He estado estos días
en un interesante taller de liderazgo dictado por Alejandro Matamala. Alejandro
es amigo mío y considero que es un hombre estudioso y muy sistemático en lo que
hace. Trabajó algo muy interesante que es el liderazgo basado en “tres energías”,
en la energía del poder, de la autoridad y de la influencia. Cuando alguien
dirige a otras personas y lo hace basándose en el nombramiento formal que tiene
lo hace desde el poder, puede decir algo así como “hágalo porque yo se lo
mando”. Cuando dirige a otros que “le dan autoridad” para dirigirlos porque
sabe, porque está preparado, porque es carismático, dirige desde la autoridad.
Sin embargo, alguien puede liderar desde la influencia cuando lo hace desde
otro lado, desde el escuchar, desde dar el ejemplo, desde comunicar
expectativas positivas, etc.
Creo que estas distinciones de
Alejandro son consistentes con algunos modelos formales de liderazgo, como lo
que expone Heifetz, Kouzes y Posner, Kotter, Boyatzis y Goleman, Bass y Avolio,
etc, quienes con distinto nombre hablan más o menos de lo mismo, que para ser
un buen jefe no basta mandar – dar ordenes sino que hay que desarrollar la
capacidad de movilizar a las personas, ya sea con una visión, con inspiración,
con dar el ejemplo, con el aprendizaje adaptativo, etc.
Siempre me ha llamado la atención el
tránsito que hacen quienes recién asumen cargos de jefaturas en las
organizaciones. Llegan convencidos que su trabajo es técnico y es dar
instrucciones y entran en crisis cuando descubren (a veces luego de golpes y
dolores) que la mayor parte de su trabajo es relacional y las ordenes no
funcionan, al menos no siempre.
Quiero profundizar sobre estas dos
cuestiones.
Muchas personas asumen roles
directivos dado que son expertos en algo, al profesor lo nombran director, al
médico jefe de servicio, al fiscalizador jefe de grupo. La expectativa habitual
es que como son buenos técnicamente, son expertos, saben mucho de algo, eso los
habilita para dirigir a otros. Y así llegan a ser supervisores o jefes. Y claro
tienen que resolver temas técnicos porque las personas a cargo esperan que digan
lo que hay que hacer y pierden autoridad cuando la gente siente que no saben.
Sin embargo, eso no basta. Rápidamente empiezan a ocupar tiempo en temas de
otro tipo, relacionales. Resolver conflictos, “apagar incendios”, mediar,
contener emocionalmente, escuchar problemas, negociar diferencias, motivar, etc.
Y, a veces en relación al tiempo disponible estas actividades ocupan mucho
tiempo. Algunos insisten en los temas técnicos – del negocio y rechazan este
tipo de demandas. Otros aprenden que deben equilibrar ambas acciones y que, en
muchas ocasiones, hacerse cargo de temas relacionales impacta en que los temas
de tarea se hagan mejor.
Dar órdenes. Como tenemos a mano los
modelos jerárquicos, el que asume roles de jefatura o supervisión empieza a dar
órdenes e instrucciones. Estas funcionan, sobre todo cuando hay un contexto
emocional de miedo. El problema es que no bastan las órdenes. Y esto ocurre
porque muchas veces el jefe sabe poco de los problemas que le traen, ya que con
la cantidad de demandas que tiene no puede profundizar demasiado en los
problemas o los problemas son de áreas técnicas en las que no tiene experticia.
Entonces tiene que aprender a hacer preguntas, a señalar criterios generales, a
articular, a confiar en que las personas a cargo son criteriosas y le
presentarán las mejores alternativas. He visto muchos supervisores que se
quedan pegados en esto y se resienten cuando no siguen sus órdenes o se
desarrolla hipocresía, la gente hace como que obedece las órdenes y al final
hace lo que considera conveniente igual.
Siempre que asisto a talleres donde
se abordan estos temas algunos preguntan si entonces es una cosa u otra, o
mandar o movilizar, o dar órdenes o dejar que la gente haga lo que quiera. Me
gusta la metáfora de hacer crecer la casa, de expandir posibilidades.
En muchas ocasiones el trabajo de
los jefes sigue siendo ser expertos y ayudar a definir los problemas o mostrar
las opciones técnicas disponibles. Sobre todo cuando se trata de jefaturas de
primera línea. En muchas ocasiones lo esperable es dar una instrucción y
esperar que se obedezca. El tema es tener más alternativas, contar con más
recursos, tener más herramientas. Motivar desde otro lado, dirigir desde otras
habilidades, no tener que recordarles a las personas a cargo que tienen que
hacer el trabajo porque soy el jefe.
Si lo miro como metáfora, ampliar la
casa significa hacerle un segundo piso, para tener más habitaciones, hacerle
una ampliación para tener una biblioteca donde guardar los libros y leer
tranquilo. Algunos hacen ampliaciones más grandes y ponen una sala de cine.
Algunos amplían el jardín y tiene más árboles o hacen una piscina.
Claro, para hacer buenas
ampliaciones hay que tener recursos y eso es aplicable a la metáfora. También
hay que tener fundaciones que sostengan la ampliación o tener una cantidad
suficiente de terreno. También hay que buscar buenos maestros que sepan de
materiales o de construcción.
Me gusta pensar que los jefes con
los que trabajo o he trabajado en el tiempo han adquirido nuevas habilidades y
competencias, que son más sensibles a las metas y a las personas y que, frente
a problemas nuevos, se preguntan que puedo aprender aquí y piden ayuda cuando
la necesitan.
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