayor interés, especialmente en el ámbito de las relaciones que se producen al interior de las organizaciones. He escrito con anterioridad en este blog: relaciones de poder en la oficina, el poder en las organizaciones, las 48 leyes del poder, el poder según Bertrand Russell, etc.

Este trabajo de Jean Jacques Crevecouer se concentra más en los juegos de poder en las relaciones sin estar enfocado precisamente en el ámbito organizacional, sin embargo, me ha parecido interesante como describe el juego comunicativo que se da entre las personas para configurar una relación donde hay juego de poder, lo que es perfectamente aplicable el ámbito de las relaciones dentro de las organizaciones.

Define el poder de un modo simple: “hacer que alguien haga lo que uno quiere que haga”. Creo que en principio ello no es negativo, ya que el poder es algo presente en nuestras relaciones, más aún en el ámbito de las organizaciones donde existe una estructura organizacional, que legítimamente distribuye el poder para lograr los objetivos de la organización.

Pero, y eso es lo importante, otra cosa son los juegos de poder, donde de manera manipuladora se usa el poder para conseguir objetivos ilegítimos o de modos poco claros, poco directos. En todos lados se dan juegos de poder y, en mi opinión, no hay que jugarlos, pero hay que aprender a identificarlos.

Ahora mismo estoy trabajando con una coachee, quien se desenvuelve en una organización y está aprendiendo con dolor, ya que ha sido muy ingenua, la presencia de juegos de poder y cómo ellos la afectan. Insisto entonces en la idea ya expuesta, es importante aprender a leer y observar juegos de poder, no para jugarlos, pero si para administrarlos y no verse dañado por su presencia.

Para el autor del libro un juego de poder se reconoce por siete indicios:

Indicio 1: Presión psicológica que ejerce alguien para obtener lo que quiere del otro. Esto se traduce siempre en una sensación de malestar en quien “padece” el poder. Esta presión incluso puede ser amable, no necesariamente quien inicia el juego de poder amenaza con usar la fuerza de mala manera. El autor cita varios ejemplos:

“el halago”: te ves estupenda.

“la lástima: ya estaba desesperado.

“la auto recriminación”: pucha que soy tonto.

“hacerse la víctima”: me van a matar.

“el chantaje afectivo”: va a pasar algo terrible sí….

“la implicación del otro en el problema propio”: ¿Que podremos hacer?, ¿no se te ocurre otra cosa?

Indicio 2: Se produce una distorsión entre el mensaje explícito y el mensaje implícito. El mensaje explicito dice una cosa y el mensaje implícito dice otra. Al enviar dos mensajes distintos, incluso contradictorios a su interlocutor este se desestabiliza, puede ser incapaz de distinguir cuál es el verdadero y cuál es el falso, gastando energía en dilucidar la cuestión. El interlocutor se siente desposeído de los medios con los que contaba, pierde fuerza y, a medida que el dialogo avanza, resulta más presa del poder del otro.

Indicio 3: Al oponer resistencia al juego de poder, se alimenta su fuerza. La víctima utiliza, para defenderse, los mismos medios que emplea quien ejerce el poder, tratando de obtener algo de quien inició el juego, sin decírselo explícitamente, o sea, trata de manipular y para obtener lo que quiere presiona enviando un doble mensaje.

Indicio 4: Un juego de poder siempre implica tener un “proyecto implícito” o una “demanda implícita” en relación con el otro. Esto significa “querer obtener algo del otro sin decírselo o pedírselo”. Ello es bien característico e implica la posibilidad de decir luego, “me entendiste mal”, “yo nunca te pedí nada” y otras formas parecidas.

Indicio 5: Dependencia recíproca. De alguna manera en un juego de poder, ambos participantes están involucrados, no hay una víctima inocente, cada uno de los involucrados obtiene algo de la situación. Una parte posee un poder tangible y la otra parte uno que es más sutil. Por eso es interesante preguntarse qué ventaja obtiene cada uno al sostener su posición, dominante – dominado, perseguidor – perseguido, salvador o víctima. Este concepto de “ganancia secundaria” puede ser de varios tipos: evitar la ruptura de la relación, no hacerse responsable de lo que sucede en la relación, recargarse en el otro para satisfacer las propias necesidades.

Indicio 6: Un juego de poder se presenta como comportamientos que no están adaptados a la realidad, es decir, que son poco eficaces a largo plazo y resultan poco satisfactorios tanto para las necesidades de uno como de otro.

Indicio 7: Ciertos juegos de poder, poseen un carácter repetitivo.

Supongo que el autor tiene una formación muy psicoanalítica, ya sus interpretaciones acerca de las casusas de los juegos de poder son muy de necesidades inconscientes. Ello podría ser discutible y podrían hacerse otras interpretaciones más de orden comunicativo, sistémico o incluso cultural.

¿Qué hacer con los juegos de poder en las relaciones? Primero aprender a identificarlos, sobre todo a partir de la sensación organísmica de malestar, de incomodidad, de engaño, de molestia, de presión, en definitiva, de disgusto frente a la lectura que hay dos mensajes dando vuelta, por un lado, me dicen algo explícito, pero, por debajo, camuflado, me están diciendo otra cosa. Y este segundo mensaje es una petición “subrepticia” que al no decirse puede ser negada.

Por eso que, y en esto el coaching ontológico puede proponer algunas buenas herramientas, ya que una manera de desactivar el juego es decir algo así como “no entiendo, ¿tienes algo que pedirme?”, para hacer explícita la petición y por lo tanto poder responder de buena forma.

Y, tal como enseña el coaching ontológico frente a una petición existen varios modos de respuesta: decir que sí, decir que no o abrir una negociación. Es legítimo pedir, por supuesto, como dice el dicho “en el pedir no hay engaño” y también es legítimo decir que no a peticiones que no nos corresponde satisfacer, a peticiones que nos incomodan o peticiones que nos puedan incluso dañar.

jueves, 19 de agosto de 2021

¿Por qué tantos hombres incompetentes se convierten en líderes? (Y cómo evitarlo)

 


Por

Por Jaime Rojas Briceño

jaimearojasb@gmail.com

Suelo sentirme preso de la cantidad de cosas por hacer y muchas veces de mi incapacidad para ordenar mis prioridades laborales, lo que impacta, por supuesto, también en mi vida familiar, social y personal. Por esta razón es siempre un gran desafío seleccionar una nueva lectura, a la que intento poner como prioridad en algún momento de mi organización semanal con la esperanza de que ésta termine siendo un aporte real a mi desempeño en los distintos ámbitos, aunque reconozco en mí la tendencia a elegir aquellas del área profesional. De gran ayuda ha sido seguir las recomendaciones de mi antiguo profesor y amigo Carlos Díaz Lastreto, en quien admiro su generosidad, demostrada, entre muchas otras cosas, también por sus sugerencias de distintos libros. El último que he leído se titula ‘¿Por qué tantos hombres incompetentes se convierten en líderes?’, del psicólogo organizacional argentino Tomás Chamorro- Premuzic, quien entrega una perspectiva innovadora sobre la valoración del liderazgo femenino, además de un cuestionamiento tendencioso al liderazgo masculino y su estereotipo.

