(foto creada por copilot)
1. Introducción.
Hace una semana participé como
profesor en clases sobre liderazgo con estudiantes de la Diplomatura en Gestión
de Personas de la Universidad Nacional de Córdoba, en Argentina, invitado por
mi colega y amiga Vanessa Guajardo.
Comencé la primera sesión con
esta pregunta: ¿cuál es el trabajo del líder? Una interrogante que genera una
amplia gama de respuestas: planificar, persuadir, impulsar, visionar,
movilizar, influir, hacer estrategia, convencer, mostrar, contener, gestionar,
conversar, escuchar, dirigir, mandar, etc.
Por supuesto, algunas de estas
respuestas son menos frecuentes hoy que en el pasado —como "mandar"—,
aunque aún muchas personas asocian el liderazgo con ese verbo.
Luego de escuchar las respuestas,
les compartí lo que para mí es una buena síntesis: el trabajo del líder es R =
R, es decir, gestionar Relaciones para alcanzar Resultados. Un líder no logra
nada por acción directa; lo consigue a través del trabajo de otras personas.
Ojalá hubiera sido yo quien acuñó
esa fórmula, pero como dice la Biblia, "al César lo que es del
César": se la escuché a Laura
Bicondoa, con quien aprendí coaching ejecutivo hace algunos años.
Los resultados no emergen de la
nada, sino de las relaciones que el líder cultiva. Por eso, cuando los
resultados son insuficientes, probablemente alguna relación no está siendo bien
gestionada.
Me resulta interesante una
ceguera que suelo observar: hay personas que identifican de inmediato las
tareas y resultados —especialmente quienes vienen de la ingeniería o la salud—,
y otras que se conectan más fácilmente con el mundo de las relaciones, como
ocurre en el ámbito educativo o social. Lo valioso es poder identificar ambos
dominios y conectar: R = R.
2. Resultados
Cuando hablamos de resultados,
nos referimos a los efectos concretos que una organización busca alcanzar, ya
sean cuantitativos o cualitativos.
Desde lo cuantitativo, la mejor
palabra es meta: objetivos específicos y medibles relacionados con cantidades o
porcentajes. En el mundo organizacional, esto se traduce en los KPI
(indicadores clave de desempeño).
En coaching, también se habla de
objetivos SMART: específicos, medibles, alcanzables, relevantes y con límite de
tiempo.
Muchos líderes transforman sus
objetivos cuantitativos en un tablero de control, herramienta visual para
seguir el avance de las metas.
Pero no todo lo importante se
puede medir, ni todo lo medible importa. Por eso también existen resultados
cualitativos, como los que se expresan en la misión organizacional: propósitos
e intenciones que orientan el rumbo. Aquí aparecen declaraciones inspiradoras
de líderes que, si bien no son medibles, marcan una dirección clara.
A mi juicio, hay dos cegueras
comunes: quienes sólo se enfocan en metas específicas y medibles, ignorando los
sueños o propósitos, y quienes sólo trabajan con ideales sin traducirlos en
acciones concretas.
El trabajo del líder es impulsar
los resultados: comunicarlos, inspirar, persuadir de su importancia y contar
historias que den sentido. Un buen libro sobre este tema es Empieza con el
porqué, de Simón
Sinek.
Liderar con foco en resultados
también implica rendir cuentas ante los stakeholders: dueños, clientes,
comunidad y sociedad. Además, la conversación sobre resultados se vincula con
el pensamiento estratégico: ¿por qué hacemos lo que hacemos?
Como coach y consultor, reconozco
que el ámbito de los resultados no es mi mayor fortaleza. A menudo interpreto
que muchas personas ya trabajan allí, mientras que los mayores dolores no se
encuentran en los resultados, sino en las relaciones.
3. Relaciones
Las relaciones tienen que ver con
los vínculos que se cultivan. Un líder está en permanente interacción con
distintos actores, tanto dentro como fuera de la organización.
Considero valiosa la propuesta de
Ken
Blanchard sobre las cuatro dimensiones relacionales del liderazgo: la
relación consigo mismo, uno a uno, con equipos y con la organización.
