Foto tomada de: https://www.ealde.es/coaching-ejecutivo/ |
Cuando estudié coaching ontológico aprendí un formato
que podía ser aplicado a personas que tuvieran cualquier “quiebre”. Luego he
ido aprendiendo la distinción entre “coaching de vida”, “coaching ejecutivo”,
“coaching de equipos” y “coaching organizacional”, distinciones donde el
coachee es distinto y donde sus inquietudes, preocupaciones o lo que quiere
lograr también son diferentes.
Creo que para quienes nos hemos formado en el modelo
ontológico esta distinción no es especialmente clara y siempre me llama la
atención que muchos coaches ontológicos, al no distinguir el coaching ejecutivo
como práctica, en contextos organizacionales, se enfocan en quiebres que no
tienen que ver con el mundo ejecutivo, se olvidan de la importancia de los
resultados para un directivo y no visualizan que sus honorarios los paga la
empresa y no el coachee por lo que administran, en ocasiones, a mi juicio, muy
mal el potencial conflicto de intereses que allí se puede presentar.
Sigo pensando que el modelo ontológico es muy poderoso
y la intuición ontológica, “vivimos en mundos interpretativos” la madre de
todas las distinciones, y que el cambio profundo, generador de mayor
efectividad, no se da sólo en los comportamiento sino que en el observador, que
al mirar un mundo distinto puede hacer otras acciones que antes no hacía. Sin
embargo, estas ideas es necesario ajustarlas al mundo organizacional y
desarrollar una interpretación de la empresa que, en mi opinión, muchos coaches
no tienen, ya sea porque no han trabajado en una organización (no tienen la
experiencia organizacional), ya sea porque no tienen distinciones
organizacionales (estructura, estrategia, procesos, cultura, clima) y entonces
operan desde un sentido común que, en mi opinión, a veces es muy peligroso e
ingenuo (además de arrogante).
¿En qué mundo interpretativo vive un ejecutivo en una
organización?, ¿cómo esas interpretaciones le abren posibilidades y qué
posibilidades le cierran?, ¿cuáles son las historias que se cuentan los
directivos?, ¿cómo interpretamos una organización?, ¿cómo hacemos alianza con
la organización y con los ejecutivos para hacer un trabajo efectivo como
coaches?, ¿cuál es el mundo emocional de los ejecutivos?, ¿cómo el coaching
accede a ese mundo emocional?, ¿qué se entiende por trabajo efectivo, a nivel
del coachee, del jefe del coachee, de los clientes internos del coachee, del
ejecutivo de recursos humanos que nos contrata y del gerente general?. ¿Qué
diferencia tiene nuestra aproximación como coaches al acercamiento que hace
cualquier consultor gerencial? Estas son preguntas que me hago y que la formación
básica como coach ontológico no responde, preguntas que cada vez me parecen más
relevantes al trabajar como coach ejecutivo en organizaciones públicas o
privadas.
El coaching ejecutivo se enfoca en un tipo de cliente
en particular, personas que se desempeñan en contextos organizacionales y
tienen desafíos producto de su desempeño en la organización por lo que los
temas a trabajar estarán estrictamente ligados a su efectividad en el cargo que
ocupan. Según Francisco Yuste (1), en el coaching ejecutivo suele ser la
empresa en la mayoría de las ocasiones el cliente por lo que quien establece la
meta a conseguir es la propia empresa o puede haber conflicto de intereses
entre el objetivo que quiere conseguir la empresa y el objetivo del propio
coachee.
Los conflictos de interés son habituales en el
coaching ejecutivo, ya que el interés de quien nos contrata no siempre coincide
con el del coachee con el que luego trabajamos. Y es central tener un criterio
para hacerse cargo de este conflicto. No creo que el criterio sea privilegiar
al coachee cuando no es el que paga el coaching, pues podríamos terminar
trabajando para que se vaya de la organización, pagados por la organización,
sin que la empresa lo sepa. Y, al revés, privilegiar a la organización, que paga
nuestros honorarios, podría ser excusa para manipular al coachee para que se
ajuste a algo que no quiere, no valida o no le conviene. En estos casos,
probablemente sea mejor que si los intereses no coinciden precisamente el
coaching deba orientarse a que esas conversaciones tengan lugar entre el
coachee y su jefatura y hablen de resultados, relaciones, buscando nuevos
acuerdos.
