Me lo sugirió mi hija, quien leía, durante
el verano, prestado por mí, el anterior libro de Yuval Noah Harari, “De
animales a Dioses”, libro en el que recorre en unas cuatrocientas páginas la historia
de la humanidad, dando una panorámica de la prehistoria, el paso a las culturas
agrícolas y “todo lo que viene después”. En una entrevista en la red
habla sobre este libro. También tiene un video TedX muy interesante.
He leído el libro con mucha rapidez y lo he
disfrutado mucho. Interesante, provocador, ameno, de esos libros en que luego
de leer algunos párrafos llevan a levantar la mirada y quedarse pensando,
procesando la ideas que expone y sus consecuencias. Me agrada mucho como el
autor construye un “relato”, una interpretación de lo que ocurre con la
humanidad, como junta diversos elementos para darle sentido a lo que vivimos y
a partir de ello se hace preguntas y caminos posibles. Ello me confirma como
los seres humanos no vivimos en los datos, en la “realidad objetiva” sino que
en las historias y cuentos que nos contamos.
A veces, como en este caso, me alejo de las
lecturas habituales que comento de coaching, liderazgo, recursos humanos o
psicología laboral. Sin embargo creo que es cada vez más necesario entender el
mundo en que vivimos, las tendencias que lo caracterizan para poder desarrollar
una comprensión más global. Si no caemos en la “barbarie del especialismo” como
decía, José Ortega y Gasset, creemos que nuestra disciplina o lo que sabemos
hacer es lo más importante y nos olvidamos que están pasando muchas cosas más y
que aquello que hacemos muchas veces ni siquiera es lo más relevante en una
perspectiva amplia.
Comienza planteando lo que llama la ”nueva
agenda humana”. Durante toda la historia de la humanidad esta se ha enfrentado
a tres problemas: la hambruna, la peste y la guerra. Dice “generación tras
generación, los seres humanos rezaron a todos los dioses, ángeles y santos, e
inventaron innumerables utensilios, instituciones y sistemas sociales…, pero
siguieron muriendo por millones a causa del hambre, las epidemias y la
violencia”. Continúa, “muchos pensadores y profetas concluyeron que la
hambruna, la peste y la guerra debían de ser una parte integral del plan
cósmico de Dios o de nuestra naturaleza imperfecta, y que nada excepto el final
de los tiempos nos liberaría de ellas.”
Y, ahora, al comenzar el tercer milenio,
como humanidad descubrimos que en las últimas décadas hemos conseguido
controlar estos tres problemas: la hambruna, la peste y la guerra. No se han
resuelto por completo aún, “pero han dejado de ser fuerzas de la naturaleza
incomprensibles e incontrolables para transformarse en retos manejables. No
necesitamos rezar a ningún dios ni a ningún santo para que nos salve de ellos.
Sabemos muy bien lo que es necesario hacer para impedir el hambre, la peste y
la guerra…, y generalmente lo hacemos con éxito”.
Esta argumentación me ha hecho reflexionar
mucho. En mis propias divagaciones, a partir de las lecturas que voy haciendo,
tiendo a mirar el cambio tecnológico y su interacción con los cambios sociales
como lo propiamente característico de esta época que como dice Serrat, cuando
canta cambalache “nos ha tocado a todos transitar”. Al respecto siempre me
llama la atención los cambios demográficos, el aumento de la expectativa de
vida, los cambios en los roles de género, la flexibilidad laboral, el poder del
conocimiento y tantas otras cosas. Yuval Noah Harari, le da una vuelta a esta
cuestión y lo mira de otro modo.
En su argumentación señala que, “la
incidencia de estas calamidades va disminuyendo. Por primera vez en la
historia, hoy en día mueren más personas por comer demasiado que por comer
demasiado poco, más por vejez que por una enfermedad infecciosa y más por suicidio
que por asesinato a manos de la suma de soldados, terroristas y criminales”. Hay lugares del mundo donde aún muere mucha
gente por hambre, por infecciones o por guerras, pero al mirar el planeta
globalmente, nos encontramos en una época de la historia humana que no nos
había tocado vivir antes. Aquí mismo en Chile, nuestro país, sin desconocer la
pobreza u otras dificultades de salud, hay mucha gente obesa y mal alimentada, más gente que muere por accidentes de tránsito o enfermedades cardiacas y poca por
enfermedades infecciosas y la guerra es algo que vemos muy lejano.
Sin embargo, creo que lo más importante en
su planteamiento, luego de la argumentación anterior es constatar que aún
durante muchos años más hambre, peste y guerra probablemente seguirán cobrando
muchas vidas. La diferencia con toda la historia anterior es el enfoque que le
damos a estos problemas. Hoy en día, ya no son tragedias inevitables fuera de
la comprensión y el control de una humanidad indefensa. Hoy son “retos
manejables”. Se pensaba antes que eran “problemas irresolubles” por lo que era
insensato hacer algo con ellos, por lo que la gente pedía milagros, rezaba a
Dios u otra acción, pero no trabajaba para ponerles fin. Hoy, aun cuando mucha
gente sigue padeciendo hambre, peste o guerra, no podemos culpar a la
naturaleza o a Dios. “Está en nuestras manos hacer que las cosas mejoren y
reducir aún más la incidencia del sufrimiento”.
