Hace un tiempo atrás mi hijo Agustín de 7 años propuso una regla familiar,
que a la hora del desayuno, almuerzo o cena en familia se apagaran los
celulares. Su petición fue aceptada por el resto de la familia y hasta el día
de hoy la conocemos como “la regla” y cada vez que alguien la incumple: abuelos,
hermanos, mamá o yo mismo, cualquiera está autorizado para traer la regla
familiar a colación y solicitar que el teléfono se apague o quede en otro
lugar.
Y ¿por qué mi hijo hizo esta petición?, por la misma razón que Sherry
Turkle escribe su libro “En defensa de
la conversación” para que pudiéramos conversar, ya que el hecho que cada
uno esté metido en su teléfono, revisando redes sociales, viendo youtube, escribiendo
en facebook, contestando whatsapp o cualquier actividad similar, impide precisamente,
que podamos, en el caso nuestro como familia, dedicarnos a conversar.
“En defensa de la conversación”
propone mirar de manera más crítica esta omnipresencia de los teléfonos modernos
conectados a internet que nos venden la conexión instantánea pero que nos
distancian precisamente de aquellos que tenemos cerca.
La conversación cara a cara sigue siendo importante y necesaria para
generar conexión entre nosotros y para fortalecer la empatía. Dice Sherry
Turkle ”es el acto más humano y más humanizador que podemos realizar. Cuando
estamos plenamente presentes ante otro, aprendemos a escuchar, a desarrollar la
capacidad de sentir empatía……es el modo de experimentar el gozo de ser
escuchados, de ser comprendidos”. Y agrega en otra parte del texto “Conversar
implica algo cinético, ya que el término deriva de palabras que significan
“tender hacia los otros, inclinarse hacia los otros”, por eso que conversar
implica no sólo hablar cuando es nuestro turno sino que escuchar al otro,
especialmente leer lo que dice su cuerpo, su voz, su tono y sus silencios”
Estoy completa y absolutamente de acuerdo, las conversaciones no son un
accesorio de la vida humana, como si conversar fuera algo accidental o
circunstancial, entiendo que las conversaciones con uno mismo, con otra persona
como la pareja, un amigo, el papá o la mamá o incluso un terapeuta o un coach,
son las que nos permiten definir nuestra identidad, construir relación y
hacernos humanos. He hablado de este tema en otros post, a propósito de Zeldin o de
las conversaciones en
general.
No descalifico los teléfonos y toda la tecnología de conectividad, basada
en internet, creo que son una magnífica herramienta para precisamente estar
conectados, con familia lejana, con alumnos, con clientes, con amigos. Y creo
que debemos aprender a usarlos en su justa dimensión. Ahora mismo, por ejemplo
que nos encontramos en una pandemia por coronavirus han sido una excelente
herramienta para mantener la conectividad en todos los espacios.
Empero, y ese el tema del libro de Turkle, a veces los usamos para evitar
la conversación, para escondernos de los demás, pese a estar constantemente
conectados. También los usamos para presentarnos de un modo distinto a quienes
somos, editados, compuestos y mejorados, una suerte de actuación también,
perdiendo por ello autenticidad y espontaneidad.
La autora también señala que los usamos cuando estamos aburridos, algo que
se ha acentuado al acostumbrarnos a un flujo constante de conexión, información
y entretenimiento. En este sentido, es curioso observar cómo en clases, en
reuniones o en actividades familiares las personas se aburren fácilmente y se
van al teléfono haciendo algo que a mí me parece especialmente molesto,
manteniendo el contacto visual a la vez que aprietan teclas, “estando pero no
estando” o lo que es peor, agachando la cabeza para leer o enviar mensajes
mientras los que conversan hacen como que todo “fuera normal” y “no pasara nada”
sintiéndonos muchas veces no escuchados ni comprendidos.
Este fenómeno ha dado lugar al FOMO, sigla de Fear of Missing out (miedo de
perderse algo), una ansiedad generalizada de pensar que nos estamos perdiendo
algo, que los demás lo están pasando mejor que nosotros, que está ocurriendo
algo de lo que no nos hemos enterado, de revisar cada dos minutos facebook, instagram,
whatsapp o los correos para saber si alguien nos ha escrito algo y nos lo hemos
perdido, la sensación de que podría pasar algo urgente, “estemos donde estemos
pensando donde podríamos estar”. Esta sensación de estarse perdiendo algo
atenta contra el compromiso, contra la persistencia de estar en lugares o
situaciones que pueden ser fomes, frustrantes, indeseadas en el corto plazo
pero de resultados, satisfacción o logro en el largo plazo.
También ha dado lugar a la superficialidad y la multitarea, a la dificultad
de escolares, universitarios y profesionales de concentrarse en un tema
concreto y específico, estando en muchas cosas a la vez pensando que es mejor
estrategia. Respecto de este tema publiqué un post sobre el trabajo de Cal
Newport y el trabajo
profundo.
La autora destaca a este respecto el aprendizaje de muchos profesionales
jóvenes que van a reuniones de trabajo y “hacen su parte”, una presentación,
dar una opinión y luego se desconectan y se van al teléfono olvidándose de
seguir participando y aportando. O, en las mismas reuniones las personas que
sacan su computador portátil y mientras el resto habla sobre el tema de la
tabla trabajan en otro asunto, levantando la cabeza cada cierto rato como para “otear”
y ver si se están perdiendo de algo. Definitivamente “estar pero no estar”. ¿Cómo
se puede hacer así aportes significativos?,¿cómo se pueden dar ideas?, ¿cómo se
pueden resolver problemas?, en definitiva, ¿cómo se puede hacer conexión de verdad
con otros si “sólo se trae el cuerpo pero se deja el corazón y la mente en otra
parte?.
Por todo lo anterior propone la autora es necesario rescatar las
conversaciones, especialmente las conversaciones espontáneas y sin un objetivo
establecido, aquellas en las que jugamos con las ideas, en las que nos
permitimos estar plenamente presentes y ser vulnerables. Estas son las conversaciones en las que florece la empatía y la intimidad.
Estas son las conversaciones en las que se impulsa esa colaboración creativa
que es imprescindible tanto en la educación como en los negocios.
Creo que tenemos que darle su valor a los dispositivos tecnológicos que nos
permiten intercambiar correos con otros, transmitir mensajes vía whatsapp,
enterarnos de las últimas noticias por la publicación de Facebook pero sin
olvidar que estas herramientas no reemplazan el contacto genuino entre seres
humanos, que una conversación cara a cara, sincera, sin máscaras, puede ser el
mejor alimento para las almas.
Así que, volviendo a la regla de mi hijo Agustín, yo mismo seré más
riguroso en su respeto y procuraré dejar mi teléfono lejos de la mesa familiar
así como dejarlo en silencio o apagado cuando vaya a reuniones o me dedique a
conversaciones importantes, “estar de verdad”
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