Me pasa frecuentemente cuando
hago coaching y mis coachees se duelen de situaciones de su vida personal o
profesional, que aparece el tema de los límites. Ya se trate de relación con la
pareja, con la jefatura, con los padres, con los hijos u otras situaciones de
uso del tiempo, de cuidado personal, etc. Se me vienen a la mente varios casos
de coaching, entre ellos uno muy hermoso de una coachee que precisamente inició
el coaching por dificultad por poner límites ante una jefatura abusadora y
desconsiderada o el de otra coachee a la que el trabajo la inundaba y un gran
primer logro fue poder dejar tiempo para almorzar y nutrirse.
Y, misterio de la vida, una
coachee muy querida, me recomendó este libro de Nedra Glover, psicóloga que
cuenta en la introducción del libro precisamente que le llega mucha gente a
terapia por problemas con los límites. Yo no hago terapia psicológica, pero en
el coaching que realizo, el tema de los límites siempre está presente.
¿Qué son los límites? Según la
autora son “expectativas y necesidades que te ayudan a sentirte seguro y cómodo
en tus relaciones”, “aprender a decir que no y cuando decir que sí también son
parte esencial para sentirse cómodo en el momento de interactuar con los
demás”.
Existen muchas señales de que
necesitamos poner límites, como cuando nos sentimos estresados, cuando cuidamos
poco de nosotros mismos o cuando nos sentimos agobiados, cuando sentimos
resentimiento o frustración. Creo que en general necesitamos poner límites
cuando evaluamos que otra persona o situación nos genera un sentimiento de
incomodad. Dice la autora que a veces usamos un estilo pasivo de poner límites,
más bien evitando situaciones incómodas, el problema es que esas situaciones
vuelven a aparecer y puede ser más útil ser asertivo y atreverse a comunicar
nuestros límites.
Todos tenemos distinta
sensibilidad respecto de las relaciones con los demás y los límites que esas
relaciones deben tener, por eso que desarrollar confianza pasa por aceptar los
límites de los demás y pedir aceptación a los propios. Sin embargo, esta
sensibilidad no siempre se puede dar por obvia y es necesario aprender a
comunicar los límites.
La autora propone tres tipos de
límites: porosos, rígidos y saludables. Los límites porosos son límites débiles
o pésimamente expresados, que llevan a sentir cansancio, ansiedad y relaciones
no saludables. Los limites rígidos llevan a construir muros para mantenerse
alejado de los demás, generando una distancia con otras personas, aislándose de
los demás. En cambio, los límites saludables llevan a dejar claros los
principios, a compartir de manera apropiada, a presentar una vulnerabilidad
saludable con las personas que confiamos, a decir que no sin incomodidad.
Por supuesto que todos queremos
tener límites saludables en nuestras relaciones con las demás personas y por lo
tanto comunicar dichos límites es un desafío importante en muchas relaciones. Pero
no basta con comunicar, también es necesario ser capaces de actuar cuando
alguien trasgrede dichos límites, señalándole a esa persona que no ha respetado
nuestro límite y que eso no nos parece, reafirmándolo. Aquí hay un desafío
importante en muchas relaciones ya que uno puede comunicar un límite, pero es
necesario reafirmarlo cuando otras personas hacen como que ese límite no
existiera.
¿Dónde se aprenden los límites?
Como tantas cosas de la vida, se aprenden en la familia, ya sea por los modelos
de nuestros padres o por las normas propias de la vida familiar. Para quienes
tenemos hijos les enseñamos su relación con los límites de la misma manera, a
partir del ejemplo que les damos y de las normas que establecemos en nuestras
relaciones. Y, claro, si uno se pone a pensar está lleno de modos tácitos de
relacionarse que enseñan a no poner límites, a ponerlos mal o a sentir culpa
cuando ponemos límites. Por ejemplo, cuando se insiste en que un niño le de un
beso a algún pariente que no ha visto nunca en su vida o cuando un niño está
cansado y quiere ir a dormir y le insistimos que se quede hasta más tarde en
una actividad familiar o cuando viene un amigo a casa, amigos que destruyen sus
juguetes y no les decimos nada por agradar, etc.
Así como en la vida familiar
muchas veces es difícil poner límites también lo es en el ámbito laboral.
Muchas veces jefaturas poco competentes y poco prudentes siembran a su
alrededor resentimiento y malestar al solicitar tareas que no corresponden,
pedir trabajo en horarios de descanso, tratar de un modo inadecuado y muchas
otras malas prácticas. Esto no solo ocurre con la jefatura, puede ocurrir en
otras relaciones laborales. Por eso que aprender a poner límites es un
aprendizaje valioso y necesario.
En el texto hay muchas ideas
interesantes por explorar que dan para muchísimas reflexiones y aprendizajes,
por lo que invito a leer este trabajo de la autora.
Muy reflexivo, la mejor técnica sin leer el libro ha de ser la práctica y la evaluación en razón de la permeabilidad o rigidez del límite. Interesante el cruce entre confianza en conciencia de la reciprocidad de límites.
ResponderEliminarGracias.