Día 30 de diciembre, último día laboral del año, viene el fin de
semana con las celebraciones de año nuevo y estoy sentado en mi puesto de
trabajo, es un día poco productivo aquí y en muchas partes del mundo, varios
cumplen sus tareas rutinarias, otros tratan de concentrarse y muchos más
pidieron un día de vacaciones y están lejos descansando merecidamente con sus
familias.
Quiero señalar dos experiencias que me han ocurrido esta semana
para iniciar estas disquisiciones de psicólogo laboral.
Una persona muy cercana a mi hoy comienza hoy en su nuevo trabajo.
Tuvo despedida de los amigos que deja en el trabajo anterior, palabras de buena
crianza de sus jefes y llega ansiosa a conocer sus nuevas funciones. Es un buen
día para llegar, tienen un desayuno y un día relajado que le permitirá conocer
a las personas con las que trabajará y familiarizarse con el ambiente.
El lunes pasado me llamaron de una compañía minera para ofrecerme
una oportunidad de trabajo, me entusiasmé por el llamado pero luego al hablar
de algunas condiciones de trabajo y de
la remuneración dije que no.
A partir de estas experiencias he estado reflexionando por qué nos
cambiamos de trabajo?. He preguntado a mis conocidos y he mirado mi propia
experiencia y creo que hay tres grandes razones. Puede haber más e invito a
quienes lean este artículo a exponerlas.
La primera y muy general es buscar mejores expectativas de
desarrollo laboral. Nos ocurre muchas veces que el trabajo nos queda chico,
queremos hacer algo más desafiante, más valioso, más acorde a nuestras
capacidades y, cuando el trabajo actual no permite eso, empezamos a mirar para
el lado.
Es cierto que todo cambio genera incertidumbre y puede ocurrir que
el nuevo trabajo no cumpla las expectativas de desarrollo que se cifran en él,
sin embargo, al tomar la decisión de cambiarse la pregunta que el interesado se
hace es ¿me traerá nuevas oportunidades de desarrollo?
La segunda es mejorar la renta, el sueldo. También nos empieza a
ocurrir que queremos ganar más dinero para aspirar a mejor estándar de vida y
cuando surge una oferta atractiva muchos la toman.
A veces el aumento de sueldo es engañoso, ya que un nuevo trabajo
puede implicar beneficios económicos pero costos de otro tipo. Hay un autor interesante
aquí, Lawler III (Como recompensar la excelencia) quien señala que las empresas
incrementan las recompensas tangibles cuando las recompensas intangibles son
muy bajas, buscando una suerte de compensación entre las dos.
Este es el caso de muchas compañías mineras que son muy atractivas
por la renta que pagan a sus trabajadores, pero implican trabajar en altura, en
sistemas de turnos, en condiciones ambientales negativas, etc.
Finalmente, en tercer lugar, es la insatisfacción con el jefe.
Sentir que el jefe es desconsiderado, incompetente, incorrecto, maltratador,
poco respetuoso u otras razones parecidas. Muchas personas talentosas dejan las
organizaciones porque la relación con su jefe directo se juzga negativa.
He visto muchas veces como gente valiosa, productiva y trabajadora
se cambia de trabajo porque el jefe no le inspira lealtad, porque lo considera
incompetente, todas cualidades que no necesariamente aluden al dominio técnico
del trabajo sino que a consideraciones emocionales en la relación con el jefe.
Al cambiarse de trabajo nunca se sabe si el nuevo jefe será mejor
o peor del jefe que se deja por lo que puede ocurrir que se cumpla el dicho
“salir del fuego para caer en las brasas”.
Muchos quisieran cambiarse de trabajo por esta razón, sin embargo
al no tener una oportunidad de cambio, abandonan mentalmente al jefe, hacen lo
justo y necesario y no dan un esfuerzo extra, con lo que pierde la
organización, pierde el jefe y pierde la persona que se siente más insatisfecha
en su trabajo.
Las tres dimensiones que he señalado son dinámicas en el tiempo y
pueden cambiar fácilmente. Hoy no me quiero cambiar de trabajo, siento que me
estoy desarrollando profesionalmente donde estoy, el sueldo es bueno y la relación
con mi jefe directo, si bien puede pasar por altibajos, hoy la evalúo muy
positiva.
Si la organización quiere cuidar a sus talentos debe mirar
permanentemente estas dimensiones: favorecer el desarrollo profesional de sus
integrantes, mantenerse comparativa en cuanto a la renta que paga y, sobre
todo, cultivar relaciones jefe – colaborador leales, claras y positivas.
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