No soy muy asiduo a ver el
festival de Viña del Mar, tampoco a interesarme mucho en los temas de farándula
por lo que identifico poco a quienes hacen noticia por estos temas. Sin
embargo, hace unos días venía desde Santiago a La Serena con mi amigo Sergio
Figueroa, quien sintonizó en su auto la actuación del humorista George Harris
en la Quinta Vergara y bueno, me entusiasmé con ver el festival.
Reconozco que sufrí por su
actuación. Vi como lo presentaron los animadores, vi el inicio de su show, las
pifias del público, su primera reacción ante el rechazo a su presentación por
parte de la asistencia, el salvavidas que le dieron los conductores para que
continuara su actuación, otra vez su confrontación con el público y luego el
fin del show.
Pensaba, no debe ser fácil estar
ahí. Es un tremendo desafío pararse delante de un público y mostrarse,
exponerse, ya sea cantando, dando una charla, haciendo un sermón, haciendo una
clase y, lo que hace el humorista, contando una rutina divertida para que la gente
se ría.
Por supuesto que a nadie se le
obliga a actuar frente a un público y verse expuesto tanto a la aprobación como
al rechazo de la audiencia. Más en este caso, creo que se trata de una persona
que tiene alguna trayectoria como comediante – humorista o lo que sea a nivel
internacional. Y, además, es un trabajo remunerado, así que acepta someterse al
riesgo profesional, podríamos decir de un modo voluntario.
No obstante ello, hoy es cada vez más necesario "pararse delante de un público" y contar un cuento, es una competencia profesional cada vez más importante y veo gerentes, directivos, ingenieros, profesionales de distinta formación sufriendo por este nuevo riesgo profesional.
Supongo que, a muchos,
incluyéndome, ya que me dedico a realizar capacitación, nos ha pasado tener un
auditorio poco entusiasta con la presentación e incluso hostil y, no es fácil
mantener la sangre fría, revisar la estrategia, mantener un guion, gestionar
las emociones que aparecen y “sobrevivir” a la experiencia.
Mi opinión es que la actuación
fue un fracaso. No tuvo una recepción positiva del público, su rutina no generó
risa ni alegría en los asistentes, se retiró frustrado y, al menos lo que he leído
en los medios estos días, es que “el monstruo”, como le dicen en Chile, se
comió a George Harris.
Lo que me ha llamado la atención posterior,
son las explicaciones del mal resultado del humorista. Algunos aluden a su condición
de venezolano, explicación que tiene dos caras, en algunas redes sociales
representa al inmigrante ruidoso, arrogante, poco considerado de las costumbres
chilenas. En otras redes sociales es un fascista que apoya a los reaccionarios
que quieren derribar la gloriosa revolución de Chávez y Maduro. En cualquiera
de estas explicaciones, el mal resultado es causado por su condición de
venezolano y él no tiene ninguna responsabilidad en lo mal que le fue.
Por supuesto que no me gusta la explicación
anterior y no tengo argumentos para apoyar ninguna de las dos y menos
transformar la actuación de un humorista en una discusión política sobre Venezuela.
Toda esta narración me ha llevado
a hacer algunas reflexiones a propósito de coaching, que es a lo que me dedico.
Por supuesto que ni los organizadores del festival ni menos George Harris me lo
han solicitado, sólo son reflexiones a partir de la contingencia, aprovechando
este verano que ya termina.
Mi primera reflexión es decir que
algo es un éxito o un fracaso no es más que un juicio, una opinión. Las
opiniones no son ni verdaderas ni falsas, sólo son opiniones. Y con justa razón
podría ocurrir que alguien encontrara la actuación del señor Harris maravillosa
y otras personas la encontrarán deficiente. Una opinión depende de las
expectativas, los criterios, la experiencia previa y muchas variables más. Incluso,
una opinión compartida no se transforma en verdadera, sólo es una “opinión compartida”.