La mayor parte de los coachees en el caso del coaching
ejecutivo son personas que ocupan posiciones directivas o de jefatura, ya sea a
niveles más estratégicos o a niveles más operativos, lo que de alguna manera
diferenciará los temas a trabajar y los desafíos a abordar. Posiblemente
desafíos estratégicos en la alta dirección, desafíos políticos y operacionales
en la línea media.
Según Henry Mintzberg (2) las organizaciones se
encuentran conformadas por varios componentes. Dos resultan de interés para el
coaching ejecutivo: la alta dirección o ápice estratégico y la línea media.
Alta
dirección: Se encuentra compuesta por
un pequeño grupo de personas que dirigen la organización, realizan diseño
estratégico, consiguen recursos, vigilan el entorno. Se lo llevan en reuniones
y toman mucho café. Su tema es “la estrategia”.
Línea media: Estas son las personas que hacen de enlace entre la
alta dirección y las personas que operan, que realizan el trabajo de cara al
cliente. Se encargan de “bajar” la estrategia a la operación y de “subir” la
retroalimentación de la operación hacia la gerencia. Tienen una crisis
permanente de lealtad ya que ambas partes, quienes operan (sus subordinados) y
a quienes reportan (sus jefes) les piden que los sigan. Y, por otro lado,
siempre corren el riesgo de distorsionar los mensajes que suben o que bajan.
Por esta razón sus principales temas son la política (nadie puede tener dos
señores porque amará a uno y odiará al otro) y la operación.
Es interesante destacar este punto, pues producto de
su ubicación en la estructura organizacional, los asuntos que les preocupan
como para requerir un coaching son de orden laboral y no personal. Es cierto
que pueden ser temas personales, pero en el contexto de su desempeño en la
organización por lo que el coach ejecutivo debe mantener siempre este foco y si
“se mueve” hacia los temas más personales saber que está en otra cosa, lo que a
veces puede suponer terminar el coaching ejecutivo.
En este contexto Laura Bicondoa (3) hace una
distinción bien interesante entre “coaching por obligación” y “coaching por
elección”, el primero cuando el ejecutivo tiene que asistir al coaching porque
otra persona lo decidió, a veces casi como la última oportunidad para mejorar
el desempeño antes de ser despedido y, la segunda, como una posibilidad que
ofrece la organización a quienes quieren o necesitan desarrollarse,
proveyéndolos de recursos para ese objetivo.
Me gustó la distinción anterior, pues establece dos
contextos diferentes para la acción del coach ejecutivo. El primero requerirá una
conversación del coachee con su jefe para recibir retroalimentación clara y
directa de sus dificultades de desempeño que ameritan coaching y una
conversación entre el coach y el cliente para clarificar expectativas ya que
probablemente hay casos en que se espera que el coach haga magia y, si no la
hace, actúe de chivo expiatorio y en definitiva la persona sea desvinculada
porque el coach no hizo su trabajo y no por déficits de desempeños atribuibles
al propio coachee o a decisiones tomadas por otros. En el segundo caso es un
contexto bastante más ideal cuando se trata de personas de alto potencial, de
personas motivadas por su carrera, de clientes que tienen planes de desarrollo.
En esto del contexto me parece una buena práctica
acordar las “reglas del juego” del coaching ejecutivo, diferenciándolas de las
normas. Las primeras explicitas y las segundas generalmente asumidas de manera tácita
sin conversaciones. La importancia de aclarar las reglas que rigen la relación
de coaching es fundamental para que no
hayan malos entendidos y quede a todo el mundo claro que esperar del coaching.
Por ello, en el coaching ejecutivo se suele utilizar
un contrato o acuerdo de coaching, en el que se especifica quienes son los
contratantes, además del coach y del coachee, el jefe del coachee. Yo he
desarrollado un modelo donde indico que es el coaching ejecutivo, cuantas
sesiones dura, cuánto dura cada sesión, qué no es el coaching (terapia,
atención médica, etc) y los objetivos a trabajar durante el proceso. Se le pide
al coachee que tenga una conversación con su jefe donde acuerde los objetivos y
ambos firmen el acuerdo. Esta es una buena práctica que genera una
explicitación de expectativas y un alineamiento coach – coachee – jefe. De
acuerdo a mi aprendizaje se contratan 6 u 8 sesiones, una por semana al
principio y, a veces, las últimas quincenales.
