Desde que inicié
mi carrera profesional he participado en proyectos que han significado viajar a
otras ciudades, a veces solo por algunos días y otras veces por largos
periodos. Así, si hago una lista rápida me ha tocado trabajar en Arica,
Iquique, Antofagasta, Tocopilla, Calama, San Pedro de Atacama, Copiapó,
Vallenar, Ovalle, Valparaíso, Rancagua, Talca, Concepción, Tomé, Chillán,
Temuco, Puerto Montt, Valdivia, Coyhaique y, hasta Punta Arenas, sin dejar de
considerar largas pasadas por Santiago.
Reconozco que
desde que era pequeño me ha gustado viajar, por vacaciones, por campamentos
scouts, por retiros con los curas, por lo que sea. Siempre me ha gustado ese
sentimiento del día anterior al viaje, de preparar la maleta, de anticiparse a
la aventura, de llegar al lugar y sentir otros olores, asombrarse con la gente,
observar un lugar distinto o redescubrir lugares conocidos.
Por eso creo que
un buen trabajo tiene que implicar viajar. No necesariamente vivir arriba de un
avión o un bus, pero si cada cierto tiempo salir, moverse, visitar otras
regiones, interactuar con otras personas.
Cuando viajo lo
primero que hago es escoger un buen libro y aprovechar los tiempos muertos para
leer. En la vorágine del día a día me cuesta darme tiempo libre para leer y
viajar es una gran oportunidad para cultivar este hábito. Soy un lector ávido
de lo que sea y me cuesta dejar tiempo libre para leer, viajar es una excelente
oportunidad para leer sin culpa.
Y me suele pasar
que me encuentro con gente conocida, que conozco de distintos mundos: la
Universidad, antiguos clientes de la consultora, ex alumnos, incluso, gente que
ni se el nombre pero de tanto vernos en los aeropuertos terminamos por
saludarnos.
En el último
viaje por ejemplo, iban dos personas conocidas que trabajaban en una empresa de
Coquimbo, que se acaba de fusionar con una gran empresa de Santiago, uno de
ellos gerente de recursos humanos, cliente mío muchos años. Me contaban la
experiencia que ha significado para ellos esta fusión, con sus aspectos
positivos y negativos. Por lo pronto han tenido que irse a vivir a Santiago con
la dificultad familiar que ello implica. Y también les ha significado
insertarse en una nueva cultura organizacional, donde las cosas se hacen
distinto a la empresa que ellos trabajaban, lo que conlleva gran aprendizaje.
Estoy convencido
que viajar implica adquirir nuevas perspectivas, separarse de lo conocido y
mirarlo con otros ojos o, derechamente descubrir nuevos mundos. Recuerdo
haberme encontrado en el aeropuerto de Antofagasta con un apoderado del colegio
de mi hija, quien trabaja en una compañía minera, con el que había cruzado solo
algunas palabras y escucharlo hablar de su trabajo, de los minerales, de la propiedad
minera, etc. Aprendí muchísimo de esa conversación, sobre todo de cómo él prefería concentrar el conocimiento antes que
explicitarlo en algún manual, como garantía de empleabilidad. Esto dio lugar a
una interesante conversación sobre conocimiento tácito y explícito.
A veces me
encuentro con gente que no he visto en mucho tiempo y es agradable darse un
buen abrazo. El otro día me encontré a un viejo amigo del colegio, a Ignacio
Salinas, no lo veía desde su matrimonio hace como 10 años o más años atrás,
conversamos un buen rato, nos reímos de los viejos tiempos y prometimos
llamarnos para encontrarnos en Santiago a tomar un buen café.
He quedado
varado un par de veces en los aeropuertos, sobre todo cuando al de La Serena no
se puede aterrizar. Una vez me tocó quedarme en Antofagasta, una de las pocas
veces que llovió en esa ciudad. Ahí me encontré con la Patty, amiga de mi ex
mujer, quien trabaja como vendedora de insumos de un laboratorio. Fue una
oportunidad de conocer en que trabaja, hablar de nuestros hijos y reírnos de la
vida y de la muerte.
Leyendo a
Castells en “La era de la información”, hay un capitulo muy interesante acerca
del nuevo significado que tiene el espacio en este mundo globalizado y
tecnológico, como ha cambiado nuestro concepto de espacio. La carrera
profesional ya no se desarrolla solo en una ciudad o área geográfica, uno puede
residir en una ciudad, pero la profesión se ejerce en un territorio mucho más
vasto.
Recuerdo que
varias veces me han ofrecido trabajo en algún viaje, sin ir más lejos el otro día
me encontré con un antiguo compañero de la Universidad, gerente de una
consultora, quien me pidió le enviara mi curriculum para participar con él en
un proyecto relacionado con coaching en Iquique.
Viajar es una
oportunidad para fortalecer las redes informales, esas que se desarrollan al
calor de un café, de una conversación de aeropuerto, con personas con las que
no somos amigos, ni trabajamos juntos pero que pertenecen a nuestro circulo de
contactos.
Cada vez que
viajo miro a mi alrededor a ver si encuentro a alguien conocido, si es así, me
dispongo a saludar. Y si no, como ocurre también frecuentemente, abro mi libro
y me embarco en el placer de la lectura.