No me ha resultado un libro fácil de leer,
tal vez el verano y las vacaciones no sean la mejor época para leer sobre temas
tan profundos o tal vez leer sociología tenga mayores dificultades que leer
historia o psicología laboral. Hacía mucho tiempo que quería leer a Zygmunt Bauman y enterarme en las noticias de su fallecimiento el 9 de enero apuró que empezara a revisar su libro más clásico, la
“modernidad líquida”. Creo que junto a varios otros autores que he leído como Toffler, Sennett, Castells o el mismo Drucker, aunque con
distintas perspectivas y énfasis describen los cambios que estamos viviendo y
buscan encontrar las pautas que mejor describen estos cambios.
Libro que intenta
“aprehender la naturaleza de la fase actual (en muchos sentidos nueva) de la
historia de la modernidad”, utilizando para ello una metáfora, la de fluidez o
liquidez en contraposición a la idea de solidez y estabilidad.
Durante siglos las estructuras
sociales se mantuvieron estables, los límites y estándares eran inalterables y hasta
cierto punto incuestionables. La sociedad occidental estaba compuesta por
instituciones rígidas donde se valoraba lo perdurable, la tradición y la
capacidad de comprometerse a largo plazo. La época industrial precisamente se
caracterizaba por el “trabajo duro” o la “industria pesada”, el “compromiso de
largo plazo”, todos conceptos que hoy en día están bajo fuerte cuestionamiento
y obsolescencia.
La liquidez se caracteriza por la
“fluidez”, ya que a diferencia de los sólidos, sufren un continuo cambio de
forma cuando se los somete a tensión. Los líquidos, distinto de los sólidos, no
conservan fácilmente su forma, no se fijan al espacio ni se atan al tiempo. “Los
fluidos no conservan una forma durante mucho tiempo y están constantemente
dispuestos (y proclives) a cambiarla, por consiguiente, para ellos lo que
cuenta es el flujo del tiempo más que el espacio que puedan ocupar: ese espacio
que después de todo, sólo llenan por un momento”.
“Los fluidos se desplazan con
facilidad, “fluyen”, “se derraman”, “se desbordan”, “salpican”, “se vierten”,
“se filtran”, “gotean”, “inundan”, “rocían”, “chorrean”, “manan”, “exudan”; a
diferencia de los sólidos, no es posible detenerlos fácilmente, emergen
incólumes de sus encuentros con los sólidos, mientras que estos últimos (si es
que siguen siendo sólidos tras el encuentro) sufre un cambio: se humedecen o
empapan”.
A partir de esta metáfora de la
liquidez, “la modernidad fluida” considera que ha cambiado la condición humana
de manera radical, lo que exige repensar muchos conceptos. Por ello se
concentra en cinco: emancipación, individualidad, tiempo – espacio, trabajo y
comunidad. En el libro se puede ver como Bauman reflexiona sobre cada uno de
estos dominios.
Me sorprende lo poderoso de la
metáfora que usa Bauman para describir este tiempo que estamos viviendo y como
dicha idea se puede aplicar tan bien a las relaciones laborales, al desarrollo
profesional, a la vida de pareja, la ciudadanía, la política y a casi cualquier
dominio en el que nos desenvolvemos, como la idea de estabilidad cambia por la
de fluidez, como se privilegia flexibilidad por solidez o velocidad por
localización.
Conversaba este tema con un amigo
hace unos días atrás y reflexionábamos como las empresas por ejemplo prefieren
arrendar oficinas por sobre comprarlas y seguramente en el paradigma de la
“modernidad sólida” era mejor inversión comprar, en el paradigma de la
“modernidad líquida” es mejor arrendar para irse rápidamente, sin ataduras, si
cambia el mercado, si pierden a los clientes, si reinventan el negocio o
cualquier otra razón. Lo mismo con los proyectos, muchas empresas prefieren
“arrendar” consultores a contratar personal de manera estable. O llevado al
matrimonio, definido históricamente como una institución para toda la vida,
como se ha transformado, de manera líquida, en algo mucho más transitorio, de
menor duración, con menos expectativa de futuro y a la vez más centrado en la
libertad de los contrayentes con sus sueños, deseos e ilusiones. No por nada
otro libro del autor se llama “amor líquido”.
En el plano del trabajo caracteriza
Bauman el trabajo en la “modernidad liquida” como algo más parecido a la
convivencia que al matrimonio. Bonita metáfora también para describir la falta
de compromiso a largo plazo y la flexibilidad para estar mientras conviene e
irse si las condiciones cambian sin dar mayores explicaciones o asumir mayores
costos. De esta manera se ha instalado la flexibilidad como un valor crucial en
las relaciones laborales, más que por las expectativas de la “mano de obra” que
por las nuevas reglas que imponen las empresas flexibles, con una falta de
compromiso entre capital y trabajo. Esta cualidad desemboca en mayor
precariedad, inestabilidad y vulnerabilidad de las personas en relación al
trabajo. No por nada en nuestro país se ha levantado un tremendo movimiento
respecto de las AFPs, quienes prometían algo que parece han sido incapaces de
cumplir, añadiendo mayor inseguridad en la vejez.
Por otro lado, señala que el trabajo
tiene en la modernidad líquida, una nueva naturaleza a la que llama “jugueteo”, ya que si en la etapa de
modernidad sólida estaba relacionado con una misión de progreso de la
humanidad, con una vocación de vida para cada persona, con una identidad clara
y definitiva, en la actualidad ha perdido dicha centralidad por lo que no puede
ofrecer un definición del yo segura ni ser un vehículo para identidades y
proyectos de vida, tampoco puede ser pensado como fundamento ético de la
sociedad. Se espera que el trabajo resulte gratificante por y en sí mismo y no
por sobre “sus efectos sobre nuestros hermanos, sobre el poderío de nuestra
nación y menos aún sobre el bienestar de las generaciones futuras”.
Creo que de alguna forma la
generación “millenians”, hijos de esta modernidad líquida, grafican muy bien
estas características descritas, muy enfocados en disfrutar lo que hacen,
pasarlo bien en el trabajo, hacer algo que les agrade, disgusto por la jerarquía
y las obligaciones. Y, flexibles, capaces de cambiarse de trabajo rápidamente,
con pocos compromisos, algo “mercenarios” en sus obligaciones, poniendo muchas
veces intereses no laborales por sobre una “ética del trabajo” más propia de
épocas anteriores.
Nadie sabe a ciencia cierta cómo será
el futuro, pueden ocurrir eventos impredecibles y de alto impacto, que nos
hagan cambiar el modo que vivimos. Por otro lado, el modo de vivir actual no es
consecuencia de algún tipo de “designio divino” sino que es producto de la
manera que nosotros mismos, seres humanos, vamos tomando decisiones en el
transcurso de nuestra historia, lo que nos podría permitir pensar y llevar a
cabo cambios en el modo de convivir.
Por ello creo que es bueno
reflexionar sobre estos temas para actuar de manera inteligente frente a ellos
a nivel personal, familiar, organizacional y social. En el trabajo del coach es
fundamental tenerlos en mente como el contexto en que nos desenvolvemos y donde
se desenvuelven nuestros clientes, a fin de contribuir a generar nuevas
posibilidades y no caer en una “resignación” que nos inmovilice.
Encontré una versión
electrónica del libro.