Mostrando entradas con la etiqueta Carl Honoré. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Carl Honoré. Mostrar todas las entradas

domingo, 7 de diciembre de 2025

Slow Productivity por Carl Newport

 


Cal Newport es un autor que he citado varias veces en este blog, especialmente su libro “Deep work” o “Enfócate” en su traducción al castellano. También he comentado  Hazlo tan bien que no puedan ignorarte” y “Un mundo sin e-mail”. En cada nuevo libro Newport profundiza sobre un conjunto relativamente estable de ideas que ha ido desarrollando a lo largo de los años.

Lo que me resulta interesante en su trabajo es la invitación permanente a centrarse en lo verdaderamente importante y a no perderse en la superficialidad ni en la multitarea, que pueden resultar entretenidas en el corto plazo, pero carentes de significado en el largo. También es valiosa su insistencia en desarrollar estrategias concretas para concentrarse: no basta declararlo; hay que llevarlo a la práctica día a día.

Por eso que me pareció necesario comentar su último trabajo “Slow productivity” publicado el 2024. En él hace una pregunta que resuena con quienes reflexionamos sobre el sentido del trabajo: ¿qué significa producir bien en un mundo que nos exige producir todo el tiempo? El libro propone una mirada profunda y humana, que reencanta el acto de trabajar al devolverle significado y sentido.

Newport critica la pseudoproductividad, una de las trampas más extendidas del trabajo contemporáneo: la ilusión de estar avanzando solo porque estamos en movimiento. Se expresa en la acumulación incesante de tareas visibles, en la obligación tácita de responder de inmediato, en la urgencia perpetua que confunde actividad con aporte. Bajo esta lógica, lo que importa no es la calidad del pensamiento ni la profundidad de lo producido, sino la apariencia de ocupación. La pseudoproductividad instala así una paradoja: mientras más nos esforzamos por demostrar que estamos “haciendo cosas”, menos espacio dejamos para el trabajo que realmente requiere concentración, juicio y creatividad.

La obsesión contemporánea con la productividad ha terminado por distorsionar la relación que tenemos con el trabajo y con nosotros mismos. Bajo su influjo, todo debe ser optimizado, medido y acelerado, como si la vida fuera un proyecto industrial y no una experiencia humana compleja. Esta fijación nos lleva a evaluar nuestro valor personal por la cantidad de actividades realizadas, transformando el tiempo en una carrera interminable y vaciando de sentido lo que hacemos. En este marco, la eficiencia se vuelve un fin en sí mismo y no un medio, y se sacrifica la calidad, el bienestar y hasta la creatividad para sostener la apariencia de rendimiento constante. El resultado no es mayor realización, sino una forma renovada de alienación: trabajamos más, pero pensamos menos; avanzamos más rápido, pero comprendemos menos lo que estamos haciendo; producimos más, pero nos sentimos más lejos de aquello que nos importa.

La idea central del libro es que el trabajo intelectual necesita otra relación con el tiempo. No se trata de hacer menos por flojera o desidia ni de esconderse de las responsabilidades, sino de reconocer que la profundidad requiere respiro y tranquilidad, que el pensamiento necesita espacio y que la creatividad se despliega cuando el ritmo acompasa la naturaleza humana.

Newport denomina a esta alternativa “productividad lenta”, no como sinónimo de pasividad, sino como una invitación a poner cada cosa en su lugar. Lo lento aquí es una disposición interna que privilegia el foco por sobre la dispersión y la solidez por sobre la prisa.

En este punto, el autor conecta con el movimiento por la lentitud iniciado en Europa a propósito de la comida lenta y otras “lentitudes” como las ciudades lentas. Hace un tiempo atrás comenté en este blog el libro de Carl Honoré, Elogio de la lentitud, donde propone que desacelerar no es retroceder, sino recuperar la sensatez en un mundo que ha confundido velocidad con valor. Su trabajo invita a releer el tiempo como un recurso que no debe ser exprimido y denuncia cómo la aceleración crónica empobrece nuestras capacidades de atención, disfrute y profundidad. Honoré sostiene que un ritmo más humano permite reconectar con la calidad de nuestras experiencias y decisiones. En su visión, la lentitud no es una técnica, sino una filosofía que restituye equilibrio a la vida y que cuestiona la lógica productivista que domina las organizaciones y la cultura contemporánea.

