Me lo recomendó un alumno muy
querido, director de un colegio, quien me indicó que me podrían gustar las
ideas de Carol Dweck. Tenía toda la razón, un libro que hace una distinción
sencilla que luego profundiza en diversos ámbitos.
Propone en primer lugar una idea que es coherente con el
modelo Observador – Acción – Resultados, propuesta en su tiempo por Argyris y
largamente utilizada en el coaching ontológico. Se trata del “poder de las
creencias”, es decir, aquellas creencias que tenemos (¿o deberíamos decir
mejor, aquellas creencias que nos tienen?) conscientes o inconscientes,
influyen en lo que deseamos y determinan en gran parte si lo conseguimos o no.
Por ello que cambiar las creencias puede tener profundos efectos en una
persona.
Ya lo decía Rafael Santandreau en su libro “El arte de no amargarse la vida”, citado en este blog, al señalar
que estamos llenos de “creencias irracionales”, pequeñas o grandes ideas locas
que se caracterizan por ser falsas (o al menos exageradas), inútiles (ya que no
ayudan a resolver problemas) y además productoras de malestar emocional.
A partir de este encuadre Dweck propone mirar una simple
creencia sobre nosotros mismos que guía una parte importante de la vida, un
juicio maestro dirían los coaches ontológicos: mentalidad fija o mentalidad de
crecimiento.
La mentalidad fija: Consiste en creer que las
cualidades personales son inamovibles. Ello origina la necesidad de validarse a
uno mismo constantemente. “Si solamente tienes un cierto nivel de inteligencia,
cierta personalidad y determinado carácter moral…, bueno, será mejor que
demuestres que tienes una buena dosis de cada uno de ellos”. Las personas con
una mentalidad fija ven cada situación como una oportunidad para confirmar su
inteligencia, su personalidad o su carácter.
La mentalidad de
crecimiento: Se basa
en la creencia que las cualidades básicas son algo que puedes cultivar por medio
del esfuerzo. Aunque seamos diferentes en todos los aspectos (talento,
aptitudes, intereses, etc) todo el mundo puede cambiar y crecer por medio de la
dedicación y la experiencia. Desde esta perspectiva el verdadero potencial de
una persona es desconocido por lo que es imposible predecir lo que puede
conseguirse tras años de pasión, esfuerzo y práctica. Esta mentalidad tiene
pasión por los retos, la búsqueda de superación, incluso o especialmente,
cuando las cosas no van bien.
La distinción expuesta por Carol Dweck tiene entonces enorme
implicancias para el esfuerzo y para el aprendizaje. Respecto del esfuerzo, en
el mundo “fijo” es algo malo, ya que si tienes talento para qué te vas a
esforzar, en cambio en el mundo de “crecimiento” el esfuerzo es lo que hace que
seas inteligente o que tengas talento. Y, respecto del aprendizaje en el mundo
“fijo” el aprendizaje está más relacionado con temor, puede demostrar que no
somos tan inteligentes, en cambio en el mundo “de crecimiento” el aprendizaje
es una oportunidad para hacerse más inteligente.
A partir de esta distinción la autora explora las
mentalidades en relación a diversos ámbitos: deportes, negocios, relaciones
sentimentales, crianza. En cada capítulo profundiza la distinción y expone
ejemplos.
No sé si la distinción entre mentalidad “fija” y “de
crecimiento” tan dicotómica pueda ser exacta. Es posible que tenga también que
ver con distintas áreas o ámbitos de la vida. Creo que puede ser factible tener
una mentalidad fija en relación a la vida escolar y otra muy distinta en
relación al trabajo o a la práctica de un deporte, nada en la vida de los seres
humanos puede ser tan blanco o negro.
Algunas reflexiones que hago de la propuesta de la autora.
Evidentemente para mí que la mentalidad fija es una limitación
en la vida actual, en un mundo dinámico, cambiante, incierto, donde el único
recurso disponible es el aprendizaje permanente. Por ello, tener una actitud de
aprendizaje, de disponibilidad al cambio, de ver los fracasos como
oportunidades de mejoramiento, de mirar las primeras experiencias como pilotos
es completamente adaptativo.
Lo anterior a muchos nos cuesta, sobre todo a quienes hemos
sido siempre premiados por ser bonitos, inteligentes, ganadores o cualquier
otra cualidad. (en el caso mío ser más inteligente que bonito jajajaja). También
se hace difícil para quienes siempre han tenido éxitos y logros, ya que
convivir con la equivocación o el fracaso se interpreta como dice la autora
como no tener la cualidad fija y no tener nada que hacer.
Por eso me hace mucho sentido cuando habla de “etiquetar”,
sobre todo a los niños y, en el afán de hacerlos ganar autoestima transmitirle
que “son” inteligentes, que “son” cualquier cosa con lo cual los invitamos a
creer que aquello es fijo en vez de ser dinámico y abierto al crecimiento. En
este sentido, como dice Carol Dweck mejor hablar de qué hicieron para obtener
un logro, cuanto esfuerzo pusieron, que pueden aprender y muchas otras
preguntas de ese tono.
Esto me recuerda el enemigo del aprendizaje del “soy como soy”
y por eso no puedo cambiar. Es que “soy tonto” y nada que hacerlo. Pero el
enemigo también puede ser el opuesto es que “soy inteligente” y también nada
que hacerle. Ambos, tanto en su versión negativo como positiva nos fijan y nos
inhiben de hacer cosas. Por eso mejor decir que “soy tonto e inteligente” a la
vez o que no soy ni lo uno ni lo otro, sino que lo que me constituye es lo que
hago y eso puedo siempre cambiarlo y aprender.
Finalmente, creo que para quienes nos desenvolvemos en el
ámbito de la psicología, desafía nuestra tradicional noción de la personalidad
y la inteligencia como algo fijo, estable e inmutable. Es cierto que muchas de
estas concepciones han ido mutando y las hemos ido “enchulando” en el
transcurso del tiempo. Sin embargo persiste una cierta noción determinista en la
psicología cuando decimos que alguien “es” de cierto modo, por ejemplo en
selección de personal cuando a partir del análisis de la personalidad se
concluye si la persona sirve o no para un determinado trabajo.
Bonito libro, inspirador e invitador a muchas conversaciones.
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