En el coaching ejecutivo, además de coach y coachee
siempre hay otros clientes que no están presentes en la sesión de coaching pero
que tienen una presencia importante en el proceso y participan activamente de
este. Se trata del jefe del coachee y del jefe de recursos humanos. El primero
tiene intereses claros en que la persona que participa del coaching logre
objetivos – resultados – metas que estén alineadas con el área que dirige y por
ello debe involucrarse en el
establecimiento de los objetivos que el coachee va a procurar alcanzar con el
coaching. El segundo, que suele ser el que contrata y que paga por el servicio,
quiere saber qué está pasando con el coachee y por ello requiere informes del
proceso, del avance, de la motivación, etc.
En los procesos de coaching ejecutivo debe
explicitarse que informes se entregarán a la empresa que paga por el proceso,
de modo que el coachee no sea sorprendido por algún comentario que uno haga de
él. De hecho, en el contrato de coaching debe acordarse de que la reserva se
rompe cuando el coachee amenaza con cualquier acción que dañe a su empleador o
cuando explicita que va a renunciar o se encuentra buscando trabajo. También
que todo lo relacionado con los objetivos del coaching, conocidos por el
coachee y su jefe, serán comunicados a la empresa. Yo agrego que cuando se
hable de temas personales de la vida personal o de la historia, eso no se le
informa a la empresa y lo declaramos reservado.
Esta distinción también la encontré muy importante ya
que a diferencia del coaching de vida, que no hay que rendirle mucha cuenta a
nadie, en el coaching ejecutivo hay que incorporar a la conversación al jefe,
pidiéndola al coachee que vaya a conversar con él y negocien algunas metas que
quiere alcanzar y, en el caso del jefe de recursos humanos, debe realzarse
algún tipo de reportes que sin ofender la debida reserva y confidencialidad le
permita a este cliente saber que el proceso avanza y que avanza bien.
Como en todo coaching, el coaching ejecutivo se nutre
de las buenas preguntas, de preguntas movilizadoras, ¿qué quieres lograr?, ¿qué
quieres trabajar?, ¿qué metas quieres alcanzar?, ¿qué recursos te han servido
para llegar acá?, ¿qué competencias requieres potenciar?. Además se le dan
tareas al coachee para que pueda probar nuevas prácticas, tales como tener una
conversación con alguien en particular, observar algo en especial. Recuero por
ejemplo, haber trabajado con un gerente de ventas que tenía muy buenos
resultados comerciales pero grandes dificultades de clima organizacional con su
equipo, haberle pedido que se reuniera con algunos colaboradores y les
preguntara qué necesitaban de él, sólo escuchando las respuestas sin
comentarios posteriores. Gran sorpresa cuando vuelve a la sesión y me indica
algo así como “que importante escuchar a la gente”.
Esto me gusta, preguntar por recursos, por
oportunidades, por desafíos, por nuevas acciones. Todo ello lleva al coachee a
empoderarse, a recuperar poder, a ver posibilidades que no veía con
anterioridad cambiando el estado de ánimo en que se mueve. A diferencia de la
capacitación o de la consultoría que es más directiva y donde se le dice al
cliente que hacer, en el coaching ejecutivo, por la vía de hacer preguntas y
proponer tareas se lo mueve a clarificar, a buscar desafíos, a mirar de otra
manera.
“El futuro no
lo determina el pasado”, siempre cabe la posibilidad de efectuar cambios y
cultivar nuevas prácticas. Mirar el pasado con cariño pero alejarnos de las
explicaciones tranquilizantes en que culpamos al pasado de algo y vivimos con
resignación el presente. El coaching ejecutivo se orienta al futuro, no al
pasado y buscar desafiar al coachee a mirar su futuro en busca de nuevas
posibilidades, trayendo al presente recursos que le permitan construir ese
futuro de posibilidades.
Fuentes y referencias:
1.- Yuste, Francisco (2014). Herramientas de coaching
ejecutivo. Bilbao. Editorial Desclee de Brouwer.
2.- Mintzberg, Henry (1993). El proceso estratégico. México.
Prentice Hall.