Yo no sé si alguien duda en la actualidad
que las organizaciones, públicas o privadas, existen como una forma de producir
determinados bienes o servicios que requiere la comunidad para su bienestar.
Por eso que es de suma importancia hacerlo de manera muy eficaz (cumplir esos
objetivos) y eficiente (hacer un buen uso de los recursos involucrados). ¿Cómo hacer
lo anterior entonces compatible con la existencia de un buen clima organizacional,
donde las personas se sientan satisfechas de su trabajo y sientan que hacen un
aporte a la organización?. Yo he visto dos perspectivas extremas de solución a
este problema.
Echeverría hace una distinción entre emociones y estados de ánimo. Los primeros son de corta duración, los segundos de mayor duración. En el caso de las emociones se pueden conectar con sucesos con los que están relacionadas. En el caso de los estados de ánimo no se pueden conectar con sucesos específicos, operan en el trasfondo. Tanto emociones como estados de ánimo colorean el mundo y llevan a interpretar los sucesos de manera acorde a esos estados emocionales.
Para algunos la pregunta es irrelevante, lo
crucial es la eficacia y la eficiencia y si hay mal clima, la gente está
insatisfecha, el estado emocional de las personas es negativo, bueno, que
valoren que tienen trabajo, que buscar buenas relaciones personales está bien
para la familia pero no para el trabajo o algún discurso parecido. Una variante
de esta posición es la de aquellos que sostienen que si la organización se
preocupa mucho del clima incluso puede afectar su eficiencia productiva, por lo
que ni siquiera hablan del punto.
En otros casos, he escuchado personas que
se van al otro extremo y minimizan el problema productivo en las organizaciones,
centrándose en que lo único importante son las personas, escucharlas,
comprenderles, apoyarlas y si no hacen una contribución a la organización,
bueno, eso es secundario, basta con quererlas y ya está justificada su
inclusión. He visto que esta suele ser la posición de muchos que conocen poco
de negocios o del quehacer productivo propio de la empresa.
¿Cómo construir una visión más equilibrada
del tema?, ¿como poner preocupación por el clima organizacional sin descuidar
la productividad?, En definitiva, en un contexto en que está clara la
importancia de la eficacia y efectividad, ¿como cuidar el clima, para que
precisamente no dañe la eficacia y efectividad organizacional?
Hay un viejo autor en el campo de la motivación,
Herzberg, que distingue entre
variables higiénicas y variables motivadoras. Las primeras se relacionan con
aquello que es externo al trabajo, que cuando está presente provoca una reducción
de la insatisfacción, pero que no tiene
efecto motivacional. Las segunda son aquellas variables que se relacionan con
la satisfacción, que cuando están presentes provocan satisfacción. Dicho de
otro modo, unos reductores de la insatisfacción, otros aumentadores de la
satisfacción.
Considero que el clima se comporta como una
variable higiénica. Cuando el clima organizacional es bueno, positivo, las
personas se sienten contentas, tranquilas, trabajan con entusiasmo pero no es
particularmente generador de satisfacción. En cambio cuando el clima laboral
está deficiente, cuando se instala el desánimo, el desaliento, la resignación,
el resentimiento, el miedo, las personas se sienten insatisfechas. Cuando hay
buen clima, el clima no es tema. Cuando hay mal clima, el clima es tema.
En las organizaciones se hacen extensos
estudios de clima organizacional, que mide en escalas la percepción de las
personas respecto de múltiples variables, tales como infraestructura,
liderazgo, conflicto, remuneraciones, etc. Es una manera sistemática y científica
de verlo que también tiene valor. Sin embargo, en lo cotidiano, el clima es
emocional, el buen o mal clima se huele, se respira. Por ello, propongo verlo
como el estado emocional de un equipo o una organización, que lo predispone a
actuar o comportarse de un modo determinado.
