Hace algunos días terminé de leer
el entretenido libro de Mariano Sigman, El poder de las palabras. El texto gira
en torno a una premisa potente: hablar cambia el cerebro. Pero no de forma
metafórica, sino literal. Conversar modifica circuitos neuronales, transforma
emociones, altera decisiones. No es exagerado decir que una conversación puede
cambiarnos la vida.
Pensar también es
conversar
Sigman sostiene algo que, aunque
parece obvio, tiene consecuencias profundas: hablar cambia lo que pensamos. Y
no solo cuando hablamos con otros. También cuando hablamos con nosotros mismos.
Pensar no es siempre una actividad silenciosa y abstracta; muchas veces, pensar
es hablar en voz baja con uno mismo.
Cuando ponemos en palabras
nuestras ideas, estas se vuelven más claras, más estructuradas, más revisables.
Pensar en voz alta no solo comunica: transforma.
Somos lenguaje: una
mirada desde el coaching ontológico
Esta intuición resuena
profundamente con el coaching ontológico. Desde esa mirada, no somos solo seres
que usan el lenguaje: somos lenguaje. Es decir, no solo describimos el mundo
con palabras, sino que lo creamos con ellas —en nuestras conversaciones, internas
y externas.
El lenguaje no es un espejo que
refleja la realidad, sino un acto que la construye.
Lo he visto muchas veces en la
práctica del coaching. Coachees que se sorprenden al oírse decir algo por
primera vez:
“Nunca lo había pensado así”,
dicen. Pero en realidad, lo que nunca habían hecho era decirlo.
La palabra hablada ordena el
pensamiento, lo saca del plano brumoso de lo interno y lo pone sobre la mesa. Y
es allí donde se vuelve visible, cuestionable, transformable.
Conversar con uno mismo:
una práctica de liderazgo
Conversar con uno mismo es un
acto de claridad. De autoliderazgo, podríamos decir. Es la capacidad de tomar
distancia de nuestros propios pensamientos, mirarlos desde afuera, y
examinarlos con mayor perspectiva.
Un líder que cultiva esta
práctica deja de reaccionar desde la inercia emocional y comienza a responder
con mayor conciencia.
Formar mejores
conversaciones internas
También pienso esto en clave
formativa:
¿Cómo ayudar a otros a tener
mejores conversaciones consigo mismos?
Quizás, como formadores o
coaches, no damos respuestas. Pero sí hacemos preguntas que provocan esas
conversaciones internas. Y eso, me parece, es una de las tareas más nobles de
nuestro oficio.
Seres anfibios: vivir
entre la experiencia y el relato
Otra idea poderosa del libro es
que los seres humanos somos anfibios. No en el sentido biológico, sino
simbólico: vivimos entre dos mundos. Por un lado, el mundo de la experiencia
directa —lo que sentimos, lo que vivimos. Por otro, el mundo de las historias
—la forma en que interpretamos, explicamos y damos sentido a lo que nos pasa.
Esta capacidad narrativa es una
maravilla: podemos tomar eventos dispersos y construir con ellos un relato
coherente. Así formamos nuestra identidad, nuestro propósito, nuestras
certezas. Pero también existe un riesgo: confundir el relato con la realidad.
Hace tiempo atrás escribí un post
sobre el libro La
Fábrica de historias de Jerome Bruner, quien expone con detalle estas
ideas.
Narrativas que nos
limitan... o nos habilitan
En el trabajo con líderes, esta
idea es fundamental. A menudo, no es la situación en sí lo que genera
conflicto, sino la interpretación que se ha construido sobre ella.
Frases como: “Mi equipo no se
compromete.”, “En esta organización nadie escucha.”, “Yo no sirvo para esto.” ...son
más que diagnósticos. Son narrativas que se repiten, se afirman, se endurecen.
Y sin embargo, pueden ser revisadas. No porque sean “falsas”, sino porque no
son la única versión posible.
En coaching, uno de los momentos
más potentes ocurre cuando alguien dice:
“Quizás me estoy contando una
historia que ya no me sirve.”
Ese quiebre abre la posibilidad
de un nuevo relato. Más habilitante. Más ajustado a lo que hoy se necesita.
Somos anfibios, sí. Pero también
somos autores. Podemos reescribir. Podemos narrar distinto.
La conversación como
herramienta de cambio
Sigman propone también otra idea
poderosa: la conversación como herramienta de transformación. En lugar de
buscar convencer al otro con argumentos lógicos, nos invita a practicar el
diálogo genuino: ese en que dejamos que el otro piense con nosotros, que
exploremos juntos una posibilidad.
Me recordó mucho a las
conversaciones de coaching más efectivas: aquellas que no buscan cerrar la
respuesta, sino abrir un espacio compartido de reflexión.
Liderar es intervenir en
los relatos
Liderar, en gran medida, es tener
conciencia de los relatos en juego.
Los propios.
Los del equipo.
Los de la organización.
Un buen líder no solo administra
tareas o resuelve conflictos. Escucha los relatos subyacentes y propone nuevas
narrativas que convoquen, que unan, que movilicen.
Desde este lugar, podríamos decir
que liderar es también un acto de intervención lingüística. Es tener la
sensibilidad para notar cuándo una historia necesita ser honrada, y cuándo
necesita ser resignificada. Y también es tener el coraje de proponer otra
conversación, otra mirada, otro futuro posible.
En tiempos veloces, más que
nunca, necesitamos buenas conversaciones
Vivimos en una época que
privilegia la velocidad y la respuesta rápida. Pero quizás la verdadera
innovación esté en algo más antiguo y esencial:
Detenernos a conversar mejor.
Con los otros, sí.
Pero primero —y sobre todo— con
nosotros mismos.
¿Te resonó alguna de estas ideas?
¿En qué narrativa estás hoy? ¿Qué
conversación necesitas tener contigo mismo o con tu equipo?
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