Leí en alguna parte que en los
primeros tiempos del automóvil la velocidad máxima que alcanzaban era de 20
kilómetros por hora, toda una hazaña para la época. Hoy estamos acostumbrados a
circular por las calles a 50 kms por hora como máximo, en las carreteras a 100
o 120 kms/hora, a surcar los cielos en aviones que se mueven a 800 o 1000 kilómetros
por hora y otras más.
Si uno se pone a pensar, no hace
mucho más que 20 años, enviar una carta a otra ciudad significaba un par de
días y eso era rápido. Ya enviarla a otro país implicaba mucho más tiempo. Con
la invención del correo electrónico esto ha implicado una instantaneidad en las
comunicaciones nunca vista, instantaneidad que significa velocidad.
Esta anécdota de las cartas me
trae a la memoria una de las canciones más lindas de The Beatles y The carpenters, Mr Postman, canción difícil de
explicar a mis hijos, eso de esperar por recibir una carta de amor, si se podría
haber enviado por correo electrónico. ¿Cómo podrían entender que incluso en
generaciones anteriores una carta demoraba meses en llegar, más aún si se
trataba de enviarla a otro continente?
Y, bueno me encuentro con este
libro muy entretenido de Vince Poscente que precisamente hace una alabanza a la
velocidad, constatando algo que es bastante común en nuestros días, la
aceleración de la vida moderna.
Dice Poscente “hoy queremos
velocidad, la necesitamos y podemos obtenerla, todo ello en un plano nunca
experimentado antes”. A juicio del autor siempre hemos perseguido la velocidad
pero lo que hace algo nuevo en este tiempo son dos factores exclusivos de
nuestros tiempos: la necesidad de velocidad y la capacidad de lograrla.
El deseo de velocidad: a lo largo de la historia nos hemos esforzado por hacer las cosas más
rápido y muchos inventores e ingenieros han trabajado intensamente por desafiar
la velocidad.
Capacidad de lograrla: Con el boom de las tecnologías que nos permiten alcanzar velocidad, esta
ya no es un lujo, es más bien una expectativa. Y, cuanto más conseguimos más
parecemos querer. Nuestra tolerancia a las demoras no para de incrementarse a
medida que aumenta la expectativa de velocidad.
En esto último estoy
completamente de acuerdo, basta observar la tolerancia de las personas por
esperar en la fila de los bancos o en las cajas de las tiendas o en cualquier
otro lugar. Ahora mismo me ha pasado solicitar un documento en el Conservador
de Bienes Raíces, el que se demora 15 días en elaborarlo y además, en un gesto
de gentileza, lo envía al domicilio vía chileexpress. 15 días!
Según Poscente, “nuestra
necesidad de velocidad se ha hecho más fuerte e imperiosa y es más difícil
escapar a ella porque hoy podemos plantearnos más opciones”, es decir, podemos
hacer más cosas con el mismo tiempo que teníamos antes, por lo tanto, si
queremos hacer más cosas y el tiempo es el mismo, no queda otra solución que
hacerlas más rápido. “Si no podemos añadir más horas al día y el número de años
de una vida solo se está incrementando ligeramente debemos movernos más rápido
si tenemos que hacer todo lo que queremos (y podemos) hacer.
El autor reflexiona respecto a
una contradicción que tenemos con la velocidad. Por un lado la deseamos y por
otro tenemos ciertas aprehensiones con ella ya que culturalmente se la
caracteriza como temeraria, mala e impaciente. Desear la gratificación
inmediata es juzgado como inmaduro o irresponsable, equiparándola a una actitud
infantil.
La fábula de Esopo, “la tortuga y la liebre” es un buen ejemplo de lo
anterior. La moraleja de la historia suele ser que la lentitud y la constancia
ganan la carrera. Sin embargo, la historia se puede interpretar de otra manera,
ya que la tortuga no gana por ser lenta ni la liebre pierde por ser rápida, más
bien pierde por arrogancia. El papel de la velocidad es irrelevante y
“generaciones de lectores han crecido con la idea de que la lentitud es algo
inteligente y la velocidad irresponsable”.
