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lunes, 17 de octubre de 2022

Las siete habilidades para el futuro (y el presente) por Emma Sue Prince

 


Es un tema recurrente en la literatura la reflexión respecto de qué habilidades se requiere desarrollar para el futuro. Al respecto hemos expuesto con anterioridad en este blog las ideas de Daniel Pink, quien en su libro “Una nueva mente” sostiene la importancia de desarrollar seis destrezas esenciales: diseño, narración, sinfonía, empatía, juego y sentido.

En este trabajo Emma Sue Prince expone la importancia de siete habilidades por desarrollar, las que, en su opinión, tendrán gran importancia en el futuro (y en el presente también). ¿Por qué es necesario desarrollar estas habilidades?, bueno, porque el mundo está cambiando y va a seguir haciéndolo. No se trata de habilidades técnicas dice, sino que de “habilidades blandas, las que ayudarán a explotar mejor las diversas herramientas de que se dispone para conectar, ganar dinero, trabajar a distancia y hacer mejor el trabajo”.

¿En qué ha cambiado el mundo? Así como la reflexión sobre las habilidades no es nueva, este tampoco es un tema nuevo. Al respecto hemos compartido las reflexiones de Lynda Gratton en su texto sobre el futuro del trabajo, para quien son relevantes cinco fuerzas: tecnología, globalización, demografía, fuerzas de la sociedad, recursos energéticos. Por su parte Emma Sue Prince distingue como cambios relevantes: la tecnología, el lugar de trabajo, la globalización, los cambios demográficos, la salud y la educación.

Por supuesto que toda clasificación puede ser arbitraria ya que separa unos factores de otros. Lo que creo que es indudable es que de manera algunas veces gradual y otras de manera disruptiva el mundo en los últimos años ha estado lleno de transformaciones. Algunas de ellas han sido cisnes negros, impredecibles y de gran impacto, otros han sido desarrollos graduales de la tecnología, predecibles, que por acumulación han comenzado a tener efectos impensados en su origen.

Qué la humanidad ha pasado antes por esto, por supuesto, en toda la historia ha habido periodos similares como el paso de la vida de cazadores recolectores a la vida agrícola o el paso de la edad media al renacimiento o las revoluciones industriales. Creo que lo interesante del trabajo de Pink o de Sue Price no es la constatación de los cambios, sino que la reflexión respecto de qué destrezas o competencias necesitamos los humanos para adaptarnos y prosperar en estas nuevas condiciones.

Para ella las habilidades necesarias son: adaptabilidad, pensamiento crítico, empatía, integridad, optimismo, proactividad y resiliencia. A cada una de ellas dedica un capítulo completo y podrían dedicarse varios libros a explorar la habilidad y todas sus derivadas y conexiones. Veamos una por una:

1 Adaptabilidad: Es la capacidad de cambiar, de encajar en circunstancias inesperadas o nuevas. Es algo más que ser flexible, implica estar abierto a las cosas, al aprendizaje. La adaptabilidad en el mundo actual se manifiesta como: mantener la calma frente a las adversidades, aceptar la incertidumbre, persistir frente a las dificultades, aceptar nuevos desafíos con poca antelación, decir sí a los desafíos, gestionar el cambio de prioridades y la carga de trabajo, improvisar, recuperarse de los reveses y mostrar una actitud positiva, mantener la mente abierta, ver la situación desde una perspectiva más amplia y lidiar con lo inesperado.

Como dice Rafael Martínez en “El manual del estratega” se pueden tener tres actitudes frente al cambio:  inventarlo, anticiparse o adaptarse. Muchas veces no somos capaces ni de inventarlo ni de anticiparnos por ello que adaptarse al cambio es una estrategia fundamental hoy en día en cualquier ámbito.

2 Pensamiento crítico: Es pensar con astucia. Implica que podemos evaluar o juzgar lo que vemos u oímos sobre hechos o sobre un problema al que nos enfrentamos. Significa que cuestionemos nuestros supuestos, que evaluemos una situación desde ángulos distintos, de solucionar problemas de una manera creativa y desde una perspectiva reflexiva y considerada.

Pensar de manera crítica significa que hay que hacer más preguntas, buscar información que sea relevante, pensar con amplitud de miras y comunicarse bien para encontrar soluciones efectivas. Desarrollar la capacidad de pensar de una manera más crítica influirá en la calidad de las decisiones y los juicios, porque estos estarán sustentados en la información y no serán tan sesgados ni subjetivos.

Las reflexiones de la autora me recuerdan mucho el trabajo de Cal Newport, quien cuestiona el trabajo superficial y nos invita al trabajo profundo, donde se producen nuevas ideas y avances.

