Recuerdo
exactamente cuando comencé a utilizar el correo electrónico por allá por el año
1994. Como psicólogo laboral arrendaba una oficina frente a la Universidad y
esta me prestaba el servicio de internet, el que, por supuesto tenía que pagar
todos los meses, así que tenía un correo muy largo cdiaz@choapa.cic.userena.cl.
El problema era que muy poca gente tenía correo electrónico así que no tenía
mucho con quien comunicarme por esa vía.
Hoy la
realidad, luego de casi 30 años es tan distinta, todo el mundo tiene un e-mail,
muchísimas comunicaciones que antes se sostenían cara a cara o por medio del
correo escrito se hacen por esta vía y, aunque no es tanto mi caso, el correo
electrónico llega a abrumar porque interrumpe, porque es muy abundante o porque
se ha instalado la expectativa que tiene que tener una respuesta rápida.
Bueno, ese es
el contexto de reflexión de Cal Newport en su entretenido libro “Un mundo
sin e-mail” que he leído por estos días y que quisiera comentar en este
post. He escrito antes sobre este autor y su libro Enfócate,
el que de alguna manera creo que antecede en sus ideas al que comentamos ahora.
Todos
asumimos que el correo electrónico ayuda con la conectividad, con la
productividad, con la comunicación, con las buenas decisiones y etc. Y la
pregunta de Newport, es si ¿será así efectivamente? Su argumento es que no necesariamente, ya que
los trabajadores del conocimiento, al ser interrumpidos constantemente por los
correos, no aumentan su productividad, ni su felicidad, sino que la disminuyen.
¿Cuáles son
los argumentos? A mi entender, el autor destaca que se reduce la productividad
y la felicidad por la masiva recepción de correos electrónicos, correos
electrónicos que el receptor tiene que responder, lo que le consume entonces
una enorme cantidad de tiempo que podría dedicar a otras cosas. Otro argumento
es que muchos de estos correos solicitan la realización de tareas
administrativas y de poco valor, lo que significa que un “trabajador del
conocimiento” deja de dedicarse a lo valioso por estar respondiendo correos
electrónicos intrascendentes. También argumenta que muchas veces la manera de
trabajar con el correo electrónico, lo que llama la “mente de colmena
hiperactiva”, es decir, estar permanentemente conectado, impide que las
personas se dediquen a tareas que requieren concentración.
Agrego más
argumentos. Otro argumento es que la expectativa de quien envía un correo es
que le respondan dentro de cierto tiempo, cada vez menor, por lo que quien no
responde con prontitud cultiva una reputación de ineficiente e incluso puede irse
el fin de semana o al terminar la jornada de trabajo, si es que dejó correos
sin responder con la sensación de angustia por dejar tareas incompletas, lo que
es un cuento de nunca acabar. Además, muchos correos no son necesarios, no
intercambian información valiosa ni se usan para adquirir compromisos serios,
son todo lo contrario, maneras de escaparse del trabajo y “pasarle la pelota” a
otras personas, como los correos donde se “pimponea” el agendar una reunión y
luego de muchos intercambios la reunión no se concreta, por lo que puede
pensarse que el correo se usa para “hablar del trabajo” pero no necesariamente
para “hacer el trabajo”.
Hasta aquí me
parece que su crítica al uso del correo electrónico, al menos en los términos
que describe su uso y lo critica también se puede hacer extrapolable al uso de
whatsapp y creo que tiene muchísima razón en varios de ellos, sobre todo en lo
referido a que el exceso de correos que demandan respuestas prontas y que no
tienen mucho valor desenfoca del trabajo más importante.
Pero, no
estoy de acuerdo en lo tajante de la crítica, creo que el e-mail bien usado, es
una gran herramienta de comunicación y no quisiera volver a la tecnología
antigua de las cartas impresas o el fax, sobre todo lentas y mucho más caras.
Al leer el
trabajo de Cal Newport creo que la principal crítica al uso masivo, frecuente y
poco consciente del correo electrónico es que consume el capital más importante
de las personas que usan su cerebro como el principal capital productivo, que
es la atención. Dedicarle mucho tiempo al e-mail distrae, desconcentra, abruma,
desconecta, cansa y, además, muchas veces tiene poco valor.
Por eso que
en la segunda parte del libro propone diversas maneras de hacer frente al
fenómeno del e-mail o, en definitiva, como desarrollar otras maneras de
trabajar que no incluyan el uso del correo electrónico de manera masiva,
frecuente o que interrumpa el flujo del trabajo.
Sus
recomendaciones incluyen
a) la
invención de otros procesos de trabajo que no requieran el uso del
e-mail, aludiendo por ejemplo al uso de plataformas donde las personas que trabajan
juntas de manera colaborativa no se envíen correos, sino que registren en
dichas plataformas sus avances o a técnicas de trabajo ágiles que concentren a
los equipos para producir en poco tiempo desarrollo de ideas o productos como
lo hacen los desarrolladores tecnológicos.
b) También
alude a el uso de protocolos para utilizar e-mail, en el sentido de
reglas de uso, como por ejemplo la desconexión de los correos después de cierta
hora (como en Francia y su ley de no envió de correos pasada la hora del
trabajo) o respuestas automáticas que un correo se responderá dentro de cierto
tiempo o ensayar respuestas mínimas al mail o preferir reuniones para “cortar
ciertos temas” antes que el envío de mails.
Y, c) el principio
del especialista, que en definitiva argumenta que hay personas que realizan
trabajos tan valiosos por su especialización que deben ser protegidos del
e-mail con la ayuda de otras personas que se los filtren, que les hagan de
asistentes u otras prácticas enfocadas en que se dediquen a lo que hacen bien y
es valioso y no se pierdan contestando correos irrelevantes.
A mi me ha
parecido interesante y entretenido el libro y me ha llevado a pensar en mis
propias prácticas con el uso del correo, descubriendo como a veces gasto tiempo
valioso revisando y contestando correos de poco valor o como a veces al tener
el mail abierto este irrumpe y me saca de algo en lo que estaba concentrado y
hasta me cambia de prioridades, perdiendo foco en lo importante.