En un comienzo la idea central de la lectura no fue de mi interés, quizás producto de que en mi vida profesional jamás ha sido un tema la diferencia de género a la hora de valorar y/o admirar el desempeño profesional de algún colaborador o líder. Creo que el capital intelectual, social y psicológico, así como también la personalidad que lo sustenta, no dependen de ninguna manera de si somos hombres o mujeres; sin embargo, las primeras afirmaciones de este libro me cautivaron: “El 75% de las personas deja el trabajo por su jefe directo, estos resultados revelan que el mal liderazgo es la causa n°1 de rotación en todo el mundo” y “el 65% de los estadounidenses afirma que preferirían cambiar de jefe antes que conseguir un aumento de sueldo”. Fueron ideas que automáticamente me abrieron el apetito, pues he tenido la experiencia de tener buenos y malos jefes, y más de alguna vez haber pensado lo que el autor exponía en sus primeras letras… quizás esta lectura me ayudaría a entender qué hacen o no hacen los buenos o malos jefes, y yo intentaría insistir en vernos como seres humanos más allá del género.

Frente a la eterna discusión de jefe = posición, con o sin liderazgo, este libro no profundiza en ese tema y es preferible, para concentrarnos en las premisas fundamentales, comprenderlo desde la perspectiva de jefatura llamada a ser ejercida desde el liderazgo, sin entrar en conflicto con la idea jefe = líder.

El estudio del autor, si bien desde mi punto de vista es débil en la comprobación empírica, con poca evidencia científica o por lo menos generalizada, deja en evidencia que rasgos como el exceso de autoconfianza y el egocentrismo, que debiesen ser vistos como señales de alerta de fracaso en el ejercicio de liderazgo, tienden curiosamente a confundirse con signos de talento y éxito profesional; incluso pueden ser considerados en un comienzo como carisma, como atributos que los demás valoran en un jefe. Finalmente, ambos rasgos en vez de ser obstáculos, terminan siendo facilitadores para que personas incompetentes lleguen a ser líderes.

Me ha gustado cómo el autor calibra el pensamiento frente a un concepto tan universalmente valorado como es la autoconfianza, invitándonos a poner atención en cómo el exceso de ella nos impide estar despiertos y atentos a los distintos estímulos que nos muestra la organización, en lugar de estar alertas, con un dejo de nerviosismo respecto a lo que pasa y cómo lo vamos a enfrentar. Me ha logrado convencer con su libro que, tal y como dice él, una de las causas más importantes de un mal jefe, en el mundo moderno, es creerse inteligente en circunstancia de que, al parecer, sólo los ignorantes están completamente seguros, mientras que los inteligentes están llenos de dudas. Creo que esta es una idea fundamental del libro, que nos puede sacar una pesada mochila a muchos quienes intentamos ejercer el liderazgo a través de nuestra posición de jefatura. Lamentablemente, para todos quienes soñamos con organizaciones donde prime el respeto, la armonía, la empatía y el rigor por el bien común, este libro nos muestra que quienes son llamados a liderar estos procesos son, en muchos casos, personas egocéntricas, arrogantes, psicópatas y narcisistas, que tienden a esconderse tras un antifaz de líderes, confiados en sí mismos y con un carisma extraordinario, en los que no necesariamente existe competencia e integridad.

Me parecen interesantes la propuesta del autor y la descripción que hace de los rasgos antes mencionados; si los llevamos al consciente, pueden ayudarnos no sólo a identificarlos, sino también a estar alertas cuando estamos frente a uno o, peor aun, cuando alguno de estos comienza a seducirnos y hacerse parte de nosotros. Al respecto, me resulta fundamental detenernos en lo siguiente:

Narcisismo. Se caracteriza porque la persona está convencida de que tiene derechos y ciertos privilegios que los hace disfrutar de un estatus superior al de sus iguales; es elevado pero frágil, con frecuencia anhela la validación y el reconocimiento de los demás, piensa que es mejor que todo el resto, percibe injusticia donde no la hay y se comporta de una forma degradante y condescendiente con los demás. El narcisismo implica un sentido poco realista de la grandiosidad y la superioridad, que se manifiestan como vanidad, prepotencia y delirio al creer que tiene exceso de talento.

Psicopatía. Con ciertos grados de ironía señala: “No todos los psicópatas están en la cárcel, algunos están en el consejo de administración” y “Hay tres veces más psicópatas en puestos de gestión que entre la población general”. La forma más común para reconocerlos es por una notable inhibición moral, demostrada por una tendencia antisocial y una tentación permanente a infringir las normas sociales, sin sentir culpa ni remordimiento por este tipo de actitud. A diferencia del narcicismo, que está generalizado, la psicopatía no es frecuente, pero sus niveles aumentan en el propio individuo con el éxito profesional ascendente. En lo específico, no les importan lo que piensan o sientan los demás, derechamente no les importa la gente, tienen una cara socialmente deseable, sobre todo cuando es inteligente o atractiva -no quiere decir esto que ambas características definen a un psicópata, sino sólo que al tenerlas suelen ser mucho más destructivos, al aprovechar la galantería, la elocuencia y la persuasión-. Su arma más letal es su tendencia a parecer encantadores y carismáticos, lo cual invisibiliza su intención de engaño y autopromoción.

La necesidad de contar con líderes competentes para el éxito real de una organización feliz pareciera ser la difícil tarea del mundo organizacional actual. Líderes íntegros, efectivos, humildes, persistentes y con una tendencia admirable a construir equipos; sin embargo, como dice el autor, “al parecer los chicos malos son los que suelen llegar a la meta”, poniendo a disposición de la organización la arrogancia, para parecer buenos líderes y hacerse cargo bajo el control de los recursos y el grupo.

La luz de esperanza aparece en el horizonte bajo la paradoja de que “aquellos mismos rasgos que hoy suben a estos líderes son los que los bajan” , porque comenzamos a darnos cuenta de que el carisma es distinto de competencia e integridad, y le damos valor al liderazgo transformacional, que nace de la inteligencia emocional de aquellos verdaderos buenos líderes, a quienes no les interesa competir obsesivamente para sus propios fines y transitan por el sendero de la sensibilidad, la resonancia y la colaboración; en definitiva, por el bien común de las personas y de la organización.