Dejando de lado la relación con
uno mismo, la relación uno a uno implica conocer, generar confianza, mostrarse
genuino. Algunas de estas relaciones son más cercanas —como con el equipo
directo— y otras más lejanas.
El líder también se vincula con
los equipos como colectivos y con la organización en su conjunto. ¿Cómo es
percibido? ¿Genera confianza? ¿Escucha?
Las relaciones evolucionan: se
afianzan o se deterioran según la historia compartida. Incluso pueden
quebrarse, especialmente cuando se gestionan mal las diferencias o se traiciona
la confianza.
Siempre digo que las relaciones
se comprenden mejor con metáforas de jardinería: se riegan, cultivan, nutren y
abonan. Su tiempo es más lento que el de los resultados, y muchas
organizaciones no lo respetan.
Gestionar relaciones no implica
ser amigos, aunque la amistad puede surgir. En esos casos, la claridad es
clave: la amistad no puede usarse como excusa para bajar el nivel de compromiso
o transgredir normas.
Me resulta valiosa la distinción
de Goffee
y Jones sobre el carácter organizacional: sociabilidad (relaciones basadas
en el afecto) y solidaridad (relaciones basadas en el propósito compartido).
Por eso, algunas preguntas para
el líder: ¿Cómo es la relación con cada persona clave para alcanzar resultados
(de 1 a 10)? ¿Está mejorando o empeorando? ¿En qué relaciones necesita invertir
más tiempo? ¿Qué ajustes necesita en su forma de interactuar para construir
vínculos sostenibles?
Desde el coaching, entiendo las
relaciones como conversaciones: ¿con quién conversa el líder?, ¿con qué
profundidad?, ¿con qué frecuencia? Pensarlo así permite gestionar las
relaciones, porque las conversaciones son el corazón del liderazgo.
Esta es una idea básica del
coaching ontológico, mirar las relaciones como conversaciones, de manera que,
si queremos mejorar la calidad de una relación, tenemos que mejorar la calidad
de las conversaciones que tenemos.
Pero, debo hacer dos precisiones
importantes:
La primera es no se trata solo del
contenido de la conversación, también es importante la forma o el modo de
conversar. Conozco gente que dice que pide muy bien, porque canónicamente usa
los elementos correctos, pero lo pide de “mal modo”, con lo cual la otra
persona se siente minusvalorada, poco atendida, tratada con poco respeto o
cualquier juicio negativo similar.
Y la segunda precisión, que no se
trata solo de hablar más, sino que también se trata de escuchar más y mejor. ¿Cuántas
conversaciones necesitan que el líder no hable tanto, sino que escuche lo que
piensan, lo que sienten, lo que opinan las personas?
4. Coaching ejecutivo con
líderes
Cuando hago coaching con líderes,
suelo explorar dos mapas: el de los resultados y el de las relaciones.
Sobre resultados: ¿Qué debe
alcanzar la organización? ¿Cuáles son los más estratégicos? ¿Qué estrategia
está implementando para lograrlos? Muchas veces encuentro buenas intenciones,
pero un mapa difuso.
Sobre relaciones: ¿Cuáles son
clave para alcanzar esos resultados? ¿Están dentro o fuera de la organización?
¿Cómo las cultiva? Si están dañadas, ¿qué está haciendo? ¿Qué conversaciones
valientes necesita abrir?
Creo que quienes acompañamos a
líderes en procesos de coaching tenemos una gran oportunidad al poner el foco
en estos mapas.
A menudo, la mayor ceguera no
está en los resultados, sino en las relaciones: su invisibilidad, su
subvaloración o su mal manejo —más por torpeza que por mala intención.
En definitiva, liderar es un arte
que se ejerce en la intersección entre los resultados por los que trabajamos y
las relaciones que cultivamos. Pensar siempre en Resultados y relaciones no
sólo ofrece una brújula para el liderazgo, también es una invitación a mirar
con más atención aquello que, aunque intangible, sostiene todo lo demás: los
vínculos.