A propósito de lentitud y tiempo, me acordé de otro libro que he comentado en este blog, "Cuatro mil semanas: Gestión del tiempo para mortales" de Oliver Burkeman, donde se resalta que una vida humana promedio de 80 años suma aproximadamente 4,000 semanas, un número sorprendentemente pequeño que obliga a priorizar y aceptar la finitud, dejando de lado la ilusión de "hacerlo todo" para enfocarse en lo esencial y construir una vida con sentido, desafiando la productividad obsesiva.

La propuesta de Newport parte de un diagnóstico claro: los trabajadores del conocimiento están sometidos a una visibilidad constante de sus tareas. El resultado es una agenda que se llena sin criterio, un estado permanente de tensión y una sensación de fragmentación que impide desplegar el verdadero potencial del trabajo profundo.

Para trabajar de un modo más lento y, paradójicamente, más productivo, Newport propone tres principios y algunas recomendaciones.

Primer principio: Hacer menos. Significa aceptar que no podemos, ni es conveniente mantener demasiados frentes abiertos. La dispersión cognitiva es enemiga del juicio, y Newport sugiere que la madurez profesional requiere distinguir lo esencial de lo accesorio. Hacer menos no es retraerse, sino ordenar. Es liberar carga inútil para que lo importante pueda florecer. Para el autor este ajuste no solo mejora la calidad del trabajo, sino que también restituye la serenidad necesaria para pensar con claridad.

Segundo principio: Trabajar al propio ritmo natural. Newport recuerda que el trabajo intelectual no opera bien bajo la lógica de la estandarización mecánica. Cada persona, cada proceso y cada etapa requieren un tempo distinto, y forzar un ritmo único genera desgaste y pérdida de profundidad.  Este principio recupera la idea de una relación orgánica con la tarea: trabajar al ritmo que la mente puede sostener, no al que la cultura laboral impone, permitiendo que la energía se movilice sin fricción. Newport no lo plantea como indulgencia, sino como disciplina: una disciplina que cuida el proceso para honrar mejor el resultado.

Tercer principio: Obsesionarse con la calidad. En su libro, el autor sostiene que la razón última del trabajo del conocimiento no es la cantidad, sino el valor que aporta. La calidad no aparece por accidente ya que requiere tiempo, silencio interior y un compromiso profundo con la propia obra. La obsesión que propone no es perfeccionismo, sino una ética del oficio que implica elevar el estándar interno, decidir que cada entrega tenga sentido y evitar la tentación de sacrificar profundidad en nombre de la visibilidad inmediata. La calidad, en esta lectura, es un acto de responsabilidad. Es reconocer que nuestro trabajo tiene consecuencias, que nutre conversaciones, decisiones y experiencias. La productividad lenta quiere preservar ese impacto, no diluirlo en una avalancha de tareas menores.

Conclusión:

Es posible que slow productivity no sea para todo el mundo, especialmente para quienes realizan trabajos contingentes, que requieren la solución inmediata de problemas o la realización de procedimientos rutinarios de poco valor creativo. También es posible que tampoco sea un modelo para quienes valoran trabajar en varias tareas al mismo tiempo o se desenvuelven en ambientes laborales donde ir lento y reflexivo sea mal visto y se prefiera actuar de manera frenética y ruidosa. Tampoco puede ser para quienes no son autónomos en la determinación de sus cargas de trabajo y no les queda más que andar al ritmo que dictan otros.

Pero, para quienes realizan trabajo creativo, profundo, con autonomía y con interés en producir obras de valor en el largo plazo es un modelo bonito, bien inspirado y optimista con el aporte que hacemos los seres humanos.

sábado, 28 de enero de 2023

Elogio de la lentitud por Carl Honoré

Conversando con una persona con la que estamos realizando un proceso de coaching, llegamos al tema de la velocidad en distintas dimensiones: en la vida, en el trabajo, en el alimentarse, hasta en el sexo, en definitiva, la velocidad en la vida. La conclusión a la que arribamos es la necesidad de aprender a graduar la velocidad, a veces, en algunas actividades más rápido y, a veces, en otras situaciones, más lento. En vez de dejar que el entorno determine la velocidad con qué vivimos, ser capaces de elegir el ritmo para cada actividad.