Echeverría hace una distinción entre emociones y estados de ánimo. Los primeros son de corta duración, los segundos de mayor duración. En el caso de las emociones se pueden conectar con sucesos con los que están relacionadas. En el caso de los estados de ánimo no se pueden conectar con sucesos específicos, operan en el trasfondo. Tanto emociones como estados de ánimo colorean el mundo y llevan a interpretar los sucesos de manera acorde a esos estados emocionales.
Las emociones y estados de ánimo pueden ser
positivos o negativos, dependiendo si predisponen a abrir o cerrar
posibilidades. ¿Cuán frecuentes son las emociones de miedo en los equipos que
predisponen a esconderse, a ocultar información, a protegerse?. ¿Cuan
frecuentes son los estados de ánimo de resignación que imposibilitan el cambio?
¿O los estados de resentimiento, de venganza postergada frente a lo que las
personas sienten como injusticia o maltrato?.
Creo que mirado así tiene fuerte conexión
con el liderazgo en las organizaciones. No digo que esta sea la única variable,
pero estoy convencido de que el estilo de liderazgo, más flexible, más
participativo, más escuchador, más conversacional, incide fuertemente en el
clima organizacional, por la vía que las personas interpretan que este tipo de
liderazgo es más contenedor y más comprometido con su desarrollo.
Boyatzis
y Goleman
señalan que una de las competencias fundamentales de los líderes es la
inteligencia emocional, la que se puede descomponer, entre otras en:
identificar sus propias emociones y las de los demás, graduar su expresión,
manejar la frustración, saber escuchar, etc.
Entonces, hacer algo para que el clima
laboral mejore en un equipo de trabajo tiene mucho de sentido común, aunque no
es sólo sentido común. Yo he visto tres prácticas bien intencionadas que no
sólo no mejoran el clima sino que pueden hasta empeorarlo.
Una es la práctica de hacer fiestas o
asados, en el entendido que si celebramos y hacemos fiesta es incompatible con
mal clima. Muchas veces ocurre en estas actividades que alguien se toma un minuto
de confianza y le dice al jefe o a un compañero lo que no debe decir y sufre
las consecuencias de develar lo que no debía decir en público. O suele ocurrir
que las personas participan por cumplir, para que el jefe no se enoje, lo que
refuerza malos elementos emocionales y una sensación de hipocresía, de participar
para no sufrir eventuales consecuencias negativas.
La otra es hacer “cara a cara” como los realitys.
Si el clima está mal, juntémonos y digámonos las cosas de frente. He visto que
en esta práctica muchas veces se incrementan los resentimientos, ya que una
persona puede recibir juicios que estima injustos, infundados, malintencionados
y las reacciones pueden ser desde llorar, hasta avergonzarse, pasando por no
decir nada y resistir estoicamente el juego. Sin
embargo, adopte la actitud que adopte las consecuencias posteriores no suelen
ser las mejores para el equipo o la organización.
La tercera práctica que he observado es
hacer cursos para mejorar el clima. El razonamiento es que si el equipo tiene
mal clima podrá resolverlo con un curso que le enseñe al equipo como manejarlo.
El problema que veo con esto es que quedan como hechos anecdóticos, la gente va
al curso, se entretiene pero vuelve a trabajar y todo sigue igual, sobre todo
si los jefes no asisten a esos cursos. En mi opinión el curso que tiene mejor
valor es el que trabaja con los supervisores y directivos en el desarrollo de
mayor competencia emocional o manejo de conflictos o habilidades directivas.
Hablo cotidianamente con tanta gente que
sufre en sus trabajos, que siente que está instalado el miedo, que desconfía de
los demás, que se siente insatisfecha, que quiere cambiarse de trabajo, que
está resentida por la injusticia o resignada a cuidar la pega porque la
necesita, que creo que hacer algo por cuidar el clima en nuestros lugares de
trabajo es una inversión imprescindible en cualquier organización moderna y una
habilidad crucial para cualquier gerente, jefe o directivo.
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