Finalmente, y aun cuando sigo pensando que la diferencia de género no debiese ser un tema en el mundo actual, a no ser que sea para reconocer la tan necesaria igualdad, debo admitir que el autor logra demostrar que existe una ventaja femenina en los cargos de liderazgo, que se manifiesta en un mejor equilibrio intelectual y emocional. Mientras que los hombres muestran gusto por las cosas, las mujeres muestran gusto por la gente y son capaces de gestionar las emociones propias y las de los demás, habilidades que son, en definitiva, predictoras de resiliencia, tolerancia y buen liderazgo. Me gusta la idea de la valoración del género femenino en los puestos de liderazgo y comparto las ideas del autor frente a este tema y, al igual que él, me pregunto lo siguiente: ¿Será que a los puestos de liderazgo llegan las mejores mujeres porque han debido superar más obstáculos que los hombres? ¿O será simplemente que las mujeres poseen una inteligencia emocional mayor que los hombres y eso es lo que el liderazgo necesita en el mundo de hoy? Si bien el autor no te entregará estas respuestas, de seguro logrará hacerte reflexionar y valorar.

Alguna vez un amigo y excelente profesional me dijo: “Cuando leas un libro o estudies algo, de seguro te quedarás con dos o tres ideas que te harán sentido y, en el mejor de los casos, te transformará. Regula tus expectativas, recuerda que serán tan sólo dos o tres ideas”. Desde esta perspectiva les puedo contar que luego de esta lectura pienso que los hombres debiésemos incorporar sensibilidad y resonancia a nuestro estilo, buscar equilibrio intelectual, emocional y psicológico, así como tan bien lo hacen las mujeres. Ellas, en tanto, debiesen evitar masculinizar su rol, como pareciera que les exige el mundo actual, sino más bien ser ellas mismas, ya que de sus características nacen las definiciones de los líderes que necesitamos hoy. Mi tercera idea, insisto, es: Somos seres humanos, más allá de si somos hombre o mujeres.

¿Cuáles serán las ideas que este libro te dejará a ti?


martes, 29 de junio de 2021

Relaciones de poder en la oficina por Karen Dillon

 


En mi propia experiencia y la de mucha gente con la que converso, la vida organizacional cotidiana no suele estar marcada por la felicidad como a muchos gurús del ámbito de la gestión de personas les gustaría. Creo que aquello suele ser una idealización y una aspiración más que una realidad.

Por supuesto que puede haber gente que su experiencia sea distinta y tenga la gran oportunidad de trabajar en un lugar acogedor, lleno de sociabilidad, con preocupación mutua. Yo mismo he tenido la experiencia de formar parte de equipos entretenidos, llenos de colaboración y amistad, pero en mi experiencia ello es más bien la excepción que la regla.

La vida organizacional está llena de juegos de poder. Juegos que algunas veces no pasan de ser triviales y ponerle sabor al trabajo: que alguien te mira feo, una que otra envidia, que no te invitan a una reunión, que alguien se le olvida mencionar tu trabajo, que tu jefe se roba tus ideas y las presenta como propias. Juegos que otras veces son perversos: adquirir un compromiso en privado y después negarlo en público, usar a alguien como chivo expiatorio, hostigar a una persona hasta que renuncia, favorecer a un amigo incompetente y corrupto y muchísimas otras experiencias.

Como dice un muy querido amigo: “no hay palacio sin intrigas”, lo que devela la presencia de estos juegos en todos lados. Al respecto basta ver lo que ocurre entre Gobierno y Parlamento o entre precandidatos presidenciales, quienes se sonríen para las cámaras y se “acuchillan” por debajo.

Este es un tema del que se habla poco en las organizaciones y que además muchos expertos en gestión de personas y del talento derechamente no comentan, idealizando las organizaciones como lugares donde prima el interés compartido, la felicidad, el juego, el aprendizaje entretenido y muchos otros modelos que venden seminarios, charlas y libros, pero que no son, la experiencia cotidiana de quienes trabajan en organizaciones.

Creo que también contribuye a esta negación o invisibilidad ingenua el que muchos consultores no trabajen ni hayan trabajado en organizaciones, con jefatura, con compañeros de trabajo, con rutinas.

He hablado del poder en este blog con anterioridad: trabajos de Pfeffer, trabajos de Russell, trabajos de Greene, trabajos de Naim. Ahora mismo estoy leyendo un libro muy entretenido de Alberto Mayol, sobre las 50 leyes del poder en El Padrino, material que ya comentaré.

Los juegos de poder entonces son el tema del trabajo de Karen Dillon, quien auspiciada por HBR expone diversos juegos de poder y, benevolentemente, no se hace cargo ni del sufrimiento que generan ni de maneras más equitativas de administrarlos, reduciendo con ello el malestar, la pérdida de resultados y las relaciones humanas de mala calidad.

El trabajo es pobre, ya que más allá de una bonita enumeración de casos de juegos de poder, no los analiza desde una perspectiva organizacional en relación a la cultura, a la estructura ni menos al liderazgo, tendiendo a centrarse en el nivel individual del fenómeno, lo que lo empobrece completamente. Además todas sus recomendaciones son del nivel individual: cuestiona tus reacciones, intenta salir de la situación, acepta que no todos los conflictos son negativas, toma las riendas de tu destino, mantén la compostura. Frente a ello me pregunto, ¿qué responsabilidad tiene la organización en estos juegos?, ¿quién se hace cargo del daño que provocan los jefes abusadores?, ¿cómo impacta en la cultura estas prácticas? Para la autora nada de ello es relevante.

Dice “no podemos escapar de los juegos de poder. No importa qué cargo desempeñes o qué función cumplas dentro de la empresa”. En esto estoy completamente de acuerdo. En todos lados hay juegos de poder. No creo que debamos jugarlos, pero debemos aprender a verlos para hacerles frente de manera constructiva y no salir dañados.

Insisto en esta idea. No soy partidario en ningún caso de jugar juegos de poder. Empobrecen a las personas y las organizaciones. Rarifican el ambiente. Generan costos de todo tipo. Pero y ese es el pero, hay que aprender a verlos, de modo que si una jefatura o un compañero o compañera de trabajo lo juega, saber cuál es el juego y cómo hacerle frente de un modo inteligente, para no salir dañados. Como dice el dicho: si estás jugando póker y no sabes a quien están timando, seguramente al que están timando es a ti. (O algo parecido).

