La semana que acaba de pasar me
correspondió ir por segunda vez al curso de coaching ejecutivo que estoy
realizando en Buenos Aires. Como señalaba en un post anterior, ha sido
inspirador para mí escuchar a Laura Bicondoa, quien con su destreza profesional
nos desafía a ver nuevas distinciones en
este territorio. También ha sido inspirador escuchar a otros coaches como
Damian Goldberg, Daniel Rosales y Ray Dalton. También ha sido interesante
escuchar a mis compañeros argentinos con quienes danzamos el mismo baile del
coaching pero con sutilezas producto de nuestra historia, experiencia y
particularidades culturales.
En esta ocasión, uno de los temas
que me dejó entusiasmado fue el de las preguntas en el coaching. Realizamos un
ejercicio muy bonito en que se le entregó el micrófono a los participantes y se
le pidió a cada uno que lo fuera pasando luego de hacer una pregunta de
coaching. Hubo dos rondas. En la primera salieron preguntas básicas: ¿qué
aprendiste aquí?, ¿qué dice tu cuerpo?, ¿cómo interpretas lo que te pasa?, ¿qué
no estás pudiendo lograr? , ¿Qué pasa cuando dices que no queriendo decir que
si?, ¿qué posibilidades hay en tu vida?, ¿qué pasaría si hicieras una oferta? y
otras en el mismo estilo. Laura nos desafió en la segunda ronda a hacer
preguntas de otra tesitura, no sabría si decir más profundas, sino que más
desafiantes, más movilizadoras, más inesperadas, donde el coachee se quedara en
silencio buscando una respuesta nueva y significativa.
Me gustó mucho en el ejercicio
que describo, como generó un cambió en el estado de ánimo de los participantes,
como aparecieron algunas preguntas casi poéticas, como nos “inspiramos” e
indagamos de otro modo. Voy a dejar las preguntas que salieron guardadas para
no revelar los trucos que inventamos, aunque quiero hacer algunos comentarios
de lo que a mí me aparece de estas experiencias.
El primer comentario que tengo
que hacer es que muchas veces el foco educativo está en las respuestas y no en
las preguntas. En alguna parte he leído que nos enseñan las respuestas pero no
las preguntas y cuan importante es hacer o hacerse buenas preguntas, sobre todo
cuando estamos hablando de “ciencias no exactas”, donde lo relevante es el
significado o la interpretación. Me pregunto, que pasaría si les enseñáramos a
nuestros hijos o a nuestros alumnos a
hacer más preguntas más que saberse las respuestas.
Esto también tiene conexión con
el silencio. Muchas veces esperamos que la consecuencia de una pregunta sea una
respuesta y con lo que nos encontramos muchas veces es con el silencio, con el
no saber. ¡Que bueno que ello ocurra!, pues el no saber es el padre de la
inquietud por el aprendizaje. Cuando nos quedamos en silencio aparece la
posibilidad de mirar las cosas de otra manera y por lo tanto aprender algo
nuevo, de nosotros mismos, de la organización o del mundo.
Creo que el coaching ejecutivo es
muy ISTJ o ESTJ (ver http://lastreto.blogspot.com/2012/08/mbti-y-consultoria.html),
ya que se enfoca en los resultados, los números, los datos, desde una
aproximación cuantitativa y racional. Sin embargo, el arte de preguntar de
manera poderosa tiene fuerte conexión con la intuición. Decía Laura, muy
intuitiva por cierto, que la intuición es saber algo sin saber cómo. Y vaya que
hay que ser intuitivo para hacer buenas preguntas. Las preguntas se inspiran en
los datos pero no están en ellos. Escuchar con la guata, con el corazón, con
los pies, con los ojos, para luego hacer las preguntas que nos surjan. Hay un
libro muy bueno de Malcom Gladwell, llamado “Inteligencia intuitiva”, donde,
entre otras cosas, se pregunta, ¿que pasaría si le hiciéramos caso más seguido
a nuestro “instinto”?, si creyéremos en todas esas ocasiones en que “algo” en
nuestro interior nos “late” y nos hace saber más de lo que sabemos.
Nuestra profesora señala que para
hacer buenas preguntas hay que tener audacia, atreverse. Estoy de acuerdo con
eso, muchas veces nos pasa en nuestro trabajo como coachs que no desafiamos al
cliente con preguntas más profundas. Otro profesor que tuve por ahí decía que
siempre tenemos que decidir si le hablamos al otro “chiquitito” o al “otro
grande” que hay en el otro. Me resuena que las buenas preguntas van a este otro
grande. Para ello es necesario construir confianza, que la otra persona crea en nosotros, que lo vamos a cuidar y que
tenemos pureza de intenciones, que estamos sentados a su lado, trabajando para
que a él o a ella le vaya bien.
Si construimos una relación
positiva con el coachee, basada en la confianza entonces van a aparecer buenas
preguntas. Esto no quita que más de alguna vez podamos hacer una pregunta que
no le hace sentido o que no le resuena. En ese caso podemos volver atrás y
partir de otro lado pues hemos creado trasfondo para que ello sea posible.
Hace un par de años atrás fui a
Talca a un seminario de coaching
organizado por mi amiga Doris Méndez y me correspondió escuchar a Carlos
Aguilera (ver www.gestar.cl), quien se
refirió a la indagación apreciativa desarrollada por David Cooperrider. Además
de los principios apreciativos me sorprendió muy bien una idea sencilla de este
autor, las preguntas que hacemos prefiguran de algún modo las respuestas que
recibimos. Si escogemos preguntas desafiantes recibiremos respuestas coherentes
con eso. Si preguntamos porqués recibiremos explicaciones. Si hacemos preguntas
por lo que falta hablaremos entonces de déficits. En cambio si preguntamos por
recursos aparecerán recursos. Esto me ha parecido espectacular y plenamente
aplicable al coaching ejecutivo.
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