Hace ya varias semanas atrás terminé de leer el libro “Del
reloj a la flor de loto” de Ana María Llazamares, donde aborda con mucha
simpleza y profundidad la evolución de los paradigmas, describiendo la
conciencia occidental moderna y como esta nace, para hablar luego de la
consciencia emergente, asociándolo al “giro epistemológico” relacionado con la
caída de las certezas, una visión más holística y sistémica, una nueva física y
nuevas miradas de la ciencia en general. Un libro que me encantó, me hizo
reflexionar mucho sobre “donde estamos parados” y como la ciencia emergente es
tan distinta de la ciencia que aprendimos en el colegio o la Universidad.
Uno de los aspectos que me llamó mucho la atención de su
texto es cuando habla del tiempo y como su medición es una obsesión moderna. A
grandes rasgos (pág 82) “la obsesión moderna con el tiempo tiene que ver con la
concepción del tiempo como un flujo permanente, lineal, distante, independiente
de los sujetos, en una variable medible y subdivididle en fracciones cada vez
más pequeñas”. Dice “el tiempo se convierte en una dimensión abstracta,
externa, constante y sobre todo lineal. Se empieza a concebir como algo que sucede
más allá de las personas y las cosas, como un río que fluye imperturbable, con
su propia lógica, la lógica de las matemáticas. Se transforma en una
variable…..de ser algo vívido….se convierte en algo aséptico, siempre idéntico
e implacablemente constante”
Según la autora que cito, la invención de los primeros
relojes mecánicos data de mediados del siglo XIV. Al principio sólo daban las
horas. Al instalarse en las torres de las plazas rápidamente empiezan a regular
el ritmo secular de la existencia humana. Según Llazamares hacia fines del
siglo XVII se popularizan los relojes domésticos, lo que afecta y transforma
los hábitos cotidianos.
Si antes lo que primaba eran los “tiempos subjetivos” lo que
prima luego de estos cambios tecnológicos y de conciencia es el “tiempo
métrico” y son (pág 84) “los tiempos subjetivos los que nos parecen ilusorios y
nos hemos convencido que el tiempo “real “y “verdadero” es el que miden los
relojes”. Cuando nuestra experiencia interna no coincide con el tiempo
cronométrico no dudamos en considerarla equivocada o distorsionada por nuestra
propia emotividad. Tan fuerte es la creencia en el tiempo lineal y absoluto que
nos hemos olvidado que se trata de una idea abstracta y compleja, completamente
contraria a nuestra percepción natural”.
Según Llazamares, el concepto de tiempo se va asociando al
sistema capitalista y entonces realizamos otras asociaciones, tales como
“tiempo es dinero”, razón por la que “perder el tiempo” es casi un verdadero
pecado ya que se asocia tiempo riqueza y prestigio.
Traigo a colación el trabajo de Ana María Llazamares pues nos
permite entender como el tiempo se ha vuelto una variable tan relevante en
nuestra vida moderna, tan dotado de valor económico y tan permanentemente
escaso. No sé si habrá alguna oportunidad de volver a una concepción más
circular, más subjetiva, más del tipo Kayros que del tipo cronos, sin embargo,
creo que tener “mayor” o “mejor” control de nuestro tiempo nos permite vivir
más tranquilos, cumplir nuestros compromisos y vivir con menos stress, al menos
en el dominio laboral.
Me parece que hay un autor interesante al respecto, Stephen
Covey, quien en su libro “Los siete hábitos de la gente
altamente efectiva”,
hace una distinción respecto del tiempo entre “importante” y “urgente” y a
partir de ello crea una matriz de los cuatro cuadrantes del tiempo y como las
actividades que realizamos se pueden categorizar en cada uno de esos
cuadrantes.
Cuando habla de lo importante se refiere a aquellas
actividades que contribuyen al logro de nuestros objetivos o propósitos. Cuando
habla de urgente dice relación con actividades cuyo límite de tiempo vence. Son
dos dimensiones distintas basadas en variables diferentes. Por ello se puede
hablar de Importante y Urgente, importante y no urgente, no importante y
urgente y, finalmente, No importante y No urgente. Esta es la matriz de las
actividades a las que dedicamos tiempo.
El cuadrante I concentra las actividades que son importantes
y urgentes. Son aquellas que tienen impacto en nuestros objetivos y hay fecha
límite por realizarlas. Se trata de crisis, problemas apremiantes y proyectos
con fechas de vencimiento. Estas actividades demandan acción inmediata y hay
que realizarlas. Quienes viven en este cuadrante son “apaga incendios”, lo que
está bien, sin embargo, a veces las personas y las organizaciones tienen
“adicción” al cuadrante I ya que aquí hay adrenalina, sentido de urgencia,
colaboración de los demás. Sin embargo el costo que se paga por vivir
fuertemente en este cuadrante es ansiedad, desgaste y agotamiento.
El cuadrante II es el cuadrante de lo importante y no urgente.
Este tiempo debe planificarse para hacer un buen uso de él. Aquí están las
actividades que generan valor en el tiempo, ya que se trata de planificar,
aprovechar oportunidades, cultivar relaciones, prevenir, diseñar el futuro,
capacitarse, divertirse y crecer. Parece que pocas personas y organizaciones
viven en el cuadrante II ya que lo que prima es el anterior. Estar en este
cuadrante genera tranquilidad, perspectiva, equilibrio, disciplina, control y,
lo mejor de todo, prevención de incendios.
El cuadrante III es el cuadrante de lo no importante y
urgente. Aquí estamos hablando de actividades que agregan poco valor al logro
de objetivos, pero que su vencimiento nos apura por realizarlas pronto. Estas
actividades pueden se delegadas sin que eso genere un impacto negativo. Vivir
en este cuadrante genera pérdida de foco, perdiendo esfuerzo y energía en
actividades de poco valor.
Y, el cuadrante IV, el cuadrante de la pérdida de tiempo, es
aquel de lo no importante ni urgente, donde se ocupa el tiempo en actividades
que tienen poca relación con los objetivos y además no tienen ninguna urgencia.
Podríamos decir que aquí está el espacio de la procastinación y de la completa
pérdida de foco.
Hoy precisamente enseñaba este tema y pensaba que en una
primera lectura estoy muy de acuerdo con Covey en que este último cuadrante es
perder el tiempo, sin embargo, en una segunda lectura me preguntaba, si no será
importante a veces “perder el tiempo” para que aparezcan ideas creativas,
posibilidades nunca vistas, conexiones que en el afán de trabajar en lo
importante no surgen. Pienso en este sentido en lo valioso que es a veces un
buen café “conversado” sin un propósito laboral claro, donde precisamente al
hablar de algo “no importante” y “no urgente” aparecen oportunidades valiosas.
En este mismo sentido, puede ser que en el mundo laboral se
huya con razón de esos espacios, sin embargo, no sé si en el “resto de la vida”
sea tan valiosa esa distinción ya que espacios de ocio, descanso, diversión, de
“dolce far niente” como dicen los italianos
pueden ser tremendamente importantes para la vida, como estas fiestas de fin de año, donde compartimos con los seres queridos, disfrutamos de descanso y nos dedicamos a otras acciones "importantes" y "urgentes".