Cuando hago coaching ejecutivo muchísimas veces este es precisamente el tema del coaching. Jefes abusadores, jefes envidiosos y “tiradores para abajo”, compañeros de trabajo poco colaborativos y muchas cosas más. Recuerdo ahora mismo el caso de una coachee, una mujer joven, inteligente, preparada, comprometida con la organización, a quien precisamente su jefe “rasca”, “incompetente” e “inseguro” la amenazaba constantemente, le impedía ir a reuniones donde se destacara y hacía todo lo posible por desconectarla del resto de la organización. Difícil coaching ya que además de afectar el estado de ánimo de mi coachee,  necesitaba “bajar su rendimiento” para dejar de correr riesgos, perdiendo ella misma y la organización con dicho desempeño.

La autora expone diversos juegos de poder, tanto en relación con el jefe, como en la relación con los compañeros de trabajo. Esta es su lista.

Respecto del jefe: El jefe que no te deja crecer, El jefe que te enfrenta con tus compañeros. El jefe controlador compulsivo, El favorito del jefe, el jefe desencantado con su trabajo.

Respecto de los compañeros: El compañero extremadamente competitivo, las camarillas, el ladrón del mérito ajeno, compañeros disgustados,

No voy a describirlos para que busquen el artículo y puedan leerlos y ver si corresponde a sus experiencias. Seguramente hay muchos juegos más. Incluso podríamos hacer un nuevo catálogo.

A quienes están pasando por alguna experiencia dura, producto de juegos de poder con su jefatura o con sus compañeros de trabajo les deseo fortaleza para salir adelante. A aquellas jefaturas que usan juegos de poder como estrategia de liderazgo los invito a desarrollar nuevas competencias y de ese modo contribuir mejor a los resultados de la organización y a mejores relaciones laborales.

martes, 22 de junio de 2021

Todo es negociable por Herb Cohen

 


Cada vez estoy más convencido que enfrentados a cualquier situación de desacuerdo tenemos dos grandes posibilidades: la guerra o la negociación. (Debo aclarar que a veces también es posible no interactuar más con la otra parte, pero ello no es siempre posible).

Y el desacuerdo es algo súper frecuente en cualquier ámbito de relación en nuestra vida, ya sean meras relaciones ocasionales transaccionales y, especialmente, en relaciones largas con nuestros hermanos, pareja, padres, jefes, amigos, vecinos. Esto también incluye nuestra vida como comunidad.

La guerra, en cualquiera de sus formas, es una manera de resolver un desacuerdo por la vía de eliminar al oponente. Tiene éxito cuando logra aquello pero, obviamente es costosa por todos lados, incluyendo el sufrimiento humano que genera. Además debe considerarse que muchas veces la guerra no logra la eliminación total del oponente y, al final, aunque las partes no lo quieran tienen que igual sentarse a conversar y negociar.

Por ello que negociar es una competencia fundamental en la vida de los seres humanos, ya que negociamos todo el tiempo y a cada rato dado que negociar es una manera de administrar las diferencias o los desacuerdos conversando sobre ellos. Una buena negociación nos deja a todos más o menos conformes con lo obtenido y hace sostenible las relaciones posteriores.

Creo que esto es especialmente cierto para nuestro país que se encuentra ad portas de la instalación de una convención constituyente que elaborará una nueva constitución. Por más declaraciones principistas que hacen muchos de sus integrantes tendrán que sentarse a negociar, a buscar perspectivas y soluciones beneficiosas para todo el país. No es una guerra, en qué un lado le gana al otro por más que algunos quieran plantearla así, y si así fuera sería lamentable para nuestro país. Es una negociación con diferentes fuerzas e intereses, pero negociación al fin.

Por eso quiero traer el libro de Herb Cohen para proponer algunas distinciones sobre negociación que nos pueden resultar útiles. El libro es algo antiguo ya, lo que se nota en muchos de los ejemplos que da el autor, pero si se deja de lado ese aspecto, expone conceptos útiles que sirven para mirar cualquier negociación.

En su opinión negociar es “la utilización de la información y el poder para afectar comportamientos dentro de un remolino de tensiones”. En cada negociación en que estamos implicados siempre hay tres elementos presentes: información, tiempo y poder. Veamos cada uno por separado:

El poder: Es la capacidad de hacer que se hagan las cosas, de ejercer control sobre la gente, acontecimientos, situaciones y sobre uno mismo. El poder no es ni bueno ni malo aunque suele tener connotaciones desagradables ya que muchas veces no nos gusta ni como se ejerce ni para que se ejerce.

En opinión del autor, existen varias fuentes de poder: poder de competir, de la legitimidad, de arriesgarse, de comprometerse, de la pericia, del conocimiento de las necesidades, de la inversión, del premio y castigo, de la identificación, de la moralidad, del precedente, de la persistencia, de la persuasión y de la actitud. Sobre cada uno puede profundizarse en el libro.

El tiempo: Cuando se entiende una negociación como un evento con inicio y final definido tienen un marco fijo de tiempo. En dicho caso, quien tiene un poco más de tiempo que la otra parte puede esperar que esta haga concesiones hacia el final del plazo, cuando aumenta la presión del vencimiento de su tiempo. No obstante lo anterior, muchas negociaciones tienen tiempos flexibles por lo cual el tiempo siempre es dinámico.

La información: Una negociación arranca mucho tiempo antes de encontrarnos cara a cara con la otra parte. La negociación no es un evento es un proceso. Por ello, debe empezarse pronto a conseguir información. Según el autor, muchas veces como estrategia alguna de las partes esconde sus verdaderos intereses, necesidades o prioridades por lo que la información representa poder, especialmente en situaciones en que no se puede confiar por completo en la otra parte.

En el libro de Cohen especifica mucho más elementos en torno a poder, tiempo e información, señalando la importancia de leer la situación de negociación en la que uno se encuentra. Luego de ello viene creo lo más importante de su trabajo, que es la presentación de dos estilos de negociación: “ganar a toda costa” y “negociar para satisfacción mutua”.

Estilo 1: “Ganar a toda costa”. Se trata de un estilo competitivo (ganar – perder) que se da cuando un individuo o grupo intentan conseguir sus objetivos a expensas de un adversario. No hay que confundirse, muchas veces un negociador con este estilo se camufla bajo una apariencia humilde y considerada sin embargo busca sus propios objetivos y le da lo mismo si la contraparte gana o pierde.

¿Cuáles son sus tácticas?. Las tácticas específicas son:

Posiciones iniciales extremas: Siempre empiezan con demandas intransigentes u ofertas ridículas que afectan el nivel de expectativa de la otra parte.

