Hace algunos días atrás leía los
diarios y veía las declaraciones que hacia el técnico de la selección chilena
de futbol, quien consultado luego de perder un partido en el mundial juvenil, decía
algo así como que si volviera a tomar decisiones lo haría todo igual: pondría
los mismos jugadores, utilizaría la misma táctica, no cambiaría nada.
Y, yo que estoy bien alejado del
mundo futbolístico, pensaba que si fuera el técnico, haría todo distinto,
probaría otros jugadores más preparados o más motivados, o utilizaría otra
táctica para enfrentar al rival de otra forma. Por suerte para Chile no soy el
técnico de la selección sólo un psicólogo laboral que hace reflexiones sobre
mis obsesiones y preocupaciones.
Me acordaba también de una situación
que me tocó vivir con una jefatura, quien tenía enormes dificultades en la supervisión
de un colaborador en particular y, por más que su estilo la llevaba a malos
resultados, a conflicto, a quejas, insistía en que ella no cambiaría su
comportamiento por nada del mundo. Creo que no estaba en juego ni la ética, ni
los valores, ni los principios, sino que su repertorio de conductas de supervisión.
Su discurso era “así soy yo, no voy a cambiar”.
Y, al igual que el caso del
técnico de futbol, yo pensaba, si escuchara más, si fuera más flexible, si
pidiera de otra forma, si controlara a su equipo de un modo más amigable, lo
haría tan bien como supervisor, llevando a su colaborador a buenos resultados y
a ella misma a un carrera prometedora.
A partir de estas situaciones
tengo varias reflexiones que comparto.
Hay una gran cantidad de aspectos
de la vida en que los resultados obtenidos no importan, lo central es la
fidelidad con uno mismo y decisiones que comportan valores, principios,
ideales, lealtades. En esos casos, lo que está en juego no es un resultado
cualquiera, sino la fidelidad. En este sentido, el resultado no está en el
mundo, está en uno mismo, en la consistencia.
También hay muchas decisiones en
que los resultados deben ser evaluados en un horizonte largo de tiempo. No es
el resultado particular el que importa sino que el resultado de un proceso. Me
parece que en este espacio se inscriben muchas acciones educativas. No me
importa que mi hija sólo se saque una buena nota, me interesa que aprenda a
estudiar con anticipación y que descubra sus intereses y gustos.
Pero, hay otro conjunto importante
de decisiones en que los resultados son fundamentales y, por lo tanto, si hago
las cosas de un modo y no me resultan, no será lo inteligente, pensar, ¿cómo
puedo hacerlas distintas?. En este espacio están muchas decisiones personales y
muchas decisiones propias de una organización.
Cito un ejemplo. Nos interesa que
nuestros clientes evalúen que los atendemos bien. Les hacemos una encuesta de
calidad de servicio y juzgan que no los atendemos acorde a sus expectativas o
nuestras promesas. ¿Seguimos haciendo lo mismo?. Por ningún motivo. Realizamos acciones
distintas que permitan revertir esa opinión que puedan tener los clientes de
nuestra empresa.
A lo mejor no sabemos que hacer
diferente y por lo tanto necesitamos ayuda para “ver” que hacemos y que podríamos
probar para hacer las cosas distinto. Aquí está la ayuda de un buen amigo, de
un buen terapeuta, de un coach, de un consultor, de alguien que con otros
conocimientos, distinciones y experiencia o sólo con otra perspectiva nos permita
ver lo que no vemos.
A lo mejor sabemos lo que tenemos
que hacer distinto pero no sabemos como. Este es un problema distinto, pues nos
desafía a aprender nuevas capacidades, nuevas habilidades, nuevas destrezas. Aquí
el desafío es atreverse a hacer estos aprendizajes y dedicar tiempo y energías
a su logro. Para ello hay que busca un “maestro” que nos enseñe.
Me acuerdo también de personas
conocidas que han aprendido a hacer las cosas diferentes. Conozco un caso
cercano de una persona muy impulsiva, que tomaba decisiones sobre la marcha,
que expresaba sus enojos sin filtros y, precisamente por eso, iba de crisis en
crisis. Pues bien, gracias a un coaching, aprendió la distinción prudencia, que
significa actuar en el momento justo con inteligencia. Y, ahora, controla mejor
sus impulsos, toma mejores decisiones y, cada vez que se ve enfrentado a
situaciones como las de antes, se comporta de un modo que la lleva a ser más
efectivo. Entre otras cosas ahora pide ayuda, lo que antes le costaba hacer.
Cuando estudié coaching hablaban
de uno de los enemigos del aprendizaje, el “yo soy asi”, que en definitiva esconde
una fuerte dosis de resignación, de declarase imposibilitado de ser distinto o
cambiar.
Quizás a eso se acerca la
sabiduría, a mirarse con cariño y ternura, sabiendo que cuando nos hemos
equivocado lo hemos hecho con la mejor de las intenciones y siempre lo hemos
descubierto a posteriori. Que si la vida nos diera la oportunidad de “rebobinar
la película” y hacer las cosas de nuevo, lo haríamos distinto, no siempre, pero
muchas veces. Sin resignación pero con tranquilidad.
Estoy de acuerdo que a veces por más
que hago cosas distintas mis resultados no cambian. Y, eso tiene que ver con
que estamos inmersos en un sistema donde hay más variables en juego, pero ese
es tema para otra reflexión.
Dedico este post a mi hija Sofía, quien hoy cumple quince
años.
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