Soy muy porfiado y siempre me he
sentido orgulloso de aquello. Claro que ser porfiado cuando las cosas resultan
parece valioso y le llamamos perseverancia. También hay que reconocer que tiene
su lado oscuro y es que porfiar en algo que no tiene sentido o cuando el mundo
cambia puede ser un gran defecto.
Creo que así se podría resumir el
trabajo de Adam Grant, quien expone esta idea del siguiente modo” Cuando la
gente piensa en los requisitos necesarios para disponer de una buena fortaleza
mental, la primera idea que suele venir a la cabeza tiene que ver con la
inteligencia. Cuanto más inteligente eres, más complejos son los problemas que
puedes resolver y más rápido puedes encontrar la solución, pero en un mundo tan
turbulento como el nuestro, hay otra capacidad cognitiva que puede llegar a ser
aún más importante: la de reconsiderar las cosas y olvidar todo lo aprendido”.
Me parece que en general el libro
es una buena invitación a la humildad y a la flexibilidad. Humildad en el
sentido que nunca sabemos todo y podemos estar equivocados completamente y, flexibilidad,
en el sentido que hoy, más que nunca, adaptarse pasa por hacer giros,
reinvenciones, cambios. Por eso, creo que hay que tener mucho cuidado en uno
mismo y en los demás cuando alguien dice algo así como “es que yo creo en esto
hace 30 años” (peor si dice que además no va a cambiar nunca) porque puede ser que
aquella creencia fuera valiosa hace precisamente 30 años y hoy no sirva para
nada y no sólo no sirva, sino que además le cree problemas.
Creo que una derivada de estas
ideas tiene que ver con la noción de coherencia. Valoramos a las personas de
una sola línea, solemos interpretar que quien mantiene un comportamiento o una
creencia por muchos años es más creíble. Es posible que aquello sea así en
ciertos dominios, aunque no estoy del todo seguro. Sin embargo, las personas
pueden cambiar sus conductas, sus creencias y eso no resta coherencia, sino que
muestra solamente que tenemos capacidad de aprender y cambiar para adaptarnos
mejor. Por eso veo bien y valoro cuando alguien dice que antes veía las cosas
de tal modo y ahora los ve de otro. Con lo que tengo desconfianza es con
quienes hacen aquello a cada rato y suena más a un comportamiento acomodaticio
y electoral más que algo genuino, como muchos políticos y políticas.
Esto mismo me pasa con la práctica
del coaching. Por más que esta práctica tiene un lenguaje y modelos
conceptuales característicos se podría resumir con un: “si lo que haces no te
sirve para llegar a los resultados que valoras, empieza a hacerlo de un modo
distinto”. Y por eso en el modelo Observador – Acción – Resultado, muchas veces
simplemente hay que cambiar la acción y otras veces es necesario cambiar el “paradigma”
que lleva a tener sólo algunas acciones a la mano.
Reconsiderar los puntos de vista
puede ser una buena práctica, por eso tenemos que estar atentos a tres
identidades que aparecen cuando se trata de revisar nuestras creencias. Dice Grant
que podemos comportarnos como predicadores, fiscales o políticos. Nos comportamos
como “predicadores” cuando nuestras creencias se ven amenazadas, entonces damos
sermones para proteger nuestras ideas. También nos comportamos como “fiscales”
cuando queremos demostrar que los demás se equivocan y no nosotros, en cuyo
caso detectamos sus puntos débiles y se los mostramos. Finalmente, entramos en
modo “político” cuando hacemos campaña y buscamos la aprobación de los
electores con nuestras ideas. Dice entonces que “El riesgo es que acabemos tan
obsesionados con predicar que tenemos razón, fiscalizar a quienes se equivocan
y politiquear en busca de apoyos que no nos tomemos la molestia de reconsiderar
nuestros propios puntos de vista.
¿Cuántas historias hay de
personas que se han encariñado tanto con sus ideas que han sido incapaces de
reconsiderarlas y, al menos en el ámbito empresarial, han terminado quebrando?
Bueno, ahí está citada por el mismo Grant la historia de Mike Lazaridis y el BlackBerry,
quien teniendo el 2005 el 50% del mercado de los teléfonos terminó quebrando al
ser incapaz de observar y reinterpretar lo que ocurría con el iPhone de Apple o
los smartphone.
Por supuesto que nadie está libre
de lo mismo, esto no es algo que les ocurra sólo a los grandes empresarios o
innovadores, es algo que nos ocurre a todos frecuentemente. ¿Cómo entonces
podemos abrirnos a la posibilidad que nuestras creencias estén erróneas y
tengamos que cambiarlas? El autor propone considerar la humildad, asumiendo que
hay muchas cosas que no sabemos. Dice “las personas con más éxito confían en
lograr el objetivo con el tiempo, pero tienen la humildad de preguntarse si
están utilizando los mejores métodos para llegar allí”. Mantener el objetivo,
pero revisar los métodos. Cuidar nuestros valores, pero ajustar las creencias o
las conductas.
Una señal de falta de humildad o
de arrogancia es no asumir que nuestros juicios tienen sesgos, creer que somos
objetivos y podemos “ver las cosas como realmente son”, diciendo algo así como “yo
no tengo sesgos”. Dice Adam Grant que dos sesgos son especialmente importantes:
el sesgo de confirmación (ver lo que esperamos ver) y el sesgo de deseabilidad
(ver lo que queremos ver). Al respecto dice: “Estos sesgos no sólo nos impiden
aplicar la inteligencia. De hecho, pueden retorcer nuestra inteligencia hasta
convertirla en un arma contra la verdad. Como resultado, encontramos nuevos
motivos para predicar nuestra fe con más convicción, defender nuestro caso con
más pasión y dejarnos arrastrar por la marea que ha creado nuestro partido
político”.
Me ha parecido un libro especialmente
oportuno para reflexionar sobre los procesos de cambio, sobre el aprendizaje,
sobre el trabajo en equipo y, sobre todo, para promover una actitud liviana y provisional.
Defendamos nuestras convicciones pero tengamos prudencia que podemos estar equivocados
y mejor ir lento por el camino correcto que rápido por el camino errado. Libro necesario
para los porfiados como yo.
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