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viernes, 3 de marzo de 2017

Modernidad Liquida. Zygmunt Bauman.



No me ha resultado un libro fácil de leer, tal vez el verano y las vacaciones no sean la mejor época para leer sobre temas tan profundos o tal vez leer sociología tenga mayores dificultades que leer historia o psicología laboral. Hacía mucho tiempo que quería leer a Zygmunt Bauman y enterarme en las noticias de su fallecimiento el 9 de enero apuró que empezara a revisar su libro más clásico, la “modernidad líquida”. Creo que junto a varios otros autores que he leído como Toffler, Sennett, Castells o el mismo Drucker, aunque con distintas perspectivas y énfasis describen los cambios que estamos viviendo y buscan encontrar las pautas que mejor describen estos cambios. 

Libro que intenta “aprehender la naturaleza de la fase actual (en muchos sentidos nueva) de la historia de la modernidad”, utilizando para ello una metáfora, la de fluidez o liquidez en contraposición a la idea de solidez y estabilidad.

Durante siglos las estructuras sociales se mantuvieron estables, los límites y estándares eran inalterables y hasta cierto punto incuestionables. La sociedad occidental estaba compuesta por instituciones rígidas donde se valoraba lo perdurable, la tradición y la capacidad de comprometerse a largo plazo. La época industrial precisamente se caracterizaba por el “trabajo duro” o la “industria pesada”, el “compromiso de largo plazo”, todos conceptos que hoy en día están bajo fuerte cuestionamiento y obsolescencia.

La liquidez se caracteriza por la “fluidez”, ya que a diferencia de los sólidos, sufren un continuo cambio de forma cuando se los somete a tensión. Los líquidos, distinto de los sólidos, no conservan fácilmente su forma, no se fijan al espacio ni se atan al tiempo. “Los fluidos no conservan una forma durante mucho tiempo y están constantemente dispuestos (y proclives) a cambiarla, por consiguiente, para ellos lo que cuenta es el flujo del tiempo más que el espacio que puedan ocupar: ese espacio que después de todo, sólo llenan por un momento”.

“Los fluidos se desplazan con facilidad, “fluyen”, “se derraman”, “se desbordan”, “salpican”, “se vierten”, “se filtran”, “gotean”, “inundan”, “rocían”, “chorrean”, “manan”, “exudan”; a diferencia de los sólidos, no es posible detenerlos fácilmente, emergen incólumes de sus encuentros con los sólidos, mientras que estos últimos (si es que siguen siendo sólidos tras el encuentro) sufre un cambio: se humedecen o empapan”.

A partir de esta metáfora de la liquidez, “la modernidad fluida” considera que ha cambiado la condición humana de manera radical, lo que exige repensar muchos conceptos. Por ello se concentra en cinco: emancipación, individualidad, tiempo – espacio, trabajo y comunidad. En el libro se puede ver como Bauman reflexiona sobre cada uno de estos dominios.

Me sorprende lo poderoso de la metáfora que usa Bauman para describir este tiempo que estamos viviendo y como dicha idea se puede aplicar tan bien a las relaciones laborales, al desarrollo profesional, a la vida de pareja, la ciudadanía, la política y a casi cualquier dominio en el que nos desenvolvemos, como la idea de estabilidad cambia por la de fluidez, como se privilegia flexibilidad por solidez o velocidad por localización.

Conversaba este tema con un amigo hace unos días atrás y reflexionábamos como las empresas por ejemplo prefieren arrendar oficinas por sobre comprarlas y seguramente en el paradigma de la “modernidad sólida” era mejor inversión comprar, en el paradigma de la “modernidad líquida” es mejor arrendar para irse rápidamente, sin ataduras, si cambia el mercado, si pierden a los clientes, si reinventan el negocio o cualquier otra razón. Lo mismo con los proyectos, muchas empresas prefieren “arrendar” consultores a contratar personal de manera estable. O llevado al matrimonio, definido históricamente como una institución para toda la vida, como se ha transformado, de manera líquida, en algo mucho más transitorio, de menor duración, con menos expectativa de futuro y a la vez más centrado en la libertad de los contrayentes con sus sueños, deseos e ilusiones. No por nada otro libro del autor se llama “amor líquido”.

En el plano del trabajo caracteriza Bauman el trabajo en la “modernidad liquida” como algo más parecido a la convivencia que al matrimonio. Bonita metáfora también para describir la falta de compromiso a largo plazo y la flexibilidad para estar mientras conviene e irse si las condiciones cambian sin dar mayores explicaciones o asumir mayores costos. De esta manera se ha instalado la flexibilidad como un valor crucial en las relaciones laborales, más que por las expectativas de la “mano de obra” que por las nuevas reglas que imponen las empresas flexibles, con una falta de compromiso entre capital y trabajo. Esta cualidad desemboca en mayor precariedad, inestabilidad y vulnerabilidad de las personas en relación al trabajo. No por nada en nuestro país se ha levantado un tremendo movimiento respecto de las AFPs, quienes prometían algo que parece han sido incapaces de cumplir, añadiendo mayor inseguridad en la vejez.

Por otro lado, señala que el trabajo tiene en la modernidad líquida, una nueva naturaleza a la que llama  “jugueteo”, ya que si en la etapa de modernidad sólida estaba relacionado con una misión de progreso de la humanidad, con una vocación de vida para cada persona, con una identidad clara y definitiva, en la actualidad ha perdido dicha centralidad por lo que no puede ofrecer un definición del yo segura ni ser un vehículo para identidades y proyectos de vida, tampoco puede ser pensado como fundamento ético de la sociedad. Se espera que el trabajo resulte gratificante por y en sí mismo y no por sobre “sus efectos sobre nuestros hermanos, sobre el poderío de nuestra nación y menos aún sobre el bienestar de las generaciones futuras”.

Creo que de alguna forma la generación “millenians”, hijos de esta modernidad líquida, grafican muy bien estas características descritas, muy enfocados en disfrutar lo que hacen, pasarlo bien en el trabajo, hacer algo que les agrade, disgusto por la jerarquía y las obligaciones. Y, flexibles, capaces de cambiarse de trabajo rápidamente, con pocos compromisos, algo “mercenarios” en sus obligaciones, poniendo muchas veces intereses no laborales por sobre una “ética del trabajo” más propia de épocas anteriores.

Nadie sabe a ciencia cierta cómo será el futuro, pueden ocurrir eventos impredecibles y de alto impacto, que nos hagan cambiar el modo que vivimos. Por otro lado, el modo de vivir actual no es consecuencia de algún tipo de “designio divino” sino que es producto de la manera que nosotros mismos, seres humanos, vamos tomando decisiones en el transcurso de nuestra historia, lo que nos podría permitir pensar y llevar a cabo cambios en el modo de convivir.

Por ello creo que es bueno reflexionar sobre estos temas para actuar de manera inteligente frente a ellos a nivel personal, familiar, organizacional y social. En el trabajo del coach es fundamental tenerlos en mente como el contexto en que nos desenvolvemos y donde se desenvuelven nuestros clientes, a fin de contribuir a generar nuevas posibilidades y no caer en una “resignación” que nos inmovilice.

Encontré una versión electrónica del libro.