El sábado pasado me reuní con mis
compañeros del grupo scout del que participé cuando era niño en Santiago. Han
pasado fácilmente 30 años desde que nos vimos por última vez con varios de
ellos. Al encuentro llegaron unas veinte personas y fue especialmente
significativo encontrarnos y observar cómo, si bien hemos cambiado mucho, de algún
modo seguimos siendo los mismos.
Dejando de lado la buena mesa y
la amena compañía, a medida que se desarrollaba la actividad me surgieron
varias reflexiones que quiero compartir.
Lo primero que pensaba era como
ha cambiado el mundo en que vivimos ahora con respecto a cómo era el mundo hace
treinta años atrás. Partiendo por el entorno donde se reunía el grupo, ahora
hay cerca varios supermercados, una autopista urbana, una estación de metro. Santiago
y muchas de las ciudades de nuestro país no son lo mismo, ha llegado la
modernidad con su lado luminoso y su lado oscuro. En este sentido encuentro
valioso que contemos con más infraestructura de transporte o de comercio lo que
hace más fácil la vida, pero también me hace pensar como ahora los
desplazamientos son más lentos, como mucha vida que antes se hacía en las casas
o en la naturaleza ahora se hace en un mall o centro comercial. Esto de alguna
manera hace que nuestras vidas sean diferentes.
Me llamaba la atención como uno
de los participantes, que sigue formando parte del movimiento scout a nivel
nacional comentaba que el principal reclamo de los asistentes del ultimo
campamento al que fue no era la comida o dormir en carpas como uno pudiera pensar
sino que la falta de enchufes para cargar celulares o tablets. Esto que puede
parecer simpático refleja el cambio tecnológico abrumador que estamos viviendo,
con correo electrónico, teléfonos celulares, Facebook y otras tantas
innovaciones. Yo no sé cómo coordinábamos la acción en esos tiempos sin todas
estas innovaciones. Simplemente llegábamos a la hora que quedábamos de acuerdo
y el que no llegaba se perdía. Las comunicaciones eran en una libreta a los
papás o un llamado telefónico a un vecino o redes de rumores. A los niños de
ahora les parecen naturales todos estos inventos, son nativos de estas
tecnologías y se nos olvida que son todavía muy nuevas y van permeando de a
poco las actividades humanas.
Nos ha costado encontrar fotos de
las actividades, menos videos. Alguno contaba que tenía diapositivas. Ahora la
fotografía es omnipresente con las cámaras electrónicas incluso en los propios
celulares y no es necesario revelar fotografías en una tienda, basta con
publicarlas en internet y ya están disponibles. Lo mismo los videos subidos a
youtube donde va quedando memoria histórica de lo que hacemos. Leía por ahí que
luego de morir kodak y salir de la bolsa de comercio de Estados Unidos fue
reemplazada por Instagram, bonita metáfora del mundo que vivimos.
La oferta de actividades para los
niños era muy distinta. En la época del grupo no había mucha oferta, actividades
deportivas, televisión, el grupo de amigos del barrio y las actividades de la
iglesia. Hoy los niños son bombardeados con una oferta mucho más amplia que
también incluye actividades electrónicas y redes sociales. Los niños disfrutan
con otras cosas, viven en otro mundo, tienen más poder adquisitivo, viajan más.
Es curioso, algunos dicen que aunque tengan todas estas ofertas son niños que se
aburren más y que necesitan más estímulos para sentirse entretenidos. Esta
oferta es alejada de la naturaleza, a veces es alejada de otros seres humanos.
También tiene muchas veces un objetivo comercial por parte de quien la ofrece.
No sé si es mejor o peor oferta que la de “nuestros tiempos” sólo se que
quienes trabajan con niños deben realizar otros aprendizajes adaptativos para
estar cerca de ellos y educarlos en la actualidad.
Todo lo que he narrado me ha
conectado con la nostalgia. La nostalgia es una bonita emoción, que nos hace
recordar con cariño el pasado. Nos hace honrar el pasado en lo que este ha
tenido de lindo, de relevante, de valioso. Es una emoción que en su dimensión colectiva
genera importantes lazos entre quienes la vivencian. Creo que si tiene dos
peligros, uno de ellos es la tendencia a idealizar el pasado y sólo recordar lo
positivo, olvidándose que cuando el pasado fue presente también tuvo de todo,
la memoria limpia lo feo, lo triste, lo doloroso y sólo deja lo bonito. Esto
produce el segundo peligro que es vivir en el pasado, perdiéndose en el camino
del presente. Ese es un riesgo permanente con esta emoción con el que hay que
convivir y tener cuidado. Como muchas cosas en la vida se me ocurre que es
importante el equilibrio: honrar el pasado y vivir en el presente.
La gente cambia pero no cambia.
Curiosa paradoja. Estamos más viejos, más guatones, más pelados, distintos en nuestros
cuerpos. También somos distintos en otras cosas como actitudes, ideas, valores.
Si, los seres humanos cambiamos. Pero también hay otra dimensión: se mantienen
gestos, se mantienen modos de hablar, se mantiene una actitud ante la vida.
Esto me sorprende y me produce familiaridad. No somos los mismos y somos los
mismos, aunque hayan pasado treinta años.
Que buenos años los del grupo
scout, que buenas personas con las que compartí y que hasta el día de hoy son
mis amigos y les tengo un cariño entrañable. Para mi haber participado del
movimiento scout fue valioso en la vida, lo honro y no sería quien soy si no
hubiera pasado por ahí. Como dicen, “una vez scout, siempre scout”.