Hace unos días atrás terminé de
ver una serie en netflix llamada Seven seconds. La
historia es que un joven policía, Peter Jablonsky, recientemente asignado al
equipo de narcóticos de, ¿cómo se dirá en EEUU?, la comisaría del Sur de Nueva
York, va en auto, solo, camino a acompañar a su mujer embarazada al hospital
hablando por teléfono mientras conduce y zaz choca con algo. Es un día frío,
blanco, lleno de nieve, el lugar es solitario, un parque desde donde se puede
ver la estatua de la libertad. El policía se baja del auto, hay una bicicleta
bajo los neumáticos y sangre, no se ve nada más. Paralizado llama a su jefe,
quien llega rápidamente con dos compañeros más y en cosa de segundos le dice
que se vaya, que ellos se harán cargo. Hacerse cargo es que le sacan el
tapabarro al auto de Peter, se llevan la bicicleta y dejan al adolescente
atropellado tirado en medio de la nieve, asumiendo que está muerto.
Sigo con el cuento. Para mala
suerte de ellos, le asignan el caso a una joven asistente de fiscal,
K.J.Harper, una mujer buena para el trago y la juerga, adolorida de alma a más
no poder, perdida, errática, la mejor candidata para enterrar el caso y acusar
a un alcohólico ante el juez, alcohólico descubierto curiosamente cerca del
lugar por el mismo equipo antidrogas. Y, cómo digo, para mala suerte de ellos,
esta fiscal se asocia con un policía poco querido, pero de corazón grande, Joe
Rinaldi, y empiezan a atar cabos hasta llegar a Jablonsky y sus compañeros.
Y, este es el punto al que quiero
llegar. Una vez ante el juez y el jurado, la abogada defensora de los policías
le dice a K.J. Harper, algo así como ¿qué cuento van a creer los jurados?, ¿el
de la policía corrupta (toda la policía, ni siquiera unos policías) acusada
injustamente por una abogada o el de un niño negro, gangster, vendedor de
droga, muerto, quizás por sus propios compañeros de banda?
No cuento el final para que vean
la serie, que me pareció muy bien hecha y con una participación brillante de
Regina King que se ganó un premio por interpretar a la madre del niño.
Por eso que me ha parecido muy
entretenido el trabajo de Jerome Bruner sobre la “Fabrica de Historias”, donde
precisamente en el capítulo 2 expone los usos del relato en el ámbito del
Derecho y la literatura. Similar a lo que cuento de la película, dice”un relato
judicial es un relato contado ante un tribunal. Refiere alguna acción que,
según una parte en litigio fue cometida por la otra, acción que ha perjudicado
al acusado y ha violado una ley que prohíbe actos de esa índole. El relato de
la parte contraria intenta rechazar la acusación presentando otra versión de lo
sucedido, o bien afirmando que el hecho en cuestión no perjudicó al acusado ni
violó la ley escrita”.
Por supuesto que esto de contar
historias no es único ni exclusivo del ámbito judicial. Los propios hijos hacen
lo mismo cuando vienen con el cuento que uno molestó al otro o lo ofendió de
alguna manera y el otro, narra a su vez que no fue así como sucedió sino que el
otro hermano hizo algo primero y el sólo respondió, buscando cada cual que la
mamá o el papá le dé la razón. Se me ocurre que lo mismo pasa ante un juez, a
quien suponemos neutro y por sobre las historias particulares capaz de dar un
veredicto y, alejar la violencia y la justicia de propia mano, lo que también
es una historia que nos contamos acerca de los jueces, el sistema judicial, lo
correcto, lo legal y muchas otras cosas más.
Todas las historias tienen al
menos dos versiones (pueden tener muchas más dependiendo de los directamente
involucrados o incluso de los no directamente involucrados), lo que me hace
recordar la
historia de caperucita y el lobo contada por el lobo, lo que me hace pensar
también que siempre tenemos el legítimo derecho al escuchar una historia de
creerla por venir de quien viene y de dudar de ella precisamente por venir de
alguien que tiene emociones, sesgos e intereses en contar lo que cuenta.