Autoridad limitada: Los negociadores tienen poca o ninguna autoridad para hacer concesiones (siempre tienen que ir a preguntarle a otro).

Tácticas emocionales: SE les sube la sangre a la cara, aumentan el volumen de voz, actúan exasperados, horrorizados que se aprovechen de ellos. Hasta se retiran indignados de una reunión.

Concesiones del adversario consideradas como debilidad: Si la otra parte cede, es muy probable que no actúen de forma recíproca.

Mezquindad en las concesiones propias: Demoran hacer cualquier concesión y cuando finalmente la hacen, esta solo refleja un minúsculo cambio en su posición.

Ignorancia de fechas límites: Tienden a ser pacientes y a actuar como si el tiempo careciera de importancia para ellos.

Para que el estilo “ganar a toda costa” funcione deben darse tres criterios conjuntamente: (1) Que haya ausencia de relación continua donde el “perpetrador” esté seguro que no volverá a necesitar a su víctima, ya que si la relación es continua, puede obtener una victoria pírrica a expensas de hipotecar esa futura relación. (2) ningún remordimiento posterior y (3) Ignorancia de la víctima, ya que si la “víctima” entiende el juego puede abandonar la situación o neutralizar las tácticas descritas más arriba.

Estilo 2: “Negociar para satisfacción mutua”. Estilo cooperativo, centrado en el ganar – ganar, donde se busca la satisfacción de los intereses de todas la partes. Las tácticas de negociación cooperativa se basan en:

Lograr confianza mutua ya sea en el proceso preparatorio de la negociación como en el acontecimiento formal de la negociación propiamente tal.

Obtener información: Hacer preguntas, escuchar y comprender.

Satisfacer necesidades: Mutuas.

Uso de ideas:

Transformar la relación en una colaboración.

Correr un riesgo moderado.

Conseguir ayuda para resolver el problema.

Desconozco si Cohen conocía el método de negociación de Harvard o si participó de alguna manera en su invención, pero ciertamente dicho enfoque elabora mucho mejor que él el modo cooperativo de negociar, sistematizando diversos principios para llevarlo a cabo.

Creo que la idea fundamental del enfoque cooperativo, de ganancia mutua, se basa en la idea de relaciones largas en el tiempo, en que no sólo es importante el qué sino que también el cómo negociamos y que, en definitiva, lo que se está negociando es la confianza mutua, en términos de construir una relación sostenible en el tiempo.

Me parece bien saber negociar al estilo “soviético” como llama Cohen al estilo “ganar a toda costa”, sobre todo para identificar a quienes negocian de ese modo y por lo tanto poder neutralizarlos. Sin embargo, creo que saber negociar de manera colaborativa es fundamental ya que la mayor parte de nuestras relaciones importantes son largas en el tiempo y ahí es donde se requiere construir confianza para administrar las diferencias.

Como decía al principio de este artículo, negociamos a cada rato, negociamos en todas nuestras relaciones y aprendiendo a negociar podemos administrar nuestras diferencias de mejor manera y con ello construir un espacio más positivo para todos.

Espero que en Chile seamos más hábiles para negociar, para buscar acuerdos donde quedemos todos más contentos y se salga de la lógica ganadores – perdedores. Ya veremos.

lunes, 28 de octubre de 2019

El fin del poder. Revolución del más, de la movilidad y de la mentalidad. Moisés Naim



Escribo este post mientras en Chile, mi país, ocurren eventos públicos que nadie imaginó y menos predijo, aunque muchos deseaban que sucedieran. Hace algo más de una semana ya que el pasaje del tres subterráneo subió en 30 pesos luego que un Comité de tecnócratas (formado por economistas expertos, quienes usan alguna fórmula econométrica impecable que seguramente utiliza el precio del petróleo, del dólar y otras variables macroeconómicas) estableció este ajuste. A los pocos días comenzó a circular por redes sociales llamados a “evadir” el pasaje y muchos estudiantes secundarios se congregaron en las estaciones para precisamente ingresar sin pagar. El resto de la historia es que el ministro del interior catalogó esto como grave, los acusó de delito y hoy, una semana después, nos encontramos en estado de emergencia, con los militares en la calle y una crispación social y polarización política gigante y muchísima incertidumbre acerca de que podría suceder.

Al igual que muchos chilenos, me cuesta entender lo que está ocurriendo, creo que hay grupos extremistas, de todos lados, interesados, en atizar esta crisis para llevar agua a su molino, algunos buscando una salida autoritaria como ha ocurrido antes en Chile y otros pretendiendo una revolución incendiaria que solo empobrece a los países. Ha habido saqueos, incendios y desmanes que atemorizan a la población. También ha habido marchas multitudinarias que entusiasman por sus ganas de cambiar al país. Algunos hablan del “pueblo” y la gente humilde con una hipocresía gigante, ya que o no son de ese pueblo o derechamente trabajan para quienes se aprovechan de esa gente.

Nos hemos llenado de “fake news”, como que había un centro de tortura en plaza Baquedano, lo que se demostró completamente falso. Se han perdido amistades por publicaciones de Facebook, apasionadas, que han despertado odiosidades. Gente que acusa a amigos de ser “fachos” y otros que acusan de ser “comunistas”. Yo mismo llevo una semana sin publicar nada en redes sociales pues me imagino que si publico algo con buena intención, podría no faltar quien me acusara de cualquier cosa. Me resisto a estimular el odio, la descalificación y la intolerancia, más cuando se trata de meras interpretaciones y narrativas.

Muchos perdidos en esta crisis, sobre todo las autoridades políticas y los partidos políticos de todos los colores. Qué decir de los parlamentarios que en vez de escuchar, dialogar, negociar y darse cuenta que en muchos casos son ellos los cuestionados se dan el lujo de “pelear por un papelito” en las cámaras.

Creo que los eventos que han ocurrido en Chile son un “asalto al poder” con dos acepciones. La primera es que creo que efectivamente hay grupos interesados en hacer caer el gobierno electo democráticamente generando una sensación de caos con la quema del metro, luego justificando la violencia de los saqueos y los incendios y, finalmente, victimizándose por la “represión”. Su manifestación política será una acusación constitucional para “desbancar” al presidente,  queriendo lograr por secretaría lo que no lograron en las elecciones de hace dos años atrás donde fueron perdedores.

