Por Jaime Rojas Briceño Docente. Magíster en Gestión y Liderazgo Educacional. Magíster en Dirección y Comunicación. Coach Ejecutivo Profesional (PUC). Instagram: @jaimer.coachejecutivo. www.rojasbriceñocoach.
No son pocas las ocasiones en
que, como coach ejecutivo, me he sentido contrariado o confundido respecto a lo
que realmente necesita un coachee en el transcurso de un proceso. El desafío
radica en mantener la esencia del coaching y no deslizarse, casi de manera
inadvertida, hacia otros territorios como la consultoría, la mentoría o incluso
la formación.
Mi primera responsabilidad con
los clientes es aclarar qué es y qué no es coaching ejecutivo. El Libro Blanco
del Coaching (Asociación Española de Coaching, 2018) nos ofrece un marco
riguroso para entender esta práctica y distinguirla de otras formas de acompañamiento
profesional.
El coaching ejecutivo es un
proceso de acompañamiento conversacional, centrado en que el directivo o
profesional reflexione, tome conciencia, descubra sus propias respuestas y
despliegue nuevas formas de acción. El coach no da recetas ni transmite conocimientos
técnicos, sino que facilita el desarrollo del potencial del cliente a través de
preguntas, feedback y exploración.
Para no confundir conceptos, es
clave diferenciarlos de otras prácticas:
• Consultoría → Se centra en
aportar experiencia y conocimiento técnico especializado.
• Mentoring → Se basa en
compartir la propia experiencia personal y profesional, acompañando desde el
ejemplo y sirviendo de referente para el desarrollo del mentee.
• Formación → Consiste en
transmitir conocimientos estructurados y prácticos sobre un área de
especialización.
El coaching no reemplaza a
ninguna de estas prácticas, pero puede complementarse con ellas. Lo importante
es no llamarle coaching a lo que no lo es. Si en un proceso con un cliente
surge la necesidad de aportar experiencia y conocimiento, estoy en el rol de
consultor; si lo que se requiere es inspiración y referencia a partir de mi
trayectoria, estoy en el rol de mentor; si se trata de transferir conocimientos
técnicos, hablamos de formación.
El Libro Blanco insiste en que la
integridad profesional del coach está en saber delimitar, aclarar y respetar
estos marcos. Esto da confianza al cliente y fortalece el impacto del
acompañamiento.
En resumen, el coaching ejecutivo
es un espacio de reflexión profunda y desarrollo de liderazgo, mientras que la
consultoría, el mentoring y la formación aportan valor desde otras dimensiones.
Tal vez, quien sabe, el arte está en saber cuándo quedarse en el rol de coach y
cuándo, si es necesario, cambiar de sombrero, lo que solo es posible si se
tienen las competencias para hacerlo, siempre con diferenciación y
transparencia hacia el cliente.
Ahora bien, esta misma lógica
aplica al coaching de equipos, entendiendo al equipo como una unidad única, con
una personalidad propia construida sobre las competencias, creencias y
dinámicas colectivas que se articulan entre sus distintos miembros. En este
contexto, el rol del coach es acompañar al equipo en su desarrollo como un
organismo único, más allá de la suma de individualidades.
Cierro con la convicción de que
el coaching, ya sea individual o de equipos, tiene un enorme poder
transformador. Nuestra tarea como coaches es cuidar la esencia de la práctica,
respetar los marcos profesionales y, sobre todo, poner al servicio del cliente
su propio potencial de crecimiento. Porque, en definitiva, el verdadero impacto
del coaching no está en lo que el coach entrega, sino en lo que el cliente
descubre, integra y transforma en su vida profesional y en su liderazgo.
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