Por lo tanto, dice Poscente hay
que utilizar la velocidad para vivir una vida mejor, más plena. Realizar
rápidamente aquellas tareas rutinarias, de poco valor y usar el tiempo, el
escaso tiempo que tenemos, en aquellas actividades que tienen valor intrínseco,
que nos apasionan. De esto se trata el tema, de “calibrar” el uso de la
velocidad.
Estoy completamente de acuerdo
con su punto. Me gusta hacer rápido todas aquellas actividades de poco valor
para mí como hacer filas en el banco, comprar en tiendas, ir al Conservador de
Bienes raíces o al notario a pedir papeles y disfruto usar mi tiempo en otras
actividades como compartir con mi mujer y mis niños, tomar un buen café con un
amigo, leer un libro. Posiblemente tendremos que aprender a tener dos marchas,
una acelerada para actividades de poco valor y una lenta para actividades
placenteras, donde disfrutar el viaje es lo importante más que la rapidez por
llegar pronto.
Hacia el final de su libro
propone cuatro perfiles respecto de la velocidad considerando si se acepta o se
resiste la velocidad y si se tiene éxito o fracaso con ella, lo que se ve en la
siguiente matriz.
1 Zepelines:
Actúan al ritmo de un perezoso y tienen dificultades para maniobrar o cambiar
de dirección rápidamente. Son lentos, torpes, peligrosos y potencialmente
explosivos. Actualmente son obsoletos, no pueden volar lo bastante rápido o
remontarse lo bastante alto para la Era de la velocidad. Ven acercarse la
velocidad y se sienten amenazados o furiosos. Está lleno de organizaciones
zepelines, para quienes la demanda de velocidad es percibida como amenaza, más
estrés, más trabajo, caos. Ejemplo citado por el autor: Kodak.
2 Globos:
Son felices individuos y organizaciones de éxito que no buscan la velocidad y
que tampoco la necesitan. Han elegido vivir fuera de la era de la velocidad y
buscan o crean entornos en los que hay pocas presiones externas exigiéndoles
que aceleren, interactúan con nuestra cultura de la velocidad desde la
distancia. Los globos no pueden existir en muchas industrias de hoy por lo que
ocupan nichos de mercado en los que sus técnicas especializadas están valoradas
con independencia del tiempo que cuestan.
3 Cohetes: Persiguen
la velocidad a toda costa, pero su incapacidad para usarla en beneficio propio
los hace peligrosamente explosivos. Pueden ir rápido pero no lo hacen de forma
inteligente. Sus esfuerzos no siempre van en la misma dirección que un destino
claro y por eso luchan por mantenerse en el rumbo correcto. No pueden dar un
giro para responder a los cambios en su entorno. En ocasiones su ritmo se
vuelve violentamente impredecible y con su velocidad incontrolable terminan
estrellándose contra el suelo. Ejemplo citado por el autor Dell.
4 Aviones:
Los aviones aceptan la velocidad y la buscan activamente. Tienen records excepcionales
de llegar a su destino sanos e intactos. Pueden sortear obstáculos sin
apartarse de sus objetivos. Controlan el poder de la velocidad y la usan en beneficio
propio. Son ágiles, abiertos al cambio y la innovación. Son aerodinámicos, libres
de resistencias que retardan las vidas, trabajos y organizaciones de otros. Y
están alineados con la persecución de un
objetivo claro y que sea autentico respecto de sus capacidades, pasiones y
entorno. El autor cita como ejemplo a google.
Siguiendo la descripción del
avión, destaca el autor tres cualidades que las organizaciones en la era de la
velocidad deben perseguir entonces: agilidad, aerodinámica y alineamiento.
Me gusta y no me gusta la
velocidad, para ciertas actividades me parece imprescindible en cambio para
otras me gusta la lentitud y las pausas. Estoy de acuerdo con él que en nuestra
época vivimos muchos procesos de aceleración y lo que antes era una oferta de
valor excepcional hoy se transforma en un standard. La velocidad impone estrés
también a la vida y es algo importante aprender a manejarlo y administrarlo
para no sucumbir a la velocidad excesiva.
Por otro lado, creo que un
importante aprendizaje para todos, sobre todo para nuestros niños es aprender a
esperar, no todo llega rápido en la vida, no todo es instantáneo, no todo se
obtiene a la primera.
Entretenido, rápido de leer y con
algunas ideas interesantes de mirar.