Tengo una ex alumna muy querida
que me invitó a dar una charla el próximo martes a la organización donde
trabaja. Se trata de una institución que está de aniversario y quiere que les
hable acerca del trabajo, la motivación, la felicidad, la vocación y temas
parecidos en esa línea.
Reconozco que me ha tenido
pensando en este asunto, pues no quiero ir a hablar banalidades ni cosas de
sentido común y menos de cuestiones que estén alejadas de las preocupaciones de
las personas.
Por ello me acordé de un libro de
Martín Hopenhayn que tiene como título precisamente “Repensar el trabajo,
Historia, profusión y perspectivas de un concepto”. Libro interesante y valioso
pues destaca como ha sido la historia del concepto de trabajo, como los seres
humanos hemos ido cambiando de paradigma respecto del trabajo, hasta llegar a
la actualidad.
Es así como Hopenhayn habla de la
concepción del trabajo en la Grecia clásica, entre los caldeos, hebreos,
romanos, primeros cristianos, durante la edad media, la época del renacimiento,
el capitalismo industrial. Luego de ello, comenta el concepto de trabajo en
Hegel y Marx, la administración científica, la psicosociología industrial y
otros como la doctrina social de la iglesia, M.D. Chenu y Marcuse. Concluye con
las perspectivas del trabajo: gran desempleo, crisis post industrial y
ambivalencias varias.
Me gusta la propuesta de
Hopenhayn ya que releva las “narrativas” que hemos ido construyendo respecto
del trabajo, narrativas que en gran parte son culturales las que “compramos”
casi sin darnos cuenta en nuestro proceso de socialización como individuos
miembros de la cultura.
Siempre me ha llamado la atención
la interpretación que como cultura cristiana heredamos de los hebreos, quienes
veían el trabajo como un castigo por la pérdida del paraíso, como un mal
necesario, una actividad sacrificada y fatigosa y, sobre todo, como algo para
mantener al individuo fuera del ámbito del ocio, ámbito ciertamente pecaminoso
donde aparece la flojera, los malos pensamientos y lo que llamaban concupiscencia.
También me llaman la atención
otras concepciones del trabajo que encuentro muy vigentes en la actualidad, la
de los griegos por ejemplo que desvaloraban el trabajo manual, trabajo de
esclavos y valoraban la actividad intelectual, la contemplación platónica de
las ideas. O la concepción tayloriana que con su línea de ensamblaje considera
el trabajo como algo mecánico y repetitivo, exento de creatividad.
La concepción del trabajo que
tenemos en la actualidad es diversa y, en algunos casos, conflictiva, creo que
mucha gente está abierta a disfrutar el trabajo y lo ve como fuente de
desarrollo, otros lo viven con sentimientos de temor, de insatisfacción o como
carga, con niveles importantes de resignación.
Revisando otros autores, aparece
Seligman, quien señala en su libro “La
auténtica felicidad” que las personas enmarcan el trabajo en el conjunto de su
vida de tres maneras: un trabajo, una carrera y una vocación.
Un trabajo sirve para cobrar un
sueldo a final de mes, es un medio para lograr otros fines (como el ocio o la
mantención de la familia) y no se espera de él otro tipo de compensación.
Cuando se deja de percibir la remuneración el trabajo es abandonado.
Una carrera implica una inversión
personal más profunda, tiene que ver con logros ya sea en la retribución
económica o en algo más, como ascensos o avances, que pueden aportar prestigio
o poder.
La vocación es un compromiso
apasionado con el trabajo por él mismo, las personas con vocación consideran
que su labor contribuye al bien general, a algo que trasciende al individuo y
por ello el trabajo es satisfactorio por derecho propio, independiente del
dinero o los ascensos. Me parece que esto se acerca a lo que Flores llama "hacer historia".
Es interesante esta definición,
pues el trabajo es las tres cosas a la vez y dependerá de cada uno que
interpretación privilegia: un trabajo, una carrera, una vocación.
A mi me gusta la idea de
interpretar el trabajo como lo último, como una vocación, una actividad que se
realiza para estar al servicio de los demás, para contribuir al bien común, con
un sentido más trascendente.
Conozco mucha gente que lo interpreta única y
exclusivamente del primer modo, sólo como trabajo, y a partir de eso vive
frustrado o vive disociado, disfrutando una vida que está en otra parte.