la foto es de https://ubuntulife.wordpress.com/2016/11/06/la-verdadera-historia-de-caperucita-y-el-lobo-feroz/ |
Hace un tiempo atrás escribí un
post sobre el libro “conversar” de
Cesar Grinstein. Una de las ideas interesantes expuestas ahí, aunque no
privativa de este autor, es que vivimos
en mundos narrativos, nos contamos cuentos acerca de todo.
Desde el momento que somos seres
lingüísticos elaboramos interpretaciones de todo lo que nos rodea,
interpretaciones que además muchas veces ni siquiera son nuestras sino que nos
vienen dadas por la familia de origen o la cultura de la que formamos parte.
Y de alguna manera nos vamos
quedando atrapados en nuestros cuentos, los que algunas veces nos abren
posibilidades y otras nos las cierran, sobre todo cuando se vuelven limitantes,
defensivos, autorreferentes y excluyentes.
En el enfoque ontológico se hace
una distinción entre las afirmaciones y los juicios, actos de habla
característicos del lenguaje humano. En el primero se describe lo que se
observa y puede ser considerado verdadero o falso (o incierto en algunos
casos). En el caso del segundo se refiere a opiniones, puntos de vista,
interpretaciones y, definitivamente, no pueden ser considerados verdaderos ni
falsos, sino que validos o inválidos, fundados o infundados.
Uno de los errores ontológicos
más habituales es confundirse de plano y tratar las afirmaciones u
observaciones como si fueran una opinión o tratar las opiniones como si fueran
observaciones. En el primer caso, la psicología y psiquiatría tradicional
dictaminaría una alteración del juicio de realidad y, en el segundo caso, estamos
en presencia de “dueños de la verdad” que se distancian de sus puntos de vista,
que omiten al observador que enjuicia y proponen que lo dicho por ellos es como
“las cosas son objetivamente”, “de verdad”
Creo que esto es tan común y es
fuente de tanto malestar, de tanto conflicto entre personas. Basta mirar el
caso de la política, como las personas tienen legítimamente ideas acerca de
cómo debiera ser la convivencia entre los habitantes de la polis, ideas de las
normas que nos deben regir, del comportamiento económico y de muchas cosas más.
Todas son opinables, ninguna es una verdad absoluta. Y, sin embargo, a la hora
de conversar muchos tratan sus ideas como si fueran la verdad y a la otra
parte, que sostiene algunas ideas distintas, como si fuera un “contrincante”,
“un enemigo”, “alguien inmoral”. Yo opino que de esto no se salva ni la
izquierda ni la derecha.
Lo que digo me recuerda incluso
las guerras religiosas de la edad media, entre católicos y protestantes, cada
uno dueño de una verdad y legitimando la violencia para destruir a la otra
parte, que no era que tenía una opinión distinta, sino que definitivamente “era
malvada”, “no veía como las cosas eran de verdad” u otros razonamientos
parecidos.
Ya lo dice Maturana en su
magnífico libro “La objetividad, un argumento para obligar”, como apelar a un
acceso privilegiado a la verdad, más que una cuestión cognitiva o científica u
ontológica tiene que ver con el poder de ponerse encima de otros seres humanos
y obligarlos a hacer lo que queremos que hagan y así legitimar la violencia.
Todo tiene dos versiones, al
menos. Todos los cuentos se pueden contar de distinta manera.
Me acordé del cuento de “la
caperucita roja contada por el lobo”, historia que nos invita a
desafiar nuestra perspectiva rígida del mundo y centrada sólo en como nosotros
vemos las cosas. También nos invita al diálogo, ya que solo dialogando con
sinceridad se descubren todas las perspectivas y se pueden construir buenos acuerdos.
Les dejo el cuento de regalo.
“El bosque era mi hogar. Yo vivía
allí y me gustaba mucho. Siempre trataba de mantenerlo ordenado y limpio. Un
día soleado, mientras estaba recogiendo las basuras dejadas por unos turistas
sentí pasos. Me escondí detrás de un árbol y vi venir una niña vestida en una
forma muy divertida: toda de rojo y su cabeza cubierta, como si no quisieran
que la vean. Andaba feliz y comenzó a cortar las flores de nuestro bosque, sin
pedir permiso a nadie, quizás ni se le ocurrió que estas flores no le
pertenecían. Naturalmente, me puse a investigar. Le pregunte quien era, de
donde venía, a donde iba, a lo que ella me contesto, cantando y bailando, que
iba a casa de su abuelita con una canasta para el almuerzo.
Me pareció una persona honesta,
pero estaba en mi bosque cortando flores. De repente, sin ningún remordimiento,
mató a un mosquito que volaba libremente, pues también el bosque era para él.
Así que decidí darle una lección y enseñarle lo serio que es meterse en el
bosque sin anunciarse antes y comenzar a maltratar a sus habitantes. La dejé
seguir su camino y corrí a la casa de la abuelita. Cuando llegue me abrió la
puerta una simpática viejecita, le expliqué la situación. Y ella estuvo de
acuerdo en que su nieta merecía una lección. La abuelita aceptó permanecer
fuera de la vista hasta que yo la llamara y se escondió debajo de la cama.
Cuando llegó la niña la invite a
entrar al dormitorio donde yo estaba acostado vestido con la ropa de la
abuelita. La niña llegó sonrojada, y me dijo algo desagradable acerca de mis
grandes orejas. He sido insultado antes, así que traté de ser amable y le dije
que mis grandes orejas eran par oírla mejor.
Ahora bien me agradaba la niña y
traté de prestarle atención, pero ella hizo otra observación insultante acerca
de mis ojos saltones. Ustedes comprenderán que empecé a sentirme enojado. La
niña tenía bonita apariencia pero empezaba a serme antipática. Sin embargo
pensé que debía poner la otra mejilla y le dije que mis ojos me ayudaban para
verla mejor. Pero su siguiente insulto sí me encolerizo. Siempre he tenido
problemas con mis grandes y feos dientes y esa niña hizo un comentario
realmente grosero.
Sé que debí haberme controlado
pero salté de la cama y le gruñí, enseñándole toda mi dentadura y diciéndole
que eran así de grande para comerla mejor. Ahora, piensen Uds.: ningún lobo
puede comerse a una niña. Todo el mundo lo sabe. Pero esa niña empezó a correr
por toda la habitación gritando y yo corría atrás de ella tratando de calmarla.
Como tenía puesta la ropa de la abuelita y me molestaba para correr, me la
quité pero fue mucho peor. La niña gritó aún más. De repente la puerta se abrió
y apareció un leñador con un hacha enorme y afilada. Yo lo mire y comprendí que
corría peligro así que salté por la ventana y escapé.
Me gustaría decirles que este es
el final del cuento, pero desgraciadamente no es así. La abuelita jamás contó
mi parte de la historia y no pasó mucho tiempo sin que se corriera la voz que
yo era un lobo malo y peligroso. Todo el mundo comenzó a evitarme. No sé qué le
pasaría a esa niña antipática y vestida en forma tan rara, pero si les puedo
decir que yo nunca pude contar mi versión. Ahora Ustedes ya lo saben”
Una invitación a no sentirnos
dueños de la verdad, a preguntar por la otra historia, a conocer como miran
desde el otro lado las cosas, a chequear antes de formarnos una idea definitiva
de cualquier tema.
Si vamos a comportarnos como
jueces de los demás, escuchar siempre las dos versiones antes de emitir un
veredicto final acerca de las intenciones o acciones de las otras personas.
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