He tenido varios jefes locos. El más loco de todos tenía un nivel de arrogancia y paranoia impresionantes. Nunca había sido jefe y no tenía idea respecto de cómo serlo y en vez de pedir ayuda o mostrar una actitud de aprendizaje, hacía como que sabía y lo hacía pésimo. Se le arrancaba la paranoia y veía en todos lados conspiraciones, enemigos, personas que lo que querían dañar.
Respecto de mi historia con este
jefe loco, una anécdota. Luego de tres meses sin dirigirme la palabra me llama
y me pregunta que qué hacía conversando con el presidente regional del gremio
(un gremio en Chile viene siendo el equivalente a un sindicato pero en la
administración pública). Le pregunto de qué me está hablando y me dice algo así
como “bueno, te vieron en un curso de capacitación tomando un café con esta
persona, quiero saber de qué hablaste con él, si le revelaste algún secreto de
la organización”. Me quedé helado con su llamado y atiné a decirle que solo
había conversado con dicha persona un rato breve, en medio de un break de un
curso y que como se le ocurría pensar que le iba a dar información estratégica,
más aún cuando carecía de dicha información, precisamente por estar excluido de
su círculo próximo”. La conversación terminó con él diciéndome que tuviera
mucho cuidado con lo que hablaba porque estaba atento.
La otra que me pasó con él, fue
que un día lo vi muy preocupado y le pregunté qué le pasaba. Me indicó que
llevaba un buen rato tratando de pagar un crédito hipotecario que tenía en el
banco y no podía hacerlo. Le indiqué que conocía a la jefa del tema en el banco
y que si quería le hacía el contacto para que viera que dificultad había.
Marqué el número en mi teléfono, la salude con cordialidad, le conté de mi jefe
y él tomó mi teléfono, la subió y la bajó, le dijo que era lo peor, la amenazó
con demanda y cortó el teléfono. Me quedé con un sentimiento de vergüenza,
impotencia e incomodidad, preguntándome en qué minuto se me había ocurrido
hacerle el contacto y que cara le iba a poner a mi amiga cuando la viera en
persona luego de este incidente.
He hablado de este tema con
anterioridad en este blog, entre otros en los posts: Mi jefe
es un psicópata, Jefitis, Aprender
a ser jefe, por eso que me resulta un tema sensible ya que en mi
práctica profesional, constantemente me toca escuchar de personas que sufren
con jefes locos e incompetentes, que tanto daño le hacen al clima
organizacional y a la salud de tanta gente. Me sorprendo aún como muchas veces
además las organizaciones, como aquella donde yo trabajaba, tienen un doble
discurso centrado en las personas y la calidad de vida laboral pero toleran a
estos especímenes. Entiendo que muchas veces los toleran y los premian porque
traen resultados aunque otras veces, ni siquiera traen resultados, pero los validan
y promueven igual.
Dice Andrés Hatum que un anti
líder es aquella persona que cree que es un líder, cuando en realidad, sus
liderados lo reconocen solo por conveniencia o por miedo a lo que pueda
pasarles si no lo hicieran. Es aquella persona que por tener el mayor rango,
cree ser un líder y trata a sus colaboradores como subordinados. “Hagan esto
como yo digo que lo hagan y en el tiempo en que digo que hay que hacerlo. Y si
no lo hacen, viene la sanción”. Puede detentar poder formal, que es el que
otorga el puesto, pero la autoridad informal que da la influencia personal está
lejos de los anti líderes.
El anti líder otorga dádivas a su
séquito. Y quienes no pertenecen a su equipo callan por miedo a que pueda
pasarles algo. Siempre busca su beneficio propio. Por lo general le falta el
respeto a la gente porque cree que de esa manera demuestra quien tiene la autoridad.
Se caracteriza por su soberbia, no escucha consejos, se cree en posesión de la
verdad, no acepta otros puntos de vista, no saber reconocer sus errores, no
reconoce sus propias limitaciones.
Sigue Andrés. Es temeroso, su
inseguridad le hace ser extremadamente celoso de su parcela de poder. Como
tiene miedo de que le hagan sombra, se rodea de gente mediocre en vez de
escoger a los mejores talentos.
A partir de esta caracterización
Andrés Hatum realiza una tipología de anti líderes donde incluye los jefes
bestiales, los jefes tóxicos, jefes psicópatas, narcisistas y maquiavélicos,
jefes no, no, no (no piensan, no leen, no aprenden), jefes de madera emocional.
No voy a describirlos en detalle
a cada uno, pero por las denominaciones que utiliza el autor ya pueden imaginar
donde está el problema con cada uno de ellos y lo mucho que hacen sufrir a la
organización y a la personas.
¿Cómo administrarlos? El autor
propone algunas estrategias particulares para lidiar con cada uno de estos anti
líderes las que tienen en común ser más astutos que ellos y anteponerse a sus
demandas actuando con cuidado y cautela. Yo agregaría que una sana medida a
nivel individual es fortalecer las redes personales, contar con muchos amigos y
avisar que se está siendo víctima de un jefe loco, por ningún motivo quedarse
solo ya que ello solo estimula a los anti líderes a abusar de la debilidad
percibida.
Pero, no creo que el camino solo
sea individual. Ya que mucha veces los anti líderes se las arreglan
precisamente para administrar la situación de un modo tal que ellos quedan como
los héroes y las personas que trabajan cerca quedan como incompetentes, como
incumplidoras o como poco diligentes.
Creo que la mayor parte de las
medidas son de naturaleza organizacional. La primera es seleccionar y entrenar
buenas jefaturas, que cuenten con competencias adecuadas para gestionar
personas, lo que implica saber comunicarse, trabajar de manera colaborativa,
resolver conflictos negociando y, sobre todo, saber gestionar espacios
emocionales de manera constructiva. La segunda, en mi opinión, es desarrollar
canales que alerten respecto de la presencia de jefaturas locas, donde las
personas puedan hacerse oír sin ver peligrar sus carreras, su dignidad o su
trayectoria laboral. Como en muchos ámbitos, una “golondrina no hace verano” y
puede ocurrir que algún trabajador resentido o molesto pueda acusar al jefe de
maltratador. Sin embargo, si muchas personas opinan lo mismo y lo denuncian,
ello debe tener algún significado y la organización debiese ser capaz de oírlo.
Para terminar la historia que narré al principio terminé yéndome de la organización, dolido hasta el día de hoy. Y este jefe no duró mucho más tiempo, al final fue degradado, tuvo que entregar el cargo y quedarse fondeado en un lugar irrelevante haciendo tareas menores. Lo triste del caso es el costo enorme que tuvo para la organización ya que perdió gente valiosa, se dañó el clima organizacional y perdió en sus resultados.