En su segunda acepción, como dice Moisés Naim, el poder ya no es lo que era porque se han producido varias revoluciones en el mundo y en Chile también, que han cambiado las reglas del juego entre los ciudadanos y todo lo que representa poder: gobiernos, iglesias, empresas, etc. Este es el asalto al poder que me da esperanza que en Chile ocurran cambios relevantes, más participación, más equidad, mayores oportunidades y, sobre todo, mayor protagonismo de cada persona. Este es el asalto al poder que los políticos, tanto de izquierda como de derecha no están viendo.

Voy a comentar esta segunda acepción del término, siguiendo las ideas de Naim.

El argumento central de este autor es que el poder, entendido como la capacidad de lograr que otros hagan o dejen de hacer algo, está experimentando una transformación histórica y transcendental. Se está dispersando cada vez más  y los actores tradicionales (gobiernos, ejércitos, empresas, sindicatos, etc) se ven enfrentado a nuevos y sorprendentes rivales, algunos mucho más pequeños en tamaño y recursos y, además, quienes controlan el poder ven más restringido lo que pueden hacer con él.

El poder es la capacidad de imponer o impedir las acciones actuales o futuras de otras personas o grupos. En la práctica dice Naim el poder se expresa de cuatro formas principales:

1 La fuerza: La fuerza o la amenaza de usarla se basa en la coacción. Puede ser un ejército conquistador, un policía con sus armas y la capacidad de arrestar, un matón en el colegio, una navaja en el cuello, etc. La fuerza se obedece porque sabemos que si no lo hacemos pagaremos las consecuencias.

2 El código: Vivimos con códigos que a veces seguimos y otras no. Esto se refiere a la moral, la tradición, las costumbres culturales, las expectativas sociales, las creencias religiosas y los valores transmitidos de generación en generación. Dejamos que otros dirijan nuestro comportamiento mediante la invocación a dichos códigos, no empleando la coacción sino que la invocación a esos códigos.

3 El mensaje: El poder de la publicidad. Consigue que cambiemos de idea, de percepción, nos convence de que un producto o servicio es digno de que lo escojamos en lugar de otras alternativas. Es la capacidad de persuadirá otros y hacerles ver la situación de tal forma que se sientan impulsados a promover los objetivos o intereses del persuasor.

4 La recompensa: Referido a entregar recompensas por hacer algo que en otro caso no se haría. Cualquier persona con capacidad de ofrecer recompensas materiales dispone de una importante ventaja a la hora de lograr que otros se comporten de manera coincidente con sus intereses.

Sostiene el autor que los poderosos (gobiernos, iglesias, empresas, partidos, sindicatos, universidades, etc.) ponen barreras para proteger su poder. Estas barreras son obstáculos que impiden que nuevos actores desplieguen suficiente fuerza, código, mensaje y recompensa, por separado o combinados para tener posibilidades de competir.

Durante mucho tiempo estas barreras dieron cobijo a organizaciones de gran tamaño. “Ahora esas barreras están desmoronándose, erosionándose, agrietándose o volviéndose irrelevantes”, dice el autor.

Esto está ocurriendo por tres fenómenos históricos que llama “la revolución del más”, “la revolución de la movilidad” y la “revolución de la mentalidad”. Esto ocurre en el mundo y Chile no escapa a estas tendencias.

1 Revolución del más: Hoy hay más de todo. Vivimos una época de abundancia donde hay más gente, países, ciudades, partidos, ejércitos, bienes, servicios, medicinas, empresas, armas, estudiantes, computadores, etc. Hoy la expectativa de vida ha crecido enormemente en todos lados. Por ello, dice el autor “el ejercicio del poder en cualquier ámbito implica sobre todo la capacidad de imponer y mantener el control sobre un país, un mercado, una población, etc. Cuando los que forman parte de ese territorio, posibles soldados, votantes, clientes, trabajadores, creyentes, son más numerosos y más dueños de sus medios y están cada vez más capacitados, se vuelven más difíciles de coordinar y controlar”. Además cuando hay más de todo, se incrementan las expectativas de tenerlo por lo que no tener algo duele mucho más.

2 Revolución de la movilidad: Hoy la gente se mueve mucho más lo que la hace más difícil de controlar. Ya sea por las migraciones entre países, ya sea por las migraciones campo – ciudad, ya sea por los viajes de mero turismo. A ello se debe agregar internet y la telefonía móvil, que facilitan el contacto entre personas de distintas ciudades y países. Ejercer el poder no sólo implica mantener el control sobre un territorio real o figurado, también implica vigilar sus fronteras. El poder necesita público cautivo. Por ello que en situaciones en las que los ciudadanos, votantes, inversores, trabajadores, feligreses o clientes tienen pocas o ninguna salida, no les queda más remedio que aceptar las condiciones de las instituciones que tiene delante. Cuando las fronteras se vuelven porosas se complica mantener el dominio.

3 Revolución de la mentalidad: Hoy la población no sólo es más educada que antaño, sino que los cambios del más y de la movilidad han generado cambios cognitivos, emocionales, de mentalidad y de visión de mundo. Especial mención a los jóvenes que ponen en duda la autoridad tradicional. Son más educados, tiene más y son más móviles que nunca. Todo ello los lleva a desafiar el statu quo. Está lleno de ejemplos como han cambiado los valores, cosas que antes parecían inmutables hoy son cuestionadas: las creencias religiosas, las costumbres sexuales, los proyectos de vida, etc.

Todas estas revoluciones hacen que las barreras que les permiten a los poderosos resguardarse de nuevos rivales y retener el poder ya no los protejan tanto como antes. Las barreras son más fáciles de atacar, rodear y socavar.

Mirando las ideas de Naim me parece que mucho de esto está ocurriendo efectivamente en Chile. Somos una sociedad más rica en muchos aspectos. Es cierto que existe población pobre pero es significativamente menor que en otros países y menor que en épocas anteriores del país. Somos un país móvil, la gente viaja, las personas se conectan por internet, hemos recibido mucha población migrante de otros países. Y, ha cambiado la mentalidad no solo de los jóvenes, de todo el mundo. Algunos ejemplos de ello son la aceptación del divorcio, de la diversidad sexual, la molestia por el bullyng en los colegios, la petición de igualdad de género y muchas cosas más.

Estamos en un punto crítico en el la historia de Chile. Las elites poderosas como decían hoy los diarios, elites conformadas por el 1% más rico del país y los políticos tradicionales en el gobierno y en el parlamento, muchos que señalaban que “no pensaban que la injusticia fuera tanta” o “que les molestara tanto” han quedado demudados con este cambio.

