Cada cierto tiempo leo el blog de Amalio Rey, en el que habla de variados temas. Hace algunas semanas atrás publicó
un post sobre el libro de Paul Dolan, de referencia en este artículo. En dicho artículo realiza un resumen del libro junto
con algunos comentarios. Es un tema que siempre anda dando vueltas y hasta
ahora no lo he estudiado, excepto la lectura de Martín Selligman y “la auténtica
felicidad”, texto que ya comentaré. Compré el libro motivado por dicho artículo
y después de leer los primeros capítulos definitivamente me aburrí leyéndolo. Tiene
algunos giros simpáticos como cuando habla de su tartamudez o cuando elogia a
Daniel Kahneman, pero el resto me pareció aletargante.
El autor aplica conceptos y modelos económicos al estudio de
la felicidad, considerando principios
económicos como de escasez o como optimizar la producción de felicidad y otros
conceptos parecidos. En mi opinión, pierde lo esencial que es la vivencia, el
juicio, el sentimiento de las personas frente a este tremendo tema. Es lo que
me pasa cuando se aplican modelos cuantitativos o experimentales a algo que es
esencialmente cualitativo, no experimental.
Eso sí, debo rescatar algunas ideas interesantes. La primera
es la definición que hace de felicidad, la que
define como “el conjunto de experiencias de placer y propósito a lo
largo del tiempo”. Las experiencias de placer tienen que ver con disfrute,
gozo. En cambio las experiencias de propósito tienen que ver con sentido. La
felicidad está compuesta por ambas en proporciones variables según cada
persona, pero tiene que tener algo de ambas y no como eventos específicos sino
que como una evaluación de más largo plazo.
A partir de ello habla de las “máquinas de placer” y las “máquinas
de propósito”, algo así como tipos puros, desequilibrados hacia alguno de los
extremos de su definición de felicidad. Su planteamiento es que cada persona
tiene que encontrar un “punto de equilibrio óptimo” entre ambos extremos. Esto
me hace pensar también que quienes tienen mucho placer debieran buscar más
propósito y, por el contrario, quienes tienen mucho sentido, debieran empezar a
pasarlo mejor en la vida.
Creo que ello explica porque personas que tienen mucho placer
pueden ser tan desdichadas al faltarle un sentido o propósito más allá, que le
de valor a su vida. Alguna conexión tiene esto con lo planteado por Víctor
Frankl y su “logoterapia”, que busca rescatar el sentido de lo que hacemos
(sugiero revisar el libro El hombre en busca de sentido). Esto también me hace
pensar como la realización de actividades ingratas y aparentemente poco
placenteras, puede ser muy valioso para algunas personas al estar llenas de
sentido.
Otra de las ideas lúcidas que rescato del libro es que la
felicidad no tiene que ver con los “inputs”, sino que con el procesamiento.
Dicho de otra manera si bien pueden existir correlaciones entre algunos eventos
y la felicidad resultante, sólo son correlaciones no relaciones causales. Esto
corre para el dinero, sexo, matrimonio y cualquier otra variable que podamos
considerar. El que sean correlaciones no significa que haya causa directa entre
esa variable y la felicidad. Además ignora el principio de causalidad inversa,
es decir, dado que alguien es más feliz eso causa que gane más dinero o que
tenga más sexo o cualquier otra cosa. Esto confirma algo que he leído en otros
lados, muchas veces vivimos con la expectativa que tener más objetos producirá
mayor sentido de felicidad y, definitivamente ello no es así. No es lo que
tenemos lo que nos hace feliz, sino que el “modo” en que vivimos.
Otra idea interesante que señala es la relación entre
felicidad y atención. Dice que “la clave para ser feliz está en prestar más
atención a lo que te hace feliz y menos a lo que no”. Parece obvio pero no es
así necesariamente. Muchas veces ponemos más atención a lo que nos hace falta,
a lo que nos deja insatisfechos, al vaso medio vacío. Se parece al enfoque
apreciativo, si preguntamos por debilidades, vemos lo que falta, si preguntamos
por fortalezas vemos puntos fuertes. Esto es también una invitación a poner más
atención en lo que nos da sentido o nos agrada y lo otro aprender a minimizarlo,
no darle tanta importancia.
Finalmente, dice que para ser más feliz hay que hacer lo que
a uno le gusta y le genera sentido, dedicando más tiempo a aquello que nos hace
felices, entre los que cabe pasar tiempo con las personas con las que somos felices.
Lo encuentro tan obvio y no por ello falto de relevancia. Hacer lo que nos
gusta, estar con quienes lo pasamos bien, disfrutar lo que hacemos, estas son
claves sencillas para sentirnos felices.
Hay un tema que no aborda y es el poder de las expectativas.
El otro día hablaba con dos amigos sobre este tema. Vivimos en una generación
más longeva, más educada, más rica económicamente que las generaciones
anteriores y no estoy tan seguro que el sentimiento de felicidad haya
aumentado, más bien predomina una cierta insatisfacción en mucha gente. Y ello
puede tener que ver con cómo manejamos nuestras expectativas, en vez de valorar
los logros, miramos lo que falta. Creo que en esto impacta fuertemente los
medios, quienes permanentemente nos están invitando a comprar otro auto, una
casa más grande, ropa más nueva, viajes más lejos o cualquier otra cosa. Estoy
seguro que sentirse feliz incluye aprender a decir que no a estas ofertas y
tener más libertad para elegir lo que queremos o lo que no queremos.
Me pregunto cómo le enseñamos a nuestros hijos a ser felices
también, a lograr un equilibrio entre lo que tienen y lo que no tienen, lo que
son y lo que pueden ser, sus expectativas, sus sueños, sus esfuerzos, sus
sentimientos. Tremendo tema para seguir halando en otros posts.