Como me suele pasar luego de muchas conversaciones, me acordé de dos libros, por un lado, un libro que hemos comentado en este blog que se llama “La era de la velocidad” de Vince Poscente y “Elogio de la lentitud” de Carl Honoré, que tengo hace mucho rato en mis pendientes y que me he dedicado esta semana a leer.

El autor cuestiona nuestra conducta obsesiva de querer hacerlo todo más rápido. ¿por qué todo tiene que ser más rápido?, y por supuesto la respuesta es que sin duda hay cosas que nos pueden venir bien que sean más rápidas o al menos que no sean más lentas, pero hay otras actividades en que correr no siempre es la mejor manera de actuar. Por ello sostiene que “a medida que nos apresuramos por la vida, cargando con más cosas hora tras hora, nos estiramos como una goma elástica hacia el punto de ruptura”

El argumento es que ciertas cosas no pueden o no deberían acelerarse, requieren tiempo, necesitan hacerse lentamente. Por eso “cuando aceleras cosas que no deberían acelerarse, cuando olvidas cómo ir más lentamente, tienes que pagar un precio”.

A medida que voy leyendo el trabajo pienso en algunos ámbitos en los que me hace mucho sentido lo planteado por el autor, por ejemplo, la alimentación. Como le pasa a mucha gente, tengo la costumbre de comer rápido y me he preguntado cuan bien me haría alimentarme más lento.

Otro ámbito donde la lentitud puede ser muy provechosa es en la vida familiar. A veces nos pasa en casa que almorzamos todos rápido y uno de mis hijos lo hace notar con lo cual bajamos el ritmo y conversamos, compartimos más como familia, lo que nos da la gran oportunidad de escucharnos unos a otros y disfrutar la vida en conjunto.

Se me ocurre que la educación también puede ser un espacio que se beneficie con una mejor graduación de la velocidad. Por supuesto que, sin perder ritmo ni pedagogía, hay aprendizajes que tienen que hacerse lentos, que requieren sedimentación, por lo que tienen que hacerse de a poco paulatinamente. Al respecto hay muchas profesiones que no se pueden adquirir en un par de horas, sino que necesitan meses o años y parte del aprendizaje, precisamente, es saber pasar por etapas de aprendiz para llegar a un nivel de seniority.

Incluyo también como espacio lento las relaciones, hay relaciones como la pareja o la amistad que se forman lentamente, que requieren profundidad, conocimiento, historia y que, por lo tanto, no pueden construirse de un día para otro, necesitan mucho tiempo.

Y, como este es un blog enfocado en la gestión de personas, el liderazgo y el mundo laboral, nos queda el ámbito del trabajo. Hay tareas rutinarias, de poco valor que mientras más se automaticen y más rápido se hagan mejor, “no hay tiempo que perder”. Pero, hay otras tareas que requieren reflexión, análisis y que al hacerse de manera rápida pueden significar que se hagan mal y que, por lo tanto, tengan que hacerse de nuevo. Esto me recuerda un libro que habla de este tema desde una perspectiva parecida, el trabajo de Cal Newport, “Enfócate”, donde critica el trabajo superficial y el multitask, abogando por el trabajo profundo, concentrado, en distintas formas y modalidades.

Finalmente, hay espacios de la vida donde lo importante es la contemplación y el disfrute, donde hacer las cosas lentas, observar, conectarse, estar ahí es lo crucial y al apurarse pierden todo su encanto. Ahora que en Chile estamos en febrero, con vacaciones, que el verano vaya lento es la oportunidad de disfrutar, de gozar una tarde de piscina, una mañana de levantarse tarde, una conversación con la familia, una caminata por cualquier parte.

Como dicen que decía Napoléon “vísteme despacio que tengo prisa”, el libro es una invitación a ser más conscientes de la velocidad con que vivimos, a mantener el ritmo en ciertos espacios y lugares y a ralentizarlo en otros momentos, para que seamos dueños de nuestro tiempo y no víctimas pasivas de la velocidad fijada por otros.