Hace unos días atrás vi una
charla Ted de Mónica
Lewinsky, donde cuenta “su historia” y me emocioné muchísimo
escuchándola, ya que hasta ahora solo había leído la historia simplista de la
practicante que “se metió” con el Presidente Bill Clinton, una historia
machista, vergonzosa y parcial. Me sorprendió como Mónica Lewinsky,
valientemente, narra los hechos desde otra perspectiva, cuenta su dolor, pero,
por sobre todo, hace un llamado a combatir el ciberbullyng.
Por supuesto que no hay una
historia verdadera, siempre una historia tiene hechos e interpretaciones. A
veces incluso lo que para alguien es un hecho para el otro puede no serlo.
Basta ver lo que ocurrió en Chile hace un tiempo atrás cuando en una
manifestación en la plaza Baquedano un policía “empuja” a un joven al río o
“choca con él mientras ambos corren” y este cae al río. ¿Cuál es el hecho?, ni
siquiera cual es la interpretación. Bueno, depende de quien observa y de qué
historias tiene sobre Chile, la política, los eventos de octubre de 2019, si es
afín o contrario al gobierno, si votó por Piñera, Guillier o por Sánchez y
muchísimas cosas más.
Esta naturaleza narrativa tan
propia del ser humano lleva Bruner a proponer como construimos el Yo, a partir
de los relatos que contamos de nosotros mismos, acerca de quien somos y qué
somos, qué sucedió y por qué hacemos lo que hacemos. El Yo no es una esencia
que exista en alguna parte de nuestro cerebro sino que es producto de nuestros
relatos, los que dependen de la cultura, de la familia, nuestra historia
personal, nuestros recuerdos, sentimientos, creencias, etc y que además son
dinámicos, van cambiando en el transcurso del tiempo.
Por eso que creo que el
liderazgo, la comunicación de todo tipo, la psicoterapia y el coaching serán
cada vez más importantes, ya que en una época turbulenta, de cambios
acelerados, de cambio tecnológico, de conflicto social, desarrollar la
capacidad de revisar nuestros cuentos es fundamental, no para cambiarlos por
cambiarlos sino que para contar con historias que nos permitan abrir
posibilidades y sentirnos más felices.
Por eso que también nos duele
perder la memoria y que nuestros seres queridos comiencen a perderla como
cuando alguien tiene alzhéimer, pues se empieza a apagar aquello propiamente
humano que es contar historias y contar historias sobre nosotros mismos,
nuestra identidad.
Por eso que también las grandes
guerras del pasado, presente y futuro no son solo de espadas, cañones o
misiles, son competencias por relatos alternativos, que hagan comprensible la
vida humana, los sistemas políticos, económicos, la organización familiar y
tantas otras cosas.
Por eso que también en una
sociedad compleja debemos admitir la posibilidad de narraciones diversas y
distintas, aceptando, en mi opinión que ello es así no más, con una sola
condición, excluir la violencia entre los seres humanos, pues me parece que si
bien es una narrativa posible, entender al que tiene un cuento distinto como
enemigo, no humano o cualquier otra cosa parecida debiera estar excluido. Creo
que para nuestro país es cada vez más necesario contarnos una historia distinta
de la que venimos contándonos hace 50 o más años, los buenos y los malos, los
patriotas y los traidores, los dueños de la verdad y los mentirosos, los amigos
y los enemigos del pueblo, los idealistas y los amarillos. Necesitamos una
historia más grande donde quepamos todos y donde podamos resolver las
diferencias de un modo no violento.
Encontré una presentación preezy
muy bien hecha donde se presenta un resumen del libro de Jerome Bruner. En https://prezi.com/1wcc80lneezk/la-fabrica-de-historias/
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