El viernes pasado hubo una marcha de 1.2 millones de personas en Santiago. Mis hijos mayores estuvieron ahí. No hubo escenario, no hubo oradores, no hubo banderas de partidos. La gente caminó, bailó, cantó. Es algo completamente nuevo. Si uno le preguntara a cada uno porque estaba ahí creo que habrían muchas respuestas, muchas opuestas y no coincidentes. Más bien era un estado de ánimo, molestia, injusticia, disgusto con el statu quo y también esperanza, alegría, entusiasmo que nazca algo distinto.

Las crisis son oportunidades de cambio y de evolución hacia algo nuevo. No estoy de acuerdo con aquellos que quieren que este cambio se produzca con violencia y quema de estaciones de metro. Será necesario dialogar de verdad, establecer nuevas reglas del juego, fijar objetivos comunes, negociar el poder. Cuando se trata de poder, se resuelve o con guerra o negociando. Es de esperar que en mi querido país triunfen las negociaciones, mejor para todos.


Este es el momento del liderazgo adaptativo, de conversar acerca de nuestros sueños como comunidad país, de los valores que nos caracterizan, del futuro que queremos construir. Es el momento de sostener la incertidumbre y la angustia de no saber. Soluciones técnicas pueden haber muchas y expertos que ayuden a construirlas. Pero el  problema actual no es tecnocrático es político y se requieren estadistas, no políticos pequeños.

jueves, 29 de agosto de 2019

Mi jefe es un psicópata. Por qué la gente normal se vuelve perversa al alcanzar el poder. Iñaki Piñuel.



El poder en las organizaciones es un tema que me parece muy interesante y por ello he publicado varios posts en este blog sobre dicho tema. Entre ellos: “Las 48 leyes del poder”,El poder según Bertrand Russell” y “El poder en las organizaciones”.

Soy de la idea que muchas veces al enfatizar la importancia del liderazgo y las mal llamadas “habilidades blandas” se menosprecia o, al menos, se oculta la importancia que tiene el poder en las organizaciones, la omnipresencia de la política y juegos de poder y la necesidad de tener poder para impulsar los proyectos de las organización.

Las organizaciones coordinan las acciones de muchas personas para producir resultados, valiosos para la sociedad. Para ello se requiere que la organización cuente con una estructura de poder, con una jerarquía formal, donde se procese la toma de decisiones, la adquisición de recursos y, también la responsabilidad por los resultados. Ello hace que inevitablemente el poder sea tema en cualquier organización.

En un mundo líquido el poder no es lo único que caracteriza a una organización y está lleno de experimentos de mayor horizontalidad, de otras maneras de coordinar la acción y de tomar decisiones. Ello no excluye que muchas veces el poder al interior de las organizaciones sigue existiendo sino de manera abierta, de maneras camufladas, subrepticias y subterráneas, pero está ahí. A veces explícito en delantales de colores y “jinetas” jerárquicas, a veces escondido en la diferencia de trato, de ropa o de estacionamiento. A veces luminoso y muchas veces oscuro.

El libro de Piñuel nos advierte sobre los lados oscuros del poder en las organizaciones y como este atrae a un tipo particular de personas expertas en producir daño, los psicópatas organizacionales. Dicho en sus propias palabras, “después de la cárcel, el lugar más habitual en el que se puede encontrar a un psicópata es en las organizaciones empresariales”. Y, “dentro de ellas hay que buscarlos preferentemente en las posiciones de dominio y poder jerárquico, lugares a los que pronto ascienden gracias a su enorme capacidad y talento para manipular a los demás, es decir, para lograr que los demás hagan lo que ellos quieran que hagan”.

¿Qué es un psicópata?. Una persona que se caracteriza principalmente por la carencia absoluta de empatía y por una sorprendente y pasmosa incapacidad de sentir emociones o de situarse emocionalmente en el lugar de otro. No presentan remordimientos ni sentimientos de culpa por las barbaridades, atrocidades o fraudes que cometen.

No tienen un problema intelectual o de capacidad, no tienen un CI bajo, ni su razonamiento lógico está dañado. Conocen la diferencia entre el bien y el mal, conocen la existencia de normas y leyes, sólo que el cumplimiento de normas no va con ellos. No les importa el dolor o sufrimiento que sus acciones puedan causar en los demás y por ello son altamente eficaces como “depredadores sociales”. Usan un cálculo frio y racional de lo que van a sacar con sus acciones. No presentan arrepentimiento ni sentimientos de culpa posteriores, ni miedo ni ansiedad.

El rol de líder y ejecutivo es algo que resulta atractivo para la estructura de personalidad de un psicópata: altos sueldos, poder, notoriedad social, son fuertes motivadores para los psicópatas, por ello no es raro que alcancen posiciones de poder y que muchas veces las organizaciones, en particular los expertos en selección de personal, confundan varios de los rasgos psicopáticos con competencias gerenciales o directivas.

¿Cómo es que un psicópata permanece oculto durante años en una empresa, pese a su comportamiento depredador y perverso? La ingenuidad generalizada, la idea de muchas personas que el “ser humano es bueno por naturaleza” y otras ideas parecidas. Aquí algunos rasgos característicos de los psicópatas organizacionales:

1 Capacidad superficial de encanto: Cuando se expresan lo hacen con locuacidad y desparpajo, tienen labia y la explotan, fabrican historias donde siempre quedan bien. Tienen “charme”, la que es superficial pero increíblemente efectiva y hace que las personas de su entorno los encuentren adorables y encantadores. Esto no es más que una impostura y un fingimiento y pasan por personas éticas, religiosas o cívicas.

2 Un estilo de vida parasitario: No les interesa el trabajo duro ni alcanzar el éxito por el mérito, por lo que terminan viviendo personal y profesionalmente de los demás, haciendo que otros hagan el trabajo sucio y duro que a ellos les corresponde. Para ello instrumentalizan a los demás por el chantaje, la promesa o la coacción.

3 Capacidad de autobombo y autopromoción: Los demás les deben todo, cree que puede tomarlo todo como propio a título de resarcimiento por la injusticia y falta de valoración a sus contribuciones.

4 Capacidad de conectar con el poder: Buscan relacionarse con personas de alto status. Simulan tener una relación especial con personas poderosas en la empresa, de modo que proyecta la sensación de estar conectado con la cima de la organización.

5 Excelente en el mentir: Desarrolla sistemas para mentir y hacer fraude en los números, en la contabilidad, las ventas o lo que sea. Mientras mayor es la mentira más agresivos y prepotentes para defenderse, incapaces de asumir culpabilidad.

6 Capacidad de ser implacables y tener remordimientos o de sentirse responsables o culpables: Esta frialdad lo hace perfecto para puestos organizacionales que requieren mostrarse implacables y con capacidad de resolución y eficacia cueste lo que cueste.