Este es el “nuevo humanismo”, confiar en
las propias capacidades de la humanidad para hacernos cargo de nuestros
problemas. De alguna manera es el fundamento del programa científico
tecnológico. En alguna parte dirá que esto es lo que nos permite ganar poder
(como nunca lo habíamos tenido) y perder sentido (como el que podíamos
tener antes).
Plantea el autor, ¿cuáles serán los
proyectos que sustituirán el hambre, la peste y la guerra en los primeros
puestos de la agenda humana en el siglo XXI?. “¿nos contentaremos simplemente
con contar las cosas buenas que tenemos: mantener a raya el hambre, la peste y
la guerra y proteger el equilibrio ecológico. Esto sería lo sensato, pero es
improbable que la humanidad lo siga”. A su juicio, más que satisfacción lo que
habrá será anhelo de más. El logro de estos objetivos nos impulsará a objetivos
más audaces, “después de haber salvado a la gente de la miseria abyecta, ahora
nos dedicaremos a hacerla totalmente feliz. Y después de haber elevado a la
humanidad por encima del nivel bestial de las luchas por la supervivencia,
ahora nos dedicaremos a ascender a los humanos a dioses, y a transformar a Homo
sapiens en Homo Deus”.
Esto me dejó definitivamente mareado y
pensativo con la arrogancia que tal argumento encierra, sobre todo al mirarlo
desde una perspectiva religiosa. Su argumento es que es muy probable que la
apuesta del siglo XXI sea “la inmortalidad”, ya que la lucha contra el hambre,
la enfermedad y la guerra manifiestan el valor supremo que ha adquirido la vida
humana.
Esto no ha sido siempre así ya que durante
la historia las religiones y las ideología “no sacralizaron la vida humana”, de
hecho en el cristianismo (como en muchas otras religiones, egipcios, islamismo,
hinduismo) la vida estaba en otro lado, en el más allá, por eso que la muerte
era una experiencia metafísica, de tránsito. De hecho hay gente que aún piensa
algo así como en reencarnarse, en que hay otras oportunidades y si en esta vida
no le fue bien, bueno, podrá repetir hasta purificarse.
Ello me recuerda lo que tratan de
transmitir en los funerales los sacerdotes, que de alguna manera el muerto
estará mejor en el otro lado, lo que resulta tan contradictorio con los
sentimientos de quienes se quedan “a este lado”, tristes y desconsolados por la
pérdida. De alguna manera la cultura contemporánea ha ido cambiando esto y el
dicho “después de esta no hay otra” nos impulsa a hacer las cosas acá y
disfrutar ya que no sabemos si hay algo al otro lado y, ante la duda, mejor
vivir aquí y ahora.
La ciencia moderna tiene otra opinión de la
muerte, nada sagrado. La muerte es un problema técnico que podemos resolver. No
morimos porque venga la “parca” a buscarnos, sino que morimos debido a fallos
técnicos. Y cada problema técnico tiene una solución técnica. Si antes la
muerte era especialidad de sacerdotes y teólogos, hoy es trabajo de ingenieros.
Incluso cuando alguien muere debido a condiciones de la naturaleza como
huracanes, terremotos, el razonamiento es el mismo, se pudiera haber evitado si
técnicamente se hubiera construido de otra manera o el gobierno hubiera
impulsado otras políticas. Por eso, sostiene el autor, “existe una minoría
creciente de científicos y pensados que hablan más abiertamente y afirman que
la principal empresa de la ciencia moderna es derrotar a la muerte y garantizar
a los humanos la eterna juventud”.
Lo anterior tiene muchas derivadas. ¿Qué
pasaría si dobláramos la esperanza de vida? (algo que de hecho ha ocurrido en
el siglo XX), hasta digamos los 150 años. Algo así, revolucionaría la sociedad
humana: estructura familiar, matrimonios, relaciones entre padres e hijos, las
carreras profesionales, la jubilación, etc.
El resto del libro se enfoca en como ha
ocurrido esto, que es lo característico del ser humano como especie, que es lo
que diferencia a los humanos de todos los demás animales, como conquistó el
mundo nuestra especie, que clase de mundo creamos los humanos, como el damos
sentido al mundo, como se desarrolló el humanismo y cómo podremos seguir
haciendo funcionar el mundo y darle sentido, como la biotecnología y la
inteligencia artificial amenazan al humanismo y quien podrá heredar la
humanidad y que nueva religión podrá sustituir al humanismo.
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