3 Empatía: Es ser capaz de ver el mundo como lo ven los demás, lo que requiere dejar de lado «nuestros asuntillos» y elegir ver la situación a través de los ojos de la otra persona. La empatía es no emitir juicio alguno. La empatía es comprender los sentimientos de los demás. También implica comunicar que comprendes los sentimientos de la otra persona.

Para la autora, en nuestra economía globalizada y competitiva, lo único que no puede externalizarse ni automatizarse es comprender lo que motiva al otro, generar confianza e intimidad en la relación y, en general, interesarse por los demás. Es esta una habilidad que está cobrando cada vez una mayor importancia, tanto en nuestra vida privada como en la profesional.

4 Integridad: la integridad es la sensación interior de completitud que surge de cualidades como la honestidad y la firmeza de carácter. Como tales, podríamos decir que las personas «son íntegras» si actúan según los valores, las creencias y los principios que dicen profesar.

La integridad es como una brújula moral que nos permite comportarnos correctamente en la vida cotidiana, algo así como actuar correctamente, aunque nadie nos esté viendo. Creo que esta competencia está estrechamente ligada con el liderazgo, con el autoliderazgo, tal como señalan autores como Zenger y Folkman cuando hablan de carácter o Kouzes y Posner cuando hablan de credibilidad.

5 Optimismo: El optimismo es un estilo de pensamiento para explicar los acontecimientos que predice si vamos a vivir en un estado de ánimo positivo en lugar de negativo, y si vamos a adoptar un comportamiento extrovertido en lugar de inhibirnos. Las personas que interpretan la vida dándole un sesgo positivo, en general, se sienten más felices y tienen más energía para enfrentarse a los obstáculos, porque los ven como retos en lugar de considerarlos experiencias negativas. Los optimistas tienden más a analizar si los reveses son debidos a una problemática en particular en lugar de atribuirlos a algún asunto personal, y así pueden hacer planes para apartar los obstáculos que entorpecen la consecución de sus objetivos.

6 Proactividad: Cuando eres proactivo, estás creando situaciones basadas en una estrategia que, de una manera activa, te aplicas a ti mismo. Se trata de actuar con un propósito para lograr tener un objetivo claro y específico. También se trata de ser mucho más consciente del presente y ensanchar de una manera activa esa fina línea para poder responder a lo que te sale al paso en lugar de mostrarte reactivo. La conducta proactiva puede ser cambiarte a ti mismo (desarrollo personal) o cambiar el entorno proponiendo cosas a los demás, tomando nuevas iniciativas y buscando la oportunidad de colaborar de alguna manera. Ya Covey en sus “7 hábitos de la gente altamente efectiva” hablaba de la proactividad, no sólo como iniciativa, sino que como responsabilidad.

7 Resiliencia: Es la capacidad de responder bien a la presión, de gestionar los reveses con eficacia, de responder bien al cambio y a los desafíos y, básicamente, de recuperarse. Las personas resilientes viven orientadas hacia objetivos, y eso les da motivos para volver a empezar y seguir adelante aun cuando tengan que enfrentarse a la adversidad. No se rinden fácilmente, si es que llegan a rendirse alguna vez. Las personas resilientes conocen el alcance de sus fuerzas y saben que pueden depender de sí mismas y hacer lo que sea necesario para lograr sus objetivos, aunque eso signifique caminar a solas. Sin embargo, pueden pedir apoyo cuando vean que lo necesitan. Conservan el sentido de la mesura, porque saben lo que es razonable y lo que es imposible.

Una derivada interesante de las reflexiones de la autora es que todas estas habilidades pueden aprenderse, no son competencias dadas por la personalidad o por la biología, se pueden aprender. Por ello que es relevante pensar cómo educamos a los niños en los jardines infantiles y colegios para que progresen en estas competencias y estén mejor parados frente a la vida, también es relevante como educamos a los profesionales en las universidades para que cuenten con más competencia para adaptarse al mundo del trabajo y prosperar en él. Y, finalmente como nos educamos y reeducamos a quienes ya estamos fuera del colegio y la Universidad para adaptarnos a los cambios que el mundo experimenta y conjugar efectividad con felicidad. ¡Todo un desafío!

miércoles, 21 de octubre de 2020

Opción B. Afrontar la adversidad, desarrollar la resiliencia y alcanzar la felicidad. Sheryl Sandberg y Adam Grant

 


Hace unos días pregunté en redes sociales por mujeres que escribieran sobre liderazgo y alguien me recomendó leer a Sheryl Sandberg. Encontré este trabajo donde escribe sobre resiliencia a partir de su propia experiencia de quedar viuda de manera inesperada. A partir de esta dolorosa experiencia se asocia con Adam Grant para investigar sobre la resiliencia y cómo recuperarse y reponerse de las adversidades.