Además, la opinión de la propia persona puede ser distinta del público, uno
considera que lo ha hecho bien y otras personas opinan que lo ha hecho mal.
Por supuesto que las opiniones no
son triviales, ya que el tener una u otra opinión tiene fuerte relación con
nuestra identidad y autoestima. Creo que algo de aquello debe ocurrir con el
señor Harris, mantener la opinión que su trabajo fue adecuado y que por ser
venezolano se lo critica injustamente lo salva de ver afectada su identidad e
incluso su autoestima. Debe ser duro y doloroso reconocerse a sí mismo que hizo
mal su trabajo, por lo que mejor asumir que hubo injusticia antes que revisar
su trabajo con otros ojos más críticos.
Sin embargo, ello le impide algo
que es muy significativo y necesario en la vida que es el aprendizaje. Siempre
cabe la posibilidad, que nos equivoquemos, que no hagamos bien nuestro trabajo,
que no consigamos los resultados esperados. Y, por doloroso que pueda ser, en
la equivocación surge la posibilidad de revisar como planificamos el trabajo,
qué procesos seguimos, que destrezas llevamos a cabo, en definitiva, la
posibilidad de realizar las acciones de un modo distinto y así tener mejores
resultados.
Creo que aquí aparece algo
también super valioso que es la tensión entre humildad y arrogancia. La actitud
arrogante es la actitud de quien se niega a aprender, quien considera que ya se
lo sabe todo y que por tener 10 – 20 o 30 años de experiencia está libre de errores
y si los demás no opinan que lo ha hecho bien los equivocados son los demás. En
cambio, la humildad es la actitud de aprendizaje, de disponibilidad a revisar
cómo hacemos nuestro trabajo y estar disponibles a aceptar la posibilidad que los
resultados no sean los esperados.
Esto me lleva a otra reflexión y
es cómo explicamos o interpretamos cuando las cosas salen mal. Esta es la
diferencia entre las explicaciones que le “echan la culpa al empedrado” y las
que se hacen cargo. Es posible que en el caso de George Harris hubiera una conspiración
para pifiarlo, no se puede descartar. Incluso cabe la posibilidad, he leído por
ahí, que los organizadores del festival lo llevaran a propósito para verlo fracasar
y aprovecharse de las tensiones con los inmigrantes venezolanos en Chile para
ganar rating para el evento. No lo descarto, pero no lo creo. El problema con
dichas interpretaciones es que son inmovilizantes, no permiten ni cambio ni
aprendizaje.
En cambio, hay otras
explicaciones – interpretaciones para el hacerlo bien o hacerlo mal que se
basan en aquello sobre lo que se tiene control. ¿Cómo planificó su trabajo?, ¿cuánto
estudió al posible público que podría asistir al festival?, ¿qué otros
humoristas han actuado y les ha ido bien?, ¿qué han hecho aquellos que les va
bien?, ¿es lo mismo una rutina en un teatro en Miami que en un teatro al aire
libre como en Viña del mar? Las palabras que usa, ¿serían entendidas por el público?
Si hay un público conspirando ¿qué estrategia utilizar para desarmarlos? No
digo que sea fácil, pero hacer interpretaciones en clave “locus de control
interno” da la posibilidad de verse a sí mismo como alguien que puede cambiar
las cosas, que puede aprender, que puede comportarse de un modo diferente.
No quiero darle más gravedad al
asunto, sólo es una actuación de un humorista en un festival veraniego en un
país del sur del mundo y quedará para la anécdota y para la conversación del
mes de febrero.
Creo que lo importante es que nos
permite reflexionar, como metáfora, sobre otros espacios como la vida personal
o la vida laboral, donde tantas veces ocurre que no logramos los resultados que
esperamos obtener y nos quedamos paralizados sin saber que hacer para cambiar.
Es en esas circunstancias
necesario movernos a la humildad y revisar nuestras acciones o nuestras
creencias para vislumbrar nuevas posibilidades y así vivir más felices la vida
y con mejores resultados en lo que nos resulta importante.