Hace tiempo que vengo dándole vueltas a este post ya que en mi experiencia como coach ejecutivo me encuentro una y otra vez, de manera abierta o camuflada con el miedo como condición emocional reiterada en los ejecutivos con los que me toca trabajar. Algunos lo manejan mejor que otros y, algunas definitivamente, lo manejan muy mal. Algunos lo esconden y pocos reconocen abiertamente sentir algún tipo de miedo.
Creo que es un tema poco tratado y en
general mal tratado en la literatura de recursos humanos, de desarrollo
organizacional y del coaching ejecutivo. Cuando a alguien lo nombran ejecutivo
se suele destacar el valor de asumir el cargo, los desafíos que enfrentará, a
veces se destaca el entusiasmo o la ambición que significa estar en posiciones
como aquellas. A lo más se destaca la “soledad del poder”, pero ¿quién habla de
los temores que puede significar ser ejecutivo?, ¿los temores al fracaso, a la
soledad, a la incertidumbre, a las malas decisiones, a la exposición, a las
críticas o a otras situaciones parecidas?.
El miedo es una emoción que todos los
seres humanos sentimos cuando interpretamos que una situación comporta peligro
y vulnerabilidad. Es una emoción que compartimos con otras especies animales y
que seguramente ha tenido una importante función evolutiva al permitir identificar
peligro y salir airoso del mismo. El miedo como emoción tiene una duración
pasajera y pasado el peligro esta emoción decae o muta en otra diferente.
Una persona con miedo tiende a
presentar tres reacciones posibles, según José Marina en su libro Anatomía del
miedo. Dicho autor señala como alternativas: (1) Huir, salir corriendo (2)
hacerle frente a la situación, sobre todo cuando las circunstancias impiden la
huida, (3) camuflarse o hacerse el muerto con el fin de despistar al
“depredador” y que desista de la persecución.
En muchas personas el miedo tiende a
instalarse como una preocupación permanente, un estado de ánimo, desde el cual
se mira el mundo y que persiste pese a que la situación con la que haya estado
conectada desapareciera. En este caso, se mira el mundo de un modo “temeroso” y
se interpretan las situaciones, en su generalidad, como peligrosas. Ello trae
consigo “paranoia”, un radar especialmente elaborado para detectar (y en
algunos casos inventar) situaciones que llevan peligro o vulnerabilidad, en
muchos casos sin la posibilidad de distinguir “real” de “imaginado”, “leve” de
“grave”, manteniéndose en un estado de alerta generalizado. Ello lleva incluso
a “proyectar” en otros el propio miedo, identificando enemigos inexistentes y
luego sorprendiéndose del peligro que otros representan.
El miedo puede adoptar distintas
formas e intensidades. Las más frecuentes son: temor, recelo, aprensión,
espanto, pavor, terror, horror, fobia, susto, alarma, pánico, ansiedad,
angustia. Muchas veces el miedoso reconoce su temor como tal. Otras veces lo
camufla o lo esconde, diciendo “no tengo miedo”. Incluso, otras veces, adopta una
conducta “contrafóbica”, haciendo todo lo contrario que si tuviera miedo, “que
nadie vaya a pensar que tengo miedo”, cuando lo que lo mueve es precisamente el
temor. La angustia y la ansiedad son formas camufladas de miedo, donde lo que
se destaca es la preocupación general, con dificultad para identificar aquello
que precisamente causa miedo. El ansioso se comporta de un modo nervioso,
intranquilo, preocupado, agitado.
Es cierto que en el mundo ejecutivo
hay personas que parecen no tener miedo, que enfrentan decisiones importantes y
desafíos sin atemorizarse. No sé si ello es normal, de hecho podríamos estar
ante un psicópata, que precisamente se caracteriza por no sentir miedo, y por
ello puede ser muy dañino y peligroso con los demás.
A mi juicio, entre los ejecutivos el
miedo es una emoción híper abundante pese al intento de esconderla, negarla o
camuflarla. Temores de distinta naturaleza: fracasar y no alcanzar los logros
que se espera conseguir, sentir rechazo de parte de las demás personas (las propias
jefaturas, los colaboradores, los pares), sentirse impotente, en términos de
proponer decisiones que no sean seguidas por los demás y tener poca influencia,
temor a equivocarse y descubrir al cabo de un tiempo que las decisiones tomadas
han sido poco adecuadas, temor a las críticas de otras personas.
No sé cuál de estos miedos es más
importante o más extendido, creo que el miedo al fracaso es uno de los más
extendidos, ya que se supone que los ejecutivos saben cómo lograr resultados,
lo que muchas veces no es cierto, sobre todo si no tienen la suficiente
experiencia, no conocen la industria, no forman un buen equipo, les asignan
metas inalcanzables u otras circunstancias. Además aunque el ejecutivo sea experimentado
e inteligente nada asegura que pueda alcanzar las metas, más aún cuando muchas
veces se fijan metas con supuestos absurdos, con crecimientos exponenciales o
sin proporcionarles recursos adecuados.
En general es poco habitual que un
ejecutivo se atreva a decir que siente miedo, ya que asume que el juicio de
decir aquello será muy negativo. Incluso, muchas veces no se lo dice ni a sí
mismo, negando que niega el miedo. Además, ¿a quien se lo va a decir?, puede
que en la propia empresa haya poca escucha para algo de ese tipo. A lo más se
lo podrá decir a sus personas de confianza y si estas están igual de asustadas
con él puede que no haya contexto para aquello.
El tema no es sentir miedo, sino que
ser capaces de administrarlo y enfrentar de igual forma los desafíos que una
posición directiva depara. Por ello que partir reconociéndolo es una buena
práctica, no para huir, ni para inmovilizarse ni para atacar a nadie, sino que
para integrarlo y superar los desafíos que una posición ejecutiva implica.
Tener el juicio que es normal y aceptable sentir miedo, que lo valioso es la
valentía de actuar pese a tener miedo.
Para ello contar con un buen coach,
que ayude a mirar al miedo a la cara, a identificar a que se le tiene miedo, a
identificar cuánto hay de “real “o “imaginario”, cuánto hay de paranoia o sobre
interpretación, cuánto hay de razonable en tener miedo. Esto no significa que
un coach no pueda tener miedo, también puede tenerlo, pero al estar en una
posición más de observador, puede ayudar al ejecutivo a trabajar con su miedo. Creo
que por eso el coach ejecutivo sirve de contenedor, de apoyo, de fuente de
tranquilidad, no para tomar mejores decisiones de negocio sino que para
incorporar mayor sabiduría y tranquilidad emocional en las decisiones.
Escribo este artículo los primeros
días de septiembre, cuando se cumple un nuevo aniversario del comienzo de este
blog. Gracias a todos mis amigos por sus buenos comentarios que me animan a
seguir escribiendo.
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