Con mucho gusto les comparto este artículo de blog, escrito por mi amigo Ignacio Hurtado.
Ya no existen las verdades
absolutas. Las verdades que teníamos fueron cambiando de un siglo a otro en
forma más acelerada, conforme los avances de la ciencia y la obsolescencia de
las religiones para dar respuesta a los problemas reales de las personas. La
eutanasia, la legalización del consumo de determinadas drogas. el matrimonio
entre personas del mismo sexo y el aborto son muestras de una sociedad que
avanzó sin mirar atrás, según lo que dictaron sus corazones. ¿Qué pasó entonces
con los valores de la humanidad? se preguntarán los más escépticos, ¿qué
sucedió con los principios sobre los que se erigían instituciones importantes?.
La respuesta no es simple y dista de las viejas concepciones de Aristóteles o
de Kant.
Y es que la humanidad, incluida
nuestra cultura y la familia en sí misma sufrieron una drástica transformación.
La historia es el fiel reflejo de esta transformación. Hitos muy relevantes
ocurridos los últimos cien años, son los responsables del vuelco que tomó
nuestra generación en la comprensión del mundo, tal como lo conocemos hoy. Para
bien o para mal, los hallazgos sobre la evolución de Darwin, la revolución
industrial, la teoría de la relatividad de Einstein, la invención de la
internet y los avances científicos en todo ámbito cambiaron nuestras creencias
y la forma de relacionarnos con nosotros mismos y con el entorno.
¿Cómo definir entonces la ética
en el mundo de hoy? ¿Cómo establecer lo que es correcto y lo que no?. Vamos por
parte. La ética y la moral no son los mismo, pero usaremos -por ahora- estos
dos términos como sinónimos. Lo que está bien o mal va a depender de los
acuerdos explícitos de las sociedades. Estos acuerdos pueden ser o no
coincidentes con los preceptos de un determinado credo, por lo que estando en
conflicto, será el credo que gobierna la consciencia de las personas lo que se
imponga a la hora de dirimir. Cada vez que enfrentamos un conflicto de valores,
donde no hay un cuerpo filosófico que se pronuncie al respecto, estaremos
frente a un dilema ético. Habiendo libertad de consciencia, no decidiremos
según lo que nos oriente únicamente el bienestar o la felicidad, ya que
podríamos actuar de manera hedonista e irresponsablemente.
Existen en la actualidad derechos
y deberes, contenidos en tratados internacionales, relativamente universales en
el mundo occidental y que agrupados configuran un rol ciudadano, en que se
combinan compromisos y pautas sociales con valores culturales en la manera de
comprender la infancia, la migración, el género y la discapacidad por mencionar
algunos de los fenómenos más susceptibles de abordar. Vivimos en tiempos en que
se rompió la norma, en el sentido estadístico, como criterio para apreciar los
fenómenos y se incorporó a la consciencia del ser humano la idea de su
singularidad. Digamos que además, la propia consciencia se expandió hacia
dentro y hacia afuera. Hacia adentro en el sentido del conocimiento de uno
mismo, el reencuentro de la persona humana con su propia espiritualidad, y
hacia afuera, en la exploración del planeta y su lugar en el universo. El ejercicio
de expandir la consciencia no fue ni es automático, hay que precisar que es un
gesto voluntario que obedece a una práctica y una disciplina especiales. En
este siglo, en los albores de un nuevo milenio, comprendimos más acerca de
nosotros mismos que en toda nuestra historia y asimismo, comprendimos más sobre
la naturaleza, los recursos, el clima y la ecología.
Todo este aumento en el
conocimiento sin duda allanó las resistencias naturales y modificó los umbrales
frente a la aceptación y tolerancia sobre una gran variedad de creencias. Sin
embargo, las organizaciones y, por su parte, las comunidades han reformulado
los límites de lo que está permitido y lo que no. Esos límites están claramente
definidos en el ámbito de las acciones en los espacios públicos y en las pautas
culturales de las empresas. Normas de confidencialidad, de conflicto de
intereses, de uso racional de recursos, entre otras están contenidos en las
políticas y en los procedimientos en todo trabajo. Asimismo, los valores
declarados por las empresas, como por ejemplo la equidad, la coherencia y el
compromiso, por mencionar algunos, juegan ese papel, definir las prioridades y
rayar la cancha de lo que se puede y lo que no, otorgando significado a dichas
definiciones.
En un mundo vertiginoso, donde lo
estable es el cambio, es posible, pero no legítimo no percibir o confundir los
deslindes de la moral de un país, de una comunidad y de una organización,
porque es responsabilidad de cada cual, actualizar y verificar la manera en que
se resuelven los dilemas, en función de los consensos cuando no haya un
pronunciamiento oficial o informándose y aprendiendo cuando estos deslindes
vayan experimentando variaciones. En un equipo humano una transgresión de
carácter ético atañe no a los acuerdos, si no a las convicciones en juego. De
ahí la importancia de que ellos conozcan y sean conscientes qué valores regulan
sus acciones, cuáles entre sí y cuáles se juegan en la interacción con los
actores sociales con quienes conviven, por ejemplo, usuarios o socios de
trabajo.
La ética global tiene las mismas
características de sus antecesoras, es una, no es negociable, no es transable,
tiene consecuencias, determina la conciencia humana y regula la convivencia en
cuanto a la supervivencia y bienestar social. Lo diferente es que hoy día
cuando una persona toma una decisión compara su posición con los otros en el
mundo, recurre a fuentes de información más allá del espacio local en que se
desenvuelve y lo más importante, considera como elementos de juicio sus
emociones y su vivencia particular, en relación a los estándares que ordenan de
manera tácita a la comunidad a la que pertenece.
Hoy día, una falta a la ética es
condenada no solo desde las instituciones que han sido destinadas a esta labor,
sino que por la misma comunidad y específicamente, dentro de los espacios de
convivencia.
(publicación original en: http://dpyo.blogspot.cl/)