La vida es misteriosa y así como ocurren acontecimientos que nos generan alegría también tenemos siempre la posibilidad de pérdidas: accidentes, enfermedad y muerte. Es parte de la vida.

Los acontecimientos dolorosos ocurren y los procesamos de diferentes maneras. Las personas resilientes, se recuperan más rápido “cuando se dan cuenta de que no son completamente responsables de los reveses, que no afectan a todos los aspectos de su vida y que no los van a perseguir siempre”. A partir de esta idea cita la trampa de los tres factores propuesta por Martin Seligman:

1 La personalización: la creencia de que es nuestra culpa.

2 la generalización: la creencia de que lo que ha ocurrido afectará a todas las áreas de nuestra vida.

3 la permanencia: la creencia de que las secuelas de lo ocurrido durarán siempre.

Aprender a manejar estas tres trampas es crítico para volverse más resiliente, “reconocer que los acontecimientos negativos no son personales, ni generales, ni permanentes disminuye las posibilidades de caer en una depresión y mejora la capacidad para superarlos”.

En su interesante trabajo sobre “El arte de no amargarse la vida” Rafael Santandreu expone que lo que nos hace ser felices o infelices no siempre tiene que ver con los acontecimientos mismos sino que con cómo los interpretamos. En este sentido aprender a interpretar que un acontecimiento solo es eso un acontecimiento y que muchas veces su ocurrencia no ha dependido de nosotros, ni nos afectará en todo ni para siempre, nos abre posibilidades enormes en la vida. Siempre recuerdo alguna conversación con mi amigo Marco Ortiz, el dolor y el placer tienen son físicos, en cambio la felicidad y el sufrimiento tienen que ver con nuestras interpretaciones.

Otra idea importante que plantea la autora es la importancia de aprender a conversar de las pérdidas. Para ello utiliza la metáfora del “elefante en la habitación”, situación en la cual es evidente que algo ocurre pero nos resulta incómodo hablar de aquello y, por lo tanto, preferimos evitar la situación de incomodidad. Esto pasa cuando ha ocurrido una muerte, un accidente, dificultades económicas, un divorcio, una violación, una adicción etc.

¿Cómo hablar de los elefantes en la habitación? Dice “hasta que no lo reconocemos, el elefante siempre estará presente, hablar con empatía y sinceridad es una buena forma de empezar a conversar. No podemos desterrar el elefante, pero podemos decir lo veo, sé que estás sufriendo y me preocupo por ti”.

Por supuesto que estas conversaciones se tornan difíciles por la culpa que cualquiera puede tener, por no saber exactamente qué decir, por temor a incomodar. Ya decía Stone en su libro “Negociación. Una orientación para conversaciones difíciles” que las conversaciones difíciles implican hablar de qué pasó, de los sentimientos que tenemos y de nuestra identidad. Por ello es preciso salir de la culpa y de las presunciones de buena o mala intención y atrevernos a decir lo que sentimos.

Construir resiliencia es algo que puede comenzar desde la niñez y dependerá de las oportunidades que tengan los niños y las relaciones que establezcan con padres, cuidadores, profesores y amigos. La autora propone que los niños desarrollen 4 convicciones fundamentales:

1 que tienen un cierto control sobre sus vidas.

2 que pueden aprender de los fracasos.

3 que ellos mismos importan en tanto que seres humanos.

4 que tienen verdaderos puntos fuertes en los que pueden confiar y que pueden compartir.

Me parece que cada uno de estos puntos es crucial y pueden resumirse en no sentirse víctimas de las circunstancias sino que seres activos que, por duro que puedan ser los acontecimientos, siempre se tiene la posibilidad de salir adelante, de aprovechar las oportunidades y conseguir recursos para avanzar.

Qué fácil resulta muchas veces echarle la culpa al sistema o tener una interpretación inmovilizante, de aquellas en que la persona tiene una súper buena explicación de sus dificultades pero no le sirve en absoluto para moverse o salir de ahí.

Me gustó mucho la sinceridad y honestidad con la que la autora escribe su libro y narra sus dolores y dificultades y cuan agradecida se encuentra de su familia y amigos que la acompañaron para salir adelante. Tal vez ahí también hay una pista importante para la resiliencia, acompañarnos en nuestros dolores y rescatar siempre que más allá de lo material las relaciones son lo importante, sobre todo esas relaciones próximas e incondicionales.