7 Capacidad de manipulación o de hacer que los demás hagan lo que él quiere: La manipulación en la organización no es aleatoria, es causal, su objetivo es escalar posiciones jerárquicas y alcanzar cada vez mayor poder. A quienes se resisten los seduce, los amenaza, los compra o los elimina de la organización.

8 Frialdad emocional de ánimo e incapacidad de empatía: No llegan a sentir el miedo o la ansiedad anticipatoria que los seres normales sienten. Aman el peligro y viven en el riesgo social y profesional, lo que les da una excitación especial. Es analfabeto emocional. Como no sintoniza emocionalmente son pésimos managers de los que equipos que dirigen, por lo que les cuesta manejar los desacuerdos, los conflictos y los problemas de relación que aquejan a las unidades que dirigen.

Luego de leer todas estas características señaladas por Piñuel recuerdo varias personas con las que me ha correspondido trabajar y encajan perfectamente en el perfil descrito, sobre todo el estilo encantador y seductor, junto con una frialdad implacable para manipular, estrujar y aprovecharse de otros y hacer pasar como propios los méritos de los demás. Además se me viene a la mente lo que dice el autor respecto de la habilidad para manipular en otros niveles organizacionales y hacer pasar como mérito la trampa, el aprovechamiento e incluso la conducta poco ética.

El autor se pregunta por qué hay cada vez más psicópatas en las empresas. Y argumenta con siete razones de porque ello ocurre. Estas son:

1 Suele tratarse de personas con una capacidad sin par de pasar los filtros y el screening psicológico de los procesos de selección.

2 Se suelen atribuir los rasgos de su personalidad patológica a supuestas capacidades directivas y de gestión de personas.

3 Los cambios culturales en las organizaciones han propiciado entornos cada vez más cambiantes e impredecibles que están más indefensos frente al ataque y la depredación de los psicópatas.

4 Los cambios en los valores morales en el seno de las organizaciones ya que el trabajo duro, la fidelidad, el principio del mérito, el concepto de bien común han dado paso a un tipo de organización sin valores, que vive la inmediatez del corto plazo.

5 La dirección toxica de empresas.

6 La colonización de las organizaciones por camarillas de poder.

7 La propia realidad de la sociedad de la que las organizaciones forman parte, entre ellos la idea que la crianza tiene que ser laissez faire, sin disciplina, sin exigencia de esfuerzo para los niños.

Es difícil trabajar con psicópatas por todas características mencionadas por Piñuel y más aún cuando exhiben resultados beneficiosos para la organización en cuanto a números, aunque no importe el costo con el que los hayan conseguido. En muchos de esos casos, quienes hacen ver la frialdad de estas personas, su descuido de las relaciones, su abuso o incluso su engaño, son considerados molestos, conflictivos o cualquier epíteto similar.

En muchas organizaciones estas personas valientes, que confrontan a los psicópatas, muchas veces lamentablemente no son valoradas ni cuidadas sino que hasta se vuelven objetivos para un psicópata pues no creen en su encanto superficial y engañador y no compran sus manipulaciones. Estas personas pueden ser atacadas, amenazadas y desacreditadas por un psicópata, con pérdida para la organización. ¿Quiénes son estos potenciales objetivos?:

1 Independientes. Los que no quieren o desean pertenecer a grupos o clanes, facciones o no adhieren al clientelismo que propone el psicópata, inasequibles a la compra o promesa del psicópata. Pueden ser vulnerables al no pertenecer a ningún grupo formal o informal que los proteja.

2 Justos. Denuncian situaciones indignas o injustas para otros. Son molestas conciencias críticas de la actuación del psicópata.

3 Radicales libres: Son los que disienten de la opinión oficial o el pensamiento único que oculta o camufla hechos mediante la distorsión de la comunicación. Son objetivos porque molestan la manipulación de la comunicación que hace el psicópata.

4 Insobornables. No se dejan comprometer con prebendas, dinero, puestos o cualquier otra cosa a cambio de callar. Son duros para el psicópata pues no tienen precio y no se pueden corromper.

5 Denunciantes de irregularidades. Denuncian la corrupción, el desvío, la malversación, justo en lo que el psicópata destaca.

6. Solidarios. Defienden a las víctimas de los abusos, injusticias y maltratos. Esta solidaridad rompe el juego del psicópata de aislar a las personas por lo que los solidarios también se pueden volver objetivos para un psicópata.

7 Políticamente incorrectos. Aquellos que hablan de temas, valores o situaciones tabú en la organización, como la presencia de un psicópata. Dicen lo que nadie se atreve a decir.

8 Sinceros. Buscan la verdad de los hechos y no el compromiso con la versión oficial.

9 Brillantes: Personas capacitadas cuyo desempeño pone en evidencia y amenaza la pura apariencia y la propaganda del psicópata.

10 Líderes: Personas que generan en los demás aprecio y reconocimiento, por contar con una autoridad personal o profesional de la que el psicópata carece.

Para finalizar el libro el autor propone algunas ideas respecto de cómo los psicópatas organizacionales se las arreglan para llegar a posiciones de poder, como usan el acoso moral o mobbing para atacar a quienes se les oponen y como las organizaciones generan espacios para, de alguna forma convertir a personas normales en psicópatas, al valorar, premiar, estimular muchas de las conductas psicopáticas descritas en el libro.

Entiendo que la tesis del autor, es que los psicópatas existen y están entre nosotros y se las arreglan para llegar a posiciones de poder donde abusar de los demás. Pero no hay que caer en la idea ingenua de que nosotros somos los buenos y ellos los malos. También podemos convertirnos en psicópatas en situaciones donde se premia el abuso, la indiferencia, la frialdad, los resultados a cualquier costo. Esto me recuerda los trabajos tan citados de Zimbardo y la cárcel de Stanford, como las “personas buenas” también hacen cosas malas en muchas circunstancias.

En este tema la alta dirección de cualquier organización y los profesionales de recursos humanos tenemos mucho trabajo. Cuidar que se logren resultados es crucial para la supervivencia y desarrollo de cualquier empresa, pero no puede ser a cualquier costo, sobre todo cuando ese costo implica sufrimiento y daño a las personas.

En el ámbito de Recursos humanos aprender a no confundir abuso con capacidad de gestión o no equivocarse en que los resultados obtenidos a partir del miedo, de la amenaza o del uso denigrante del poder dan lo mismo que los resultados obtenidos con colaboración, innovación y liderazgo resonante.

Tenemos mucho que seguir aprendiendo en este tema y mucho trabajo para cuidar que las organizaciones sean espacios valiosos